Jacinto Uc de los
Santos, también llamado José Cecilio de los Santos, el gran héroe maya, nació
el 14 de diciembre de 1730 en el Barrio de San Román, en la Ciudad de San
Francisco Campeche, barrio situado en el actual estado de Campeche, en el
sureste de México, que en ese tiempo formaba parte de la Capitanía
General de Yucatán. Más tarde, Jacinto Uc adoptó el nombre de Jacinto Canek,
derivado de kaan ek, cuyo significado en lengua maya es “serpiente negra” o
“serpiente de la estrella”. Nuestro héroe tomó el nombre del que llevaban
muchos de los antiguos gobernantes, halach uiniks, de los itzáes, el pueblo
maya que emigró a Yucatán en el siglo IV procedente del Petén.
De muy jovencito,
Jacinto fue a servir como criado de los frailes franciscanos del convento
mayor de la Ciudad de Mérida. Tiempo después fue expulsado del recinto debido a
su carácter rebelde. A pesar de ser muy inteligente, los frailes no le
perdonaron su rebeldía. En el convento aprendió a hablar y a escribir el
“castilla”, por lo que pudo adentrarse en la lectura de la historia de Yucatán
escrita por los vencedores, pero también tuvo acceso a la historia escrita por
los vencidos, los mayas. A causa de sus lecturas Jacinto Canek se volvió
pensativo, orgulloso y rebelde, por lo cual los religiosos, después de
tratar de convertirlo en un joven obediente y dócil como “un perro
domesticado”, lo expulsaron del convento como queda asentado. Así las cosas,
Canek se metió a obrero de una maderería de la ciudad de Mérida. Ahí tomó mayor
conciencia de la opresión del pueblo a manos de los españoles, y decidió
emprender una lucha libertaria. Empezó a recorrer muchos pueblos de la zona
para concientizar ideológicamente a los indios mayas. Trabajó intensamente, y
fue muy querido y admirado por los indígenas de todos los pueblos que recorrió.
Se le consideraba la reencarnación de los antiguos, sabios y valerosos
sacerdotes mayas. El objetivo de su lucha era expulsar de territorio a todos
los colonialistas españoles, liberar al pueblo de la miseria y opresión, y
volver a la forma de vida de los antiguos mayas.
Corría el año de 1761,
cuando en el poblado de Cisteil, en el actual municipio de Yaxcabá, cerca de
la jurisdicción maya de Sotuta, iba a realizarse una fiesta religiosa, el
19 de noviembre, en honor al santo patrono de Cisteil. La celebración
religiosa reuniría a muchos indígenas. Canek, que en ese entonces contaba
con treinta y un años, aprovechando la reunión de tanta gente en el atrio de la
iglesia, incitó a los indios mayas a levantarse contra los españoles. Les dijo,
según nos narra el investigador mexicano E. Flores Cano: Hijos
míos muy amados: no sé qué esperáis para sacudir el pesado yugo y servidumbre
trabajosa en que os ha puesto la sujeción a los españoles; yo he caminado por
toda la provincia y registrado todos sus pueblos, y considerando con atención
qué utilidad o beneficio nos trae la sujeción de España no hallo otra cosa que
una penosa servidumbre.
En esta tónica siguió hablando Canek por largo rato. En la
euforia, el pueblo lo nombró su rey y le otorgó el epíteto de “Jacinto Canek,
pequeño Moctezuma” y le colocó la corona de oro de una imagen de la iglesia.
Pero el cura de Sotuta que le había escuchado, asustado y traicioneramente, dio
aviso al comandante militar sobre la insurrección de Canek y su incitador
mensaje. Inmediatamente, ciento cincuenta soldados realistas fueron al lugar
donde se encontraba Jacinto Canek. La lucha dio inicio, pues los indios también
estaban armados. Los mayas mataron al comandante y a ocho soldados. Iban ganado
la contienda. Pero las tropas españolas de varias ciudades aledañas acudieron
en ayuda para sofocar la rebelión. Muchos indígenas se fueron sumando a la
lucha; sin embargo, las fuerzas coloniales eran más poderosas en número y armas
y, tras tres horas de una cruenta lucha, cientos de mayas perdieron la vida.
Jacinto Canek rescató a quinientos de sus hombres, junto con los cuales huyó y
se escondió en una cercana hacienda. Todo fue inútil, veinticuatro horas
después, las tropas virreinales rodearon la hacienda e hicieron prisioneros a
Canek y ciento doce de sus hombres. Los rebeldes fueron trasladados a la ciudad
de Mérida. Se le acusaba de ir contra los intereses de la corona española y de
haber realizado actos sacrílegos, pues las autoridades alegaban que Jacinto se
había vestido como la Virgen de la iglesia de Cisteil a fin de coronarse como
el rey de los mayas. Tales acusaciones le llevaron a ser descuartizado en la
plaza pública un mes después de ser arrestado, haber sido cruelmente torturado,
a fin de obtener una satisfactoria confesión para los intereses de los
hispanos, y de haber pasado por un ridículo juicio sumario.
Para asistir a la
ejecución de Jacinto Canek, los españoles de Mérida vistieron sus mejores galas
y se sentaron en sillas especialmente llevadas por sus criados para ver
cómodamente el espectáculo, al tiempo que saboreaban dulces y sabrosos
pastelillos. Cuando Canek subió al potro de tortura, el verdugo le propinó un
terrible golpe en la cabeza con una barra de hierro. En seguida, destrozaron el
cuerpo del rebelde y lo exhibieron en la plaza para escarmiento de los indios
quienes tristemente observaban tanta crueldad hispana. Poco después, el cuerpo
de Jacinto Canek fue quemado en la hoguera y sus cenizas se esparcieron por
todo el territorio maya. Sus compañeros de prisión vieron su atroz muerte. A
ocho de sus compañeros se les ahorcó, destrozó, y sus cadáveres mutilados
fueron enviados a sus respectivos pueblos. Los demás rebeldes fueron azotados
públicamente hasta casi la muerte, y se le arrancó una oreja como ejemplo
viviente de lo que les pasaría a futuros rebeldes.
El historiador don Justo
Sierra, 1846-1912 escribió al respecto: Se le hace pasar un suplicio de los más
horrorosos que se leen en la historia, quemándose su cadáver y arrojando al
aire sus cenizas; sus ocho compañeros fueron ahorcados dos días después y otros
cien infelices fueron condenados a sufrir la durísima pena de doscientos azotes
y la pérdida de la oreja derecha.
Finalizada la ejecución
de Jacinto Canek y sus compañeros de lucha, el pueblo de Cisteil fue
quemado en su totalidad por las tropas del virrey y cubierto con sal, para que
nadie olvidase la “traición” de los valerosos indios mayas.
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