Con el nombre de Cihuapipiltin, “mujeres nobles”, los mexicas
denominaban a los espíritus femeninos, hermanas de los Macuiltonaleque,
diosecillos de los excesos, que en vida habían sido mujeres ligadas a la
aristocracia imperial muertas en el trabajo de parto de su primer embarazo. Se
las consideraba valerosas guerreras, pues el alumbramiento era visto por
nuestros antepasados como una verdadera batalla, al igual que las que
emprendían los guerrero; debido a esta analogía, las Cihuapipiltin vivían en la
Casa del Sol, especie de paraíso consagrado a los privilegiados, según cuentan
la tradición oral, bajo el mando de Cihuacóatl, la diosa del nacimiento, y la
primera mujer muerta en trabajo de parto, a la que siguió Chimalma, la
honorable madre de Quetzalcóatl, quien la honró con el canto:
Aya nech ytquiticatca Yehua nonan An ya coacueye an teotl A ypillo yyaa
Nichoca yya yean. Aya me trajo Ella, mi madre An ya Coacueye (la que tiene falda de serpiente) An diosa A su hijo yyaa Yo lloro yya yea
Aya nech ytquiticatca Yehua nonan An ya coacueye an teotl A ypillo yyaa
Nichoca yya yean. Aya me trajo Ella, mi madre An ya Coacueye (la que tiene falda de serpiente) An diosa A su hijo yyaa Yo lloro yya yea
El Cihuatlampa, el Lugar de las Mujeres, de donde procedían las
diosecillas, estaba situado en el oeste, en el mismo sitio donde moraban las
diosas madres. Fueron cinco las cihuapipiltin, a saber: Cihuaquáuhtli, Mujer
Águila; Cihuacalli, Mujer Casa; Cihuamázatl, Mujer Ciervo; Cihuaquiáhuitl,
Mujer Lluvia; y Cihuaozómatl, Mujer Mono.
Estas temibles féminas tenían la cara tan blanca que parecía que
se las hubiesen pintado con tizatl, es decir, gis. Sus brazos y piernas eran
también muy blancos. Peinaban sus cabellos a la manera de cuernecillos
laterales, el peinado de la fertilidad. En los lóbulos de las orejas llevaban
orejeras de oro. Vestían un huipil blanco pintado con grecas negras, bajo el cual
se asomaba la enagua de ricos y variados colores.
Las Cihuapipiltin descendían a la Tierra
volando por los aires y se les aparecían a niños y adultos, para hacerles
maldades y causarles enfermedades y aun la muerte. Asimismo, tenían la
capacidad de poseer los cuerpos humanos. Cuando descendían, las diosecillas
gustaban de dirigirse a sus antiguos hogares con el fin de rescatar sus husos,
lanzaderas y demás instrumentos que emplearan en vida para tejer sus telas.
Aprovechando su descenso, se les aparecían a sus esposos y los aterrorizaban,
para que les diesen lo que deseaban. No bajaban a la Tierra todos los días del
año, sino nada más ciertos días en los cuales los padres les prohibían a sus
hijos pasearse por las encrucijadas de los caminos, las ohmaxac, lugares
preferidos de estas mujeres. Las cihuapipiltin descendían el día del tercer
signo ce ámatl de la Primera Casa del calendario azteca. Ese día, las imágenes
de las diosas se ataviaban con vestidos hechos de papel que se llamaban
amateteuitl, y se les colocaban ofrendas de comida y flores para calmar su
furia. También bajaban a la Tierra en la fecha ce quiahuitl también de la
Primera Casa. Este día, considerado de mal agüero por los mexicas, los padres
les decían a sus hijos: -¡No salgáis de esta casa porque si salís os
encontrareis con las diosas llamadas cihuateteo, que descienden ahora a la
tierra! Como ésta era una jornada desafortunada, a los niños que nacían en ella
no se les bautizaba, sino hasta la llegada del primer día de la Tercera Casa denominado
ei cipactli, ya que en tal día la fortuna cambiaba y los niños podían
bautizarse sin la amenaza de que les fuera mal en la vida. Los que eran
bautizados en el signo ce quiahuitl se convertían en hechiceros y podían
transformarse en animales que salían a las calles a hechizar a las mujeres con
sus palabras terroríficas; además, conocían toda clase de sortilegios para
hacer maleficios a los mortales.
En el día ce quiahuitl solamente bajaban
las cihuapipiltin más jóvenes, quienes gustaban de hacer daño a los muchachos y
muchachas que se encontraban en los caminos. Se divertían haciéndoles
perjuicios de toda índole, y gestos ridículos y espantosos. Con el fin de
apaciguar las ansias dañinas de las cihuapipiltin, se les celebraban ritos en
los adoratorios construidos en las encrucijadas llamados cihuateocalli o
cihuateupan. Se les ofrecía pan de figura: mariposas, rayos; tamales llamados
xuxuichtlamazoalli; maíz tostado conocido como izquitl; sus imágenes se
vestían con papeles manchados de ulli, hule, con ropas llamadas tetehuitl, y se
quemaba copal en los incensarios. De esta ofrenda comían y bebían los
sacerdotes que luego se iban a sus casas a tomar pulque ritual y a obsequiar
con esta bebida a los ancianos. La ofrenda comenzaba a la media noche, tiempo
en que daba comienzo la velación, los cantos y los bailes. Al día siguiente
todos disfrutaban de la comida de la ofrenda.
Otro día que escogían las cihuateteo para
asustar a los infantes era el llamado ce ozomatli, razón por lo cual los
padres, sumamente asustados, escondían a sus hijos para que las diosas no los
vieran, porque si llegaban a enfermar en esta fecha ya nunca se podrían aliviar
y los médicos los declararían desahuciados. A los niños y las niñas que eran
bonitos y que caían enfermos por las malas artes de las cihuapipiltin, se les
decía que las diosas les habían otorgado la belleza para después arrebatárselas
y despojarlos de ella. Tanto en los días ce amatl como en los ce quiahuitl, los
mexicas sacrificaban a las diosas cihuateteo prisioneros de guerra que habían
sido condenados a muerte por cometer graves delitos. ¡A pesar del tiempo
transcurrido, todavía podemos ver a las cihuapipiltin recorrer caminos y
encrucijadas en busca de incautos a quienes hacer víctimas de sus terribles
maldades!
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