Hace mucho tiempo, la diosa de la
Tierra y de la Luna, pensó que sería muy buena idea crear a los dioses para que
se encargasen de proporcionar el agua y que así pudiesen crecer las plantas y
las hierbas que conforman parte de la naturaleza.
Tomó unos trozos de algodón les dio
forma y los colocó dentro de una laguna.
Pero a estos dioses incipientes no les
gustó que los metiera en el agua y protestaron pidiéndole a Nuestra Madre que
los sacara.
La diosa se tomó sus largos y negros
cabellos, los peinó, los estiró y se los arrojó al agua a los dioses para que
se agarraran de ellos y así poder sacarlos.
Al salir, los dioses se fueron al
Cielo, donde se quedaron viviendo colgados de las nubes.
Pasado un tiempo, los dioses
protestaron, alegando que ya estaban cansados de vivir pendientes.
Nuestra Madre, ante tales protestas,
replicó diciéndoles que si ya estaban cansados pusieran remedio a su situación
e hiciesen algo al respecto.
Los dioses tomaron un poco de tierra
de su cuerpo y elaboraron una pequeña bola. Nuestra Madre le dijo a Nuestro
Hermano Mayor que colocara sus flechas una encima de la otra, como formando una
cruz.
El Hermano Mayor hizo lo indicado
siguiendo las direcciones de los rumbos sagrados y amarró el centro donde se
cruzaban las flechas. Nuestra Madre tomó un mechón de sus cabellos y tejió un
“ojo de dios” entretejiendo su pelo con las cruces, a la manera de una espiral.
Cuando terminó con su tarea, sobre el
“ojo de dios” puso tierra y les indicó a los dioses que la apisonaran.
Con los pisotones la tierra se fue
agrandando hasta formar el mundo, que es el lugar donde podemos vivir los
indios coras gracias a Nuestra Madre y a los dioses creados por ella.
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