Cuenta
una leyenda de Tepic, “lugar de piedras macizas”, capital del estado mexicano
de Nayarit, que en una casa de la Colonia Lázaro Cárdenas de esa ciudad, vivía
un señor que tenía una hijita llamada Claudia.
Después
de haberse separado de su esposa, la custodia legal de la niña le había
correspondido a él.
Padre e
hija vivían tranquilamente en su hermosa casa, cuando los azares del destino,
que a veces son diabólicos, les jugaron una mala pasada, pues cierto tiempo
después de haber llegado a la Ciudad de Tepic, Claudia fue atropellada por un
camión y murió.
El padre
quedó completamente consternado ante esta fatal desgracia, pero decidió
quedarse a vivir en la casa en la cual ambos habían sido muy felices.
Poco
tiempo después de su muerte, don Facundo, como se llamaba el desdichado señor,
empezó a sentir que alguien lo observaba, oía ruidos en el patio trasero y
pasos se niña en la escalera que conducía al piso superior; las puertas se
cerraban y se abrían inexplicablemente.
Espantado
por tantos sucesos extraños, don Facundo decidió tomar fotografías de las
escaleras y del patio, para ver qué salía en ellas y si podía hacer algo para
remediarlo.
Cuando el
padre reveló las fotografías, cuál no sería su sorpresa al ver que en ellas se
veía perfectamente la imagen de su pobre niña Claudia, pero muy demacrada,
grandes ojeras se apreciaban alrededor de sus ojos y una palidez sobrehumana
cubría su dañado rostro por el accidente.
Don
Facundo inmediatamente tomó la decisión de marcharse de esa casa que tan
dolorosos recuerdos le traía.
Así lo
hizo y puso en renta la casa, después de haber encargado una misa por el alma
en pena de la pequeña.
Sin
embargo, la misa de nada sirvió, pues varios inquilinos que la rentaron, al
poco tiempo de marchaban presas de miedo y terror, pues a todos se les aparecía
la niña Claudia.
Desde el
último inquilino que la rentó y se fue, la casa permanece vacía; los caminantes
que pasan frente a ella afirman que se oyen los lamentos de la atormentada niña
que clama por su padre con sollozos que ponen los pelos de punta a quienes
llegan a oírla.
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