Doña Catalina tuvo por padres a don Diego Suárez
Pacheco y a doña María Marcayda.
En 1509, sus padres emigraron a la isla La Española
como acompañantes del séquito de Diego Colón.
Catalina y sus hermanos les dieron alcance un año
después. Al poco tiempo, doña Catalina dejó la isla para trasladarse a Cuba
como dama de compañía de María de Cuéllar, prometida de Diego Velázquez de
Cuéllar, el conquistador de Cuba.
En Cuba, doña Catalina vivía en la casa de su
hermano Juan, en Baracoa. Conoció a Hernán Cortés y, aun cuando carecía de
dote, el futuro Capitán la esposó en el año de 1515, a regañadientes.
Cuando Cortés se marchó a explorar México y
traicionó a Diego Velázquez, Catalina fue despojada de las propiedades de su
marido y quedó en mala situación económica.
Pasada la conquista de México, Cortés se encontraba
cómodamente instalado en su casa de Coyoacán, cuando decidió traer a su esposa
de Cuba, a pesar de encontrarse rodeado de bellas mujeres, como una de las
hijas de Moctezuma.
En México, la Marcayda llevaba una buena vida plena
de diversiones y ociosidades, entre bailes, suntuosos vestidos y costosas
joyas. Cortés la obsequió con tierras y esclavos. Parecían un feliz matrimonio,
en apariencia...
La Marcayda era sana, guapa, bien vestida, pero
infeliz en su matrimonio.
Una noche de Todos Santos, la pareja ofreció una
cena a sus amigos en su casona de Coyoacán.
Catalina estaba contenta y quizá un poco achispada
con el vino que había bebido. En un momento dado, la Marcayda reclamó al
capitán Solís de tomarse la libertad de mandar sobre sus propios esclavos sin
consultarla.
El capitán, apenado, respondió que el que los
ocupaba no era él sino don Hernán. Catalina retrucó que en adelante nadie se
metería con sus cosas.
Al oír los dicho, Hernán contestó medio en chanza y
riendo: -“¿Con lo vuestro,
señora? ¡Yo no quiero nada de lo vuestro!”-
Ante estas palabras, Catalina, enojada, abandonó la
mesa y a los comensales. La fiesta siguió.
En sus aposentos la Marcayda lloraba junto a su
camarera Ana Rodríguez, y le confiaba que era muy infeliz.
Al terminar la reunión, Cortés subió a la recámara
matrimonial y trató de consolar a Catalina sin mucho éxito.
Se apagaron las luces y todos se recogieron en sus
habitaciones. A la media noche, una esclava india avisó a doña Ana que algo
sucedía en la alcoba del matrimonio.
Ésta acudió a la recámara, abrieron la puerta y
vieron que el Capitán sostenía en sus brazos el cuerpo inerte de la Marcayda,
que presentaba moretones en la garganta; las cuentas de su collar de oro yacían
sobre la cama deshecha.
Ana preguntó a qué se debían esos moretones, a lo
que Hernán respondió que la sostuvo del collar cuando su esposa se había
desvanecido.
Pero las sospechas de que Cortés la había matado
surgieron, máxime que en Cuba le había dado malos tratos y hasta golpeado.
Al otro día, Catalina presentaba: …los ojos abiertos, e tiesos, e salidos de
fuera, como persona que estaba ahogada: e tenía los labios gruesos y negros; e
tenía asimesmo dos espumarajos en la boca, uno de cada lado, e una gota de
sangre en la toca encima de la frente, e un rasguño entre las cejas, todo lo
cual parecía que era señal de ser ahogada la dicha doña Catalina e no ser
muerta de su muerte.
Al ser acusado de haberla matado, Cortés respondió: -“¡Quién lo dice, vaya por bellaco, porque
no tengo de dar cuentas a nadie!”-
Así, quedó impune otro crimen más del conquistador.
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