Hiculi, el divino cactus
alucinógeno, forma parte indisoluble de la cosmovisión de los wixárikas,
los huicholes. En lengua náhuatl se le conoce como peyote, “capullo”.
Desde hace miles de
años, los mara’akáme-chamanes la emplean como parte indispensable de sus
funciones curativas, y para obtener la capacidad de fungir como los
intermediarios entre las divinidades celestiales y los humildes humanos. Al
conjuro de las plegarias de los mara’akáme, Hiculi-Venado Azul comunica los
deseos y las peticiones a los dioses. Simbólicamente, al hiculi se le
representa como un venado gigante: Nuestro Hermano Mayor Venado Azul,
Tamatsi Maxa Yuawi, capaz de convertir las huellas de sus plantas en cactus de
peyote, pues Hiculi-Venado fertiliza con su sangre todo aquello que pisa.
Hiculi-Venado es una de las deidades supremas del panteón huichol, junto con el
maíz y el águila, descendientes del dios Sol, Tatewari.
Cabe la gloria a Nuestro
Hermano Mayor Venado Azul de haber participado en la creación del mundo, y de
ser el guía de los recolectores de hiculi, los peyoteros, a quienes con su
cornamenta señala el camino a seguir durante la ritual peregrinación a Real de
Catorce, San Luis Potosí
Wixarika, el mundo
creado por los dioses-venado, comprende cinco direcciones sagradas: El oeste,
Haramara, donde se encuentra Tatei Haramara, la Madre del Maíz de los
Cinco Colores, y la puerta de entrada al quinto mundo, representada por dos
piedras blancas: Tatei Waxieve y Tatei Cuca Wima, en el Océano Pacífico. Cada
día, el dios Sol tiene que luchar en este sitio para ocultarse y volver a
renacer por Wirikuta, lugar de los ancestros. A Haramara llegaron por
primera vez los dioses. Aquí mora la Diosa del Mar, la Diosa de los Venados, la
Patrona de los Labradores, y la Madre de la Naturaleza. El color del oeste es
el guinda oscuro.
El centro, Tee’kata, el
Lugar del Fuego Primigenio, llamado así porque en este rumbo divino nació el
Abuelo Padre Sol, Tatewari. Se localiza en el corazón de la tierra Wixarika, en
Santa Catarina Cuexcomatitlán, su color es el blanco.
El sur se denomina
Xapawiyemeta. A este sagrado espacio arribó Watakame, el primer hombre, enviado
por la diosa creadora Takutsi Naakawe, cuando el gran diluvio que destruyó la
Tierra hubo terminado. Watakame salvó a la humanidad proporcionándole tierra
seca donde vivir. Aquí habitan la Madre de la Lluvia y la Diosa de la
Fecundidad. Su color es el azul. Se localiza en la Tierra de los Alacranes, en
el Lago de Chapala, Jalisco.
Huaxamanaka, el norte,
es el espacio donde Watakame dejó los restos de su canoa y donde quedó lo que
el diluvio arrastró. Ahí se localizan las cuevas sagradas Tawita. Se ubica en
Jaitsi Kipurita, Cerro Gordo. En este lugar apareció por primera vez el maíz.
El color de Tatéi Huaxamanaka es el amarillo.
Wirikuta, al este, es el
desierto divino por donde sale el Dios Sol, situado en San Luís
Potosí. Aquí se encuentra Xa’unar, el lugar donde nació la Luna, y donde vive
Hiculi, el Peyote Sagrado, maestro y trasmisor de conocimiento. Su color es el
rojo.
Cuenta un mito que hace
mucho tiempo los ancianos se reunieron, a fin de dilucidar lo que
se podría hacer para solucionar la terrible situación que estaban
viviendo, a causa de la escasez de alimentos y de agua. Tan grave conflicto
originaba la enfermedad y la muerte de las personas. Después de mucho discutir,
los ancianos decidieron enviar a cuatro fuertes jóvenes a buscar alimentos que
pudieran remediar tan desastrosa situación.
Cada uno de estos
jóvenes representaba a uno de los cuatro elementos: aire, agua, fuego y tierra.
Armados con arcos y flechas caminaron muchos días sin encontrar nada.
Pero una tarde vieron a un Venado grande frente a ellos, y sin pensar en lo cansados
y hambrientos que se encontraban, corrieron tras el bello animal. Cuando el
Venado se dio cuenta que los jóvenes estaban agotados, aminoró la marcha y les
dejó descansar por un tiempo. Al otro día, se reanudó la persecución de Venado.
Pasados siete días llegaron a Wirikuta, el territorio sagrado de la creación
del mundo, situado al lado del Cerro de las Narices, donde mora el Espíritu de
la Tierra. Uno de los cazadores lanzó una flecha hacia Venado, pero erró el
tiro; la flecha cayó a tierra en donde estaba formada una gran figura de un
venado hecha con plantas de peyote. Los jóvenes recogieron los cactus y
decidieron llevarlos a su comunidad.
Después de muchos días
de fatigoso camino, llegaron a la sierra donde vivían. En seguida, los abuelos
repartieron el peyote, el hiculi, que curó a los enfermos, y alimento a los
hambrientos. Desde entonces, el Hiculi-Venado devino sagrado. Por esta razón,
cada año los huicholes realizan una peregrinación a Wirikuta, guiados por el
espíritu de Hiculi-Venado, con el fin de recolectar la divina y maravillosa
planta que tantos beneficios aporta.
Entre los meses de
octubre y marzo, los huicholes realizan dicha peregrinación hasta Wirikuta para
obtener el hiculi, el Corazón del Dios Venado, a fin de que el ciclo de vida
pueda continuar.
Tatewari, Nuestro Abuelo
el Fuego, fue el primer dios-chamán que dirigió el peregrinaje de los dioses a
Wirikuta desde el oeste, Hamara, hasta el este, Wirikuta, el lugar donde nació
el Sol, donde Venado-Maxa elevó el disco solar al Cielo, e iluminó el mundo.
Desde entonces, los huicholes recorren cuatrocientos kilómetros, para recrear
el mítico peregrinaje impuesto por Tatewari. Guiados por un mara’akáme al
que se denomina kawitero, emprenden el camino. Primero llegan a Tee’kata, el centro,
lugar del nacimiento y residencia de Tatewari, donde los xuxuricare, los
guardianes de los templos, los jicareros, oran al Abuelo para obtener un buen
viaje; le dejan ofrendas, y encienden una vara de palo de Brasil, símbolo del
dios, que mantienen encendida durante todo el viaje. A continuación, se dirigen
a Kalihuey, un templo de preparación para continuar el camino que les llevara
hasta Wirikuta, siempre guiados por el mara’akáme. Dos niños con la cara
cubierta acompañan a los peregrinos, requisito indispensable para los
peregrinos primerizos. Todos caminan en silencio, sólo es permitido beber agua.
Al llegar a Wirikuta, los peyoteros realizan arduos ritos de purificación, y
confiesan sus pecados a Tatewari, mientras que un chamán se encarga de golpearles
las piernas con el propósito de que no olviden ninguno. Terminado el ritual, se
recolecta el hiculi y se emprende el camino de retorno.
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