Como todas las culturas indígenas de
nuestro país, el universo purépecha tiene un orden: los mundos sagrados, donde
transcurre el acontecer de las divinidades y de los humanos.
Los purépecha pensaban que el universo
estaba formado de tres planos: en la parte alta se encontraba el mundo de los
dioses, el Aúandarhu, situado en el Cielo.
En la parte media se encontraba situado el
Echerendu, el mundo donde habitaban los seres humanos, que los dioses habían
creado.
En la parte inferior, estaba localizado el
mundo de los muertos, llamado el Cumánchecuaro. Estos mundos constituían los
espacios verticales.
Por su parte, los rumbos sagrados, o puntos
cardinales, espacios horizontales del universo, eran cinco, cada uno custodiado
por un dios.
Así pues, El Oriente, el lugar por donde
nacía el Sol, estaba resguardado por el dios Tirépeme-Quarencha; su color era el
rojo.
El Occidente, por donde el Sol se metía, se
regía por Tirépeme-Turupten, y su color era el blanco.
En el Norte se encontraba el dios
Tirépeme-Xungápeti, asociado con el color amarillo y la dirección del solsticio
de invierno.
En el Sur reinaba Tirépeme-Caheri,
relacionado con color negro, y la entrada al paraíso. Finalmente, la dirección
Centro, custodiada por Tirépeme-Chupi, se identificaba con el azul, y era el
sitio donde renacía el Sol.
Cada uno de los dioses constituía una
advocación del dios Curicaveri, Gran Hoguera, dios del fuego, y se les
consideraba a todos ellos hermanos.
Los rumbos sagrados representaban un
momento del paso del Sol en su recorrido diario.
Curicaveri, dios principal del panteón
purépecha, llevaba el cuerpo pintado de negro; la parte inferior de la cara,
las uñas de los pies y de las manos de color amarillo.
Las Nubes que simbolizaban las cuatro
direcciones del universo, fueron cuatro de las advocaciones de la diosa
Cuerahuáperi, “desatar el vientre”, creadora de la vida y de la muerte, ellas
llevaban a los hombres las lluvias que permitían la germinación de las plantas,
la renovación de la naturaleza, pero también podían ser destructoras y dañarla
cuando llevaban en sus vientres terribles aguaceros y granizo que destruían las
cosechas de los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario