"Ninguna cosa, dice el Padre Acosta,
me ha admirado más ni parecido más digna de alabanza y memoria que el cuidado y
orden que en criar a sus hijos tenían los antiguos mexicanos. En efecto,
difícilmente se hallará nación que, en tiempos de su gentilidad, haya puesto
mayor diligencia en este artículo de la mayor importancia para el estado."
Y Soustelle: "Es admirable que en
esa época y en ese continente, un pueblo indígena de América haya practicado la
educación obligatoria para todos, y que no hubiera un solo niño mexicano del
siglo XVI, cualquiera que fuese su origen social, que estuviera privado de
escuela."
La educación comenzaba al nacer el
niño, que era recibido con serios discursos y prometido por sus padres a alguna
de las dos casas de formación: el Tepochcalli o el Calmecac, siendo éste el
centro de educación superior. La elección de uno u otro dependía de la voluntad
de los padres, guiados por los consejos del sacerdote que leía los tonales de
la fecha del nacimiento del niño, y, aunque el Calmecac era el destino habitual
de la aristocracia, no era exclusivo, sino un colegio abierto a todos. Había
colegios separados para hombres y mujeres.
"Cuando un niño nacía sus padres
lo prometían como un don, y lo llevaban al Calmecac para que llegara a ser
sacerdote, o al Tepochcalli para que fuera un guerrero."
La educación en ambos era, como
dijimos, severísima, al grado de no excluir la pena de muerte para los
incorregibles. Se esperaba de los alumnos que fuesen "como piedras
preciosas", y, por tanto, "labrados y agujerados", como le
advertía el padre a su hijo antes de entrar:
"Oye lo que has de hacer, que es
barrer y coger las barreduras, y aderezar las cosas que están en la casa; hazte
de levantar de mañana, velarás de noche; lo que te fuese mandado harás, y el
oficio que te dieren tomarás; y cuando fuere menester saltar, o correr, para
hacer algo, hacerlo has; andarás con ligereza, no seas perezoso, no serás
pesado, lo que te mandaren una vez, hazlo luego; cuando te llamaren una sola
vez, irás luego con ligereza y corriendo, no esperes a que te llamen dos veces;
aunque no te llamen a ti, ve a donde llaman luego corriendo, y harás de presto
lo que te mandaren hacer, y lo que sabes que quieres que se haga, hazlo
tú."
"Mira, hijo, que no vas a ser
honrado, no a ser obedecido y estimado; has de ser humilde y menospreciado y
abatido; y si tu cuerpo cobrare brío y soberbia, castígale y humíllale, mira
que no te acuerdes de cosa carnal. ¡Oh desventurado de ti, si por ventura
adquieras dentro de ti algunos pensamientos malos o sucios! Perderás los
merecimientos y las mercedes que te hiciere. Nota lo que has de hacer, que es
cortar cada día espinas de maguey para hacer penitencia, y ramos para enramar
los altares; y también habéis de hacer sacar sangre de vuestro cuerpo y bañaros
de noche, aunque haga mucho frío. Mira que no te hartes de comida, sé templado,
ama y ejercita la abstinencia y ayuno. No te cubras ni uses de mucha ropa;
endurézcase tu cuerpo con el frío, porque a la verdad que vas a hacer
penitencia, y vas a demandar mercedes a nuestro Señor, y vas procurar sus riquezas,
y a meter mano en sus cofres..."
"Y también, hijo mío, has de tener
mucho cuidado de entender los libros de nuestro Señor: allégate a los sabios y
hábiles y de buen ingenio. Muchas otras cosas te serán dichas y oirás allá
donde vas, porque es casa donde se aprenden muchas cosas, y con esto que te
digo, juntarás lo que allá oyeres, que es la doctrina de los viejos. ¡Oh hijo
mío muy amado! Tiempo es de que vayas a aquella casa, donde estás
prometido..."
La diferencia entre un colegio y otro
podríamos ponerla en lo intelectual. El Tepochcalli miraba más a la formación
práctica, para la guerra y el trabajo; el Calmécac más a la académica. Los del
Tepochcalli, por ejemplo:
"... siendo ya hábil para la
pelea, llevábanle y cargábanle las rodelas, para que las llevase a cuestas.
Iban todos juntos a trabajar dondequiera que tenían obra, a hacer barro, o
paredes, maizal, o zanja o acequia y traer leña a cuestas de los
montes..."
En el Calmecac, en cambio, sin
descuidar la guerra se atendía más al estudio:
"Tenían varios maestros prelados
que les enseñaban y ejercitaban en todo género de artes militares, eclesiásticas
y mecánicas y de astrología por el conocimiento de las estrellas, de todo lo
cual tenían grandes y hermosos libros de pinturas y caracteres de todas estas
artes por donde las enseñaban. Tenían también libros de su ley y doctrina a su
modo por donde los enseñaban, de donde hasta que doctos y hábiles no los
dejasen salir sino ya hombres..."
Los profesores de ambos establecimientos
se ve que tenían un concepto muy "moderno" de la pedagogía, de un
respeto muy consiente al plan Maestro manifestado en la personalidad individual
de sus alumnos y de que su papel era ser instrumentos de El en su formación.
Cuando los padres, al llevar al chico, les hacían una formal petición y
presentación, con toda la humildad y modestia de la buena etiqueta indígena,
ellos contestaban:
"Tenemos en mucha merced haber
oído vuestra plática o razonamiento. No somos nosotros a quienes hacéis esta
plática y nosotros en su nombre lo recibimos; él sabe lo que tiene por bien
hacer de él. Nosotros, indignos siervos caducos, esperamos lo que será y lo que
tendrá por bien hacer a vuestro hijo ignoramos los dones que le fueron dados.
Deseamos y rogamos que le sean dadas las riquezas de nuestro señor; deseamos
que en esta casa se manifiesten y salgan a la luz. No os podemos decir con
certidumbre esto será o esto hará Nosotros haremos lo que es nuestro deber que
es criarlo y adoctrinarlo como padres y madres; no podemos por cierto entrar en
él, dentro de él, y ponerle nuestro corazón; tampoco vosotros podréis hacer
esto, aunque sois padres. Lo que resta es que no os descuidéis en encomendarle
con oraciones y lágrimas, para que nos declare su voluntad."
¡Un Rector moderno de Seminario,
"Optatam totius" en mano, no podría expresarse mejor! El ideal que
pretendía esa formación no era, pues, imponer "un corazón" al
educando, sino ayudarlo a formar el propio lo mejor posible. A desarrollar al
máximo -diríamos nosotros- su personalidad y sus talentos, dentro del austero
esquema de dominio y autocontrol que eran sus metas:
"El hombre maduro:
un corazón firme como la piedra,
un rostro sabio,
dueño de una cara, un corazón.
hábil y compasivo…"
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