También Nuestra Señora de Tecaxic
tiene su leyenda. En el Zodiaco Mariano, obra publicada en el siglo XVIII por
Fray Francisco de Florencia, se dice lo siguiente:
A raíz de la Conquista, Tecaxic -que
en lengua mexicana significa vaso de piedra- era un pueblo muy numeroso. Una
epidemia arrasó con su población, de tal modo que no quedaron en ella sino dos
vecinos. Abrumados por la "tristeza y soledad", no tardaron en
abandonar el pueblo, que vino de esta manera a quedar desierto.
Con el éxodo de los dos sobrevivientes
quedó abandonada una ermita que en los tiempos prósperos habían construido los
vecinos. Veneraban en la ermita una imagen de
La Asunción, pintada al temple sobre una tela indiana. En la soledad, el templo
batió las puertas y rajó las paredes, de suerte que el viento, los soles y las
lluvias, "deslucieron los colores del ropaje y mermaron la hermosura del
rostro".
En estado tan lamentable se encontraba
la capilla, cuando acertó a pasar por allí el licenciado Antonio de Sámano y Ledesma,
en los momentos en
que se abatía un fortísimo aguacero. Buscó el hombre asilo en la capilla; pero
en balde, porque dentro se mojaba tanto como afuera. El agua escurría por la
imagen, y allí advirtió el licenciado que era milagroso el hecho de que la
Virgen no se hubiera despintado del todo, máxime "siendo la materia"
en que estaba iluminada, tan deleznable y corruptible".
No sólo a este hecho inexplicable
obedeció la veneración de la imagen de Tecaxic. Dos hombres de Toluca se
desafiaron a causa de los requiebros de una mujer. Escogieron como sitio del
duelo la espalda de la abandonada ermita, que mal se
erigía en el cerro de tecaxic, hoy conocido como El Molcajete, a causa del
cráter que presenta en su cima de donde le viene el nombre náhuatl que ya se
dijo. Estaban los rijosos en pleno desafío, cuando oyeron músicas nunca oídas,
como si proviniesen de los cielos. Asombrados suspendieron la pugna. Era de la
Capilla de donde salía aquella música de ángeles; pero cuando llegaron hasta
donde se hallaba la imagen, la encontraron, "sola y desamparada".
"llenos de pavor y reverencia pusieron las armas a los pies de la virgen,
y haciéndose de enemigos muy amigos, adoraron a la gran Señora...".
Con este suceso confirmó el Guardián
del convento de Toluca, lo que ya le habían referido, y es que todos los
sábados del año, se oía música celestial
en aquella capilla abandonada.
Otro prodigio tuvo confirmación en la
ermita: Pedro Millán Hidalgo, vecino muy estimado en el Valle de Toluca, hacía
frecuentes viajes, muchos de ellos de noche, desde la ciudad de San José hasta
Xalmolonga -Almoloya, hoy de Juárez- y al pasar por tecaxic, especialmente los
martes y los sábados, "solía oír una música muy acorde y sonora, que le
causaba admiración". Sin embargo, cuando picado por la curiosidad se
acercaba a la ermita, la encontraba desierta. Comenzó por llevar ceras que
encendía cada vez que por allí pasaba.
Algunas veces, en pleno día, Millán
Hidalgo veía en la ermita "luces que a distancia brillaban con gran
resplandor, y en llegando a ella desaparecían".
Otra ocasión oyó música en la noche.
Pensando que los indios, para evitarse el pago de derechos, habían ido a
enterrar a uno de sus muertos a esa hora, les gritó en mexicano que no
temiesen, que él era Pedro Millán. La música cesó como por encanto. Molesto por
lo que creyó socarronería de los indios, se llegó sigilosamente hasta la
Capilla, y para su asombro la encontró vacía.
Este y otros hechos no menos
asombrosos, que narra en su Zodiaco el buen fraile Francisco de Florencia,
fueron el origen de la veneración de la imagen del Santuario de Tecaxic.
Cuando fue Guardián del convento de
Toluca el padre José Gutiérrez, quien gozó fama de ser un hombre profundamente
religioso, conocido que hubo los prodigios de la imagen de Tecaxic, animó a los
vecinos de Toluca, ya los labradores de lxtlahuaca, a erigir un templo. Después
de algunas peripecias los deseos del religioso se cumplieron. El Santuario de
Nuestra Señora de Tecaxic, fue acabado de construir en el año de 1655.
Hoy día el Santuario se encuentra
abandonado. Ausentes están las numerosas romerías que en otros tiempos lo
visitaban. Las almas sencillas de los pocos hombres de buena voluntad que aún
quedan, están en espera de un nuevo prodigio de Nuestra Señora de la Asunción.
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