Una
leyenda del estado de Veracruz nos cuenta la historia de un hombre que decidió
radicar en la ciudad llamada la Villa Rica de la Vera Cruz. Había comprado una
casa en la que pensaba vivir. Se trataba de un hombre muy viejo. La casa que
escogió era pequeña y adecuada a sus necesidades, y no era lujosa sino
sencilla.
El anciano era muy
reservado, no entablaba plática con nadie; sólo se le veía en la iglesia los
domingos cuando acudía a misa. Por las noches sus vecinos escuchaban ruidos de
carpintero; es decir, se le oía cortar madera y clavarla. Como el ruido iba en aumento,
los vecinos se encontraban muy extrañados y curiosos, pues no se explicaban lo
que el viejo estaría haciendo.
Finalmente,
un día abrió la puerta y todos vieron que lo que hacía el buen señor no era
otra cosa que acondicionar una librería. Los libros estaban expuestos para
aquellos que desearan comprarlos; eran muy antiguos, y muchas fueron las
personas que acudieron a la librería para para deleitarse con ellos, se
maravillaban con su contenido, y sobre todo con las maravillosas ilustraciones
que tenían.
Entre los visitantes había
un joven llamado Joaquín a quien gustaban mucho los libros de historia y
aquellos que trataban temas religiosos. El muchacho estaba feliz con la
librería en donde encontró libros de temas muy variados que desconocía y le
abrían nuevos horizontes. Así pues, Joaquín se hizo asiduo a la librería. Pero,
aunque el anciano ya le conocía, nunca trató de entablar plática con él. Sin
embargo, el muchacho trataba de charlar y le preguntaba acerca de la antigüedad
y de los autores de los libros, pero el librero no soltaba prenda y se mantenía
en silencio.
En cierta ocasión, Joaquín
encontré en uno de los anaqueles un libro polvoriento y maltratado. En una de
sus páginas vio la ilustración de un cáliz que llamó su atención. Quiso comprar
el libro, y preguntó por su precio que resultó sumamente elevado. A pesar de
ser un joven de buena familia con bastante dinero, no le alcanzó la platita que
llevaba. Entonces, decidió llevarse el libro a escondidas de su dueño. Pensó en
leerlo y deleitarse con la bella ilustración del cáliz y luego volverlo a
colocar en el estante donde lo había encontrado.
Llegó a su casa más
fatigado que en otras ocasiones; se encerró en su recámara para ver el famoso
cáliz que relucía en comparación a las otras ilustraciones que se veían
descoloridas y maltratadas. Estuvo varias horas en su cuarto viendo el cáliz.
Cansado se dirigió al cuarto de baño y se miró en el espejo y… ¡horror, vio su
imagen envejecida! Joaquín contaba con veinte años y ahora parecía de treinta y
cinco. Cada minuto envejecía más y más. Sumamente asustado decidió regresar, ya
que estaba seguro de que lo que le estaba sucediendo tenía relación con el
libro robado.
Cuando llegó a la librería
se dio cuenta que el anciano se veía considerablemente rejuvenecido. Puso el
libro en su lugar, y se percató de que estaba aún más envejecido, la piel
estaba muy arrugada y su pelo blanco; además, sentía achaques de anciano. Se
dirigió al librero para preguntarle qué era lo que estaba pasando, pero éste
seguía con su habitual silencio, al tiempo que se volvía cada vez más joven.
Joaquín desesperado gritaba, y los clientes que entraban le tomaban por el
librero y no le creían lo que contaba. El librero se limitaba a decir que su
padre estaba chocho. Corrió a patadas a Joaquín diciendo que mientras hubiera
personas curiosas y ladronas, él tendría garantizada la eterna juventud.
Joaquín murió poco después
en la calle, abandonado, sus padres no le pudieron auxiliar pues buscaban a su
joven hijo que habían reportado extraviado a las autoridades. El librero, otra
vez rejuvenecido, había pactado con el Diablo su eterna juventud a cambio del
alma de los mancebos curiosos que se robaban el Libro del Cáliz.
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