Por el Bosque de Chapultepec, cerca
del Panteón de Dolores en la Calle de Constituyentes de la Ciudad de México,
existe una casona en la que vivía una señora a la que llamaban la Tía Lola.
Como vivía muy sola y no tenía parientes, decidió recoger niños pobres y
cuidarlos. Y así lo hizo, hecho por el cual los vecinos la admiraban y la
consideraban un alma caritativa.
Corría el
rumor por el barrio de que la Tía Lola tenía mucho dinero, herencia de su rico
marido comerciante. Tal dinero lo empleaba para mantener a los niños y
jovencitos que recibía en su casa-asilo, y cuyos gastos eran elevados.
Cierto día,
tres de los jóvenes que vivían en el asilo decidieron robarle el dinero y huir
con él. Una noche, cuando todos dormían los ingratos jovenzuelos recorrieron,
sigilosamente, la casa en busca del dinero deseado. La Tía Lola escuchó ruidos
que la despertaron, y salió de su cuarto con el fin de averiguar qué era lo que
sucedía. Cuando vio a los muchachos robando el dinero, les amonestó por su mala
acción. Al verse descubiertos y temerosos de ir a para a prisión, los
ladronzuelos tomaron sendos objetos de metal y arremetieron contra la
caritativa mujer. La golpearon sin piedad hasta matarla. Inmediatamente, los
jóvenes huyeron por esas calles de Dios.
Con la muerte de la Tía Lola, la casa
quedó vacía. Al poco tiempo del truculento hecho, empezaron a ocurrir sucesos
extraños y sobrenaturales en la casona. Por las ventanas los vecinos veían
claramente la silueta de la Tía. Cuando algunas personas se interesaban en
comprar la casa, se escuchaban puertas que se cerraban ruidosamente, gritos
angustiantes de mujer que pedían auxilio, y llantos desgarradores que, por
supuesto, desanimaban al comprador.
Por tal razón,
la casona nunca se ha podido vender y continúa deshabitada, gracias a la
ingratitud de unos jovenzuelos ambiciosos y asesinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario