En el año de 1826 era muy conocido un personaje en tierras
potosinas que respondía al nombre de Juan de Dios Azíos, más conocido por su
apodo: Juan del Jarro. Se trataba de un pordiosero ya anciano, que se paseaba
por las calles de la ciudad pidiendo limosna.
Cuando juntaba algo de dinero, iba con sus compañeros, los
pobres, y les obsequiaba parte de lo que había obtenido, sin olvidarse nunca de
ellos.
No le gustaba bañarse y odiaba tanto las riquezas como el mes de
julio, ¡A saber porqué! Su lugar preferido para pedir limosna eran los atrios
de las iglesias, donde se instalaba desde temprano.
Como era tan pobre, vivía en un horno abandonado, tal vez un
horno grande de cerámica o de pan.
En
la ciudad de San Luis Potosí tenía fama por ser ducho en los refranes y los
dichos. Además, Juan se destacaba por su inteligencia y por su malicia.
Y les decía a las personas tantas verdades, que se le creía
adivino, y medio brujo, pues muchas veces adivinaba cuán do y cómo una persona
iba a morir. Caía simpático y todos le querían y apreciaban.
Era un personaje formidable del que se decía que todo lo sabía,
o lo adivinaba, porque su jarro de barro se lo comunicaba, por eso nunca lo
soltaba.
Se
cuenta que en una ocasión, ya de noche entrada, Juan llegó hasta puerta de un
licenciado amigo suyo, hombre de dinero.
Tocó la puerta fuertemente, un criado acudió a abrirla, y Juan
pidió hablar con el licenciado Luis Barragán. El sirviente fue con su patrón y
le expuso la petición del pordiosero, pero el licenciado le dijo que recibiera
el mensaje, que él ya estaba en la cama a punto de dormirse.
Al oír el mensaje, Juan le dijo al sirviente que era
imprescindible que hablara con el abogado en persona. Al momento en que Juan y
el dueño de la casa estaban hablando en la puerta, se escuchó un terrible
estruendo en la recámara.
Poquito después, Juan muy calmadamente, le dijo a su amigo: ¿Ora
sí, Luis, ya puedes irte a dormir!… Una enorme viga de madera del techo se
acababa de derrumbar sobre la cama del licenciado…
Por
supuesto que este hecho aumentó la fama de Juan del Jarro. Algunos años
después, a los sesenta y seis, Juan murió, para consternación de todos los
habitantes de San Luis. Lo enterraron, lo lloraron y le hicieron misas y
novenarios. Lo enterraron en el panteón de la ciudad.
Pasados cuatro días, de su sepulcro salieron escarabajos negros
que llevaban arrastrando una bola de barro que llevaron hasta el desierto: era
un jarro parlante de Juan.
El
pueblo lo convirtió en santo, y se dice que es sumamente milagroso. Los días de
muertos, el 2 de noviembre, los habitantes de la ciudad acuden a su tumba y le
dejan ofrendas de comida y bebida en jarros, le ponen monedas de plata e
imágenes de él mismo.
No puede faltar un jarro de agua, ante el cual las personas rezan
y le piden milagros. En el centro de la ciudad se han levantado varias estatuas
de este singular personaje llamado Juan del jarro.
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