Una leyenda del estado de Guerrero nos cuenta que don
José era un campesino que trabajaba cultivando su tierra.
Después de terminar con sus labores en la milpa, que le
tomaban todo el día hasta el atardecer, gustaba de ir a la cantina del pueblo a
tomarse una o dos copas de tequila, para apaciguar el cansancio y
tranquilizarse.
En una de estas ocasiones, don José llegó a la cantina y
se sentó a la mesa que ocupaban unos amigos, también campesinos.
Degustando su tequila se puso a oír la plática que versaba
acerca de lo que decían las mujeres del pueblo relativas a las apariciones del
Chamuco que habían aterrado a varios vecinos, causando pánico entre todos los
pobladores.
Don José intervino en la plática para decir, en medio de
grandes carcajadas, que eso eran meras supersticiones y que él no creía en nada
de eso de aparecidos y demonios.
Después de haberse burlado a su antojo de sus amigos y de
llevar entre pecho y espalda dos caballitos de tequila, el campesino descreído
decidió volver a su casa. Salió de la cantina y empezó a caminar.
Cuando estaba a medio camino ya en pleno campo, escuchó
el lastimero llanto de un bebé; entonces se dio cuenta de que en el suelo se
encontraba un niño chiquito envuelto en una manta.
Don José pensó en la mala madre que lo había abandonado a
su suerte y decidió llevarlo a su casa. Tomó al bebé en brazos y comenzó a
caminar.
Conforme iba avanzando en su camino sintió que el nene
pesaba cada vez más y más. Ya casi llegaba a su hogar, cuando sorprendido por
el peso excesivo decidió hacer a un lado la manta para verle la cara al niñito.
Cuando lo hizo el susto que se llevó fue bárbaro, pues el
niño presentaba una horrorosa cara de demonio, roja, con ojos amarillos, y con
grandes cuernos negros.
Al verlo, el Diablo le dijo: -“¡Ahora sí crees en los
demonios!”- Y soltó una grotesca y aterradora carcajada.
Al punto, don José dejó caer al niño-demonio y corrió
como diablo hasta llegar a su casa.
Ya nunca más volvió a dudar de los aparecidos.
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