En
el año de 1541, Juan Diego Bernardino, un indio nahua, topile de un monasterio,
iba caminando por un bosque de ocotes, en Ocotlán, lugar de Ocotes, poblado
situado en el estado de Tlaxcala.
De
pronto, la Virgen se le apareció y le preguntó a dónde se dirigía. Juan Diego
le respondió que llevaba agua a los enfermos que se estaban muriendo a causa de
una epidemia.
Al
escucharlo, la Virgen le dijo que la siguiera para darle un agua milagrosa que
los curaría, y que debían beber todos los habitantes para preservarse del
contagio.
El indio la
siguió hasta un fresco manantial en donde llenó su olla con agua, y regresó a
su comunidad que se llamaba Santa Isabel Xiloxoxtla.
Cuando
estaba a punto de partir la Santa Señora, le informó que dentro de un árbol de
ocote se encontraría con una imagen de ella, la cual debía llevar al Templo de
San Lorenzo.
Juan Diego
avisó a los frailes, quienes acudieron al bosque por la imagen.
Cuando
llegaron el campo estaba envuelto en llamas, pero el fuego no quemaba nada, y
en un luminoso árbol encontraron la imagen de la Virgen María.
Se
la llevaron al templo y la colocaron en el altar mayor, que hasta ese momento
ocupaba la imagen de San Lorenzo.
Pero
al sacristán no le gustó la idea, pues era devoto del santo y, por la noche, cambió
de sitio a la Virgen y volvió a poner a San Lorenzo en el altar mayor.
La virgen de Ocotlán está hecha en madera estofada y policromada.
Mide de alto un metro cuarenta y ocho centímetros, y se
encuentra sustentada en un pedestal de plata repujada.
Un manto la cubre, sus manos se juntan en el pecho a modo de
plegaria, y está elaborada de madera de ocote… de aquel árbol de ocote sagrado.
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