Sir
Thomas Cavendish fue un corsario inglés, apodado El Navegador, que nació
en el año de 1560, en Trimley San Martín, Suffolk, Inglaterra. A los doce años
heredó una gran fortuna de su padre. A los quince, entró a estudiar al Corpus
Christi College, en Cambridge, pero dejó el colegio a los diecisiete para
llevar una vida de ocio y lujos
Su fama la adquirió porque
se dedicó a atacar las ciudades españolas y los barcos que navegaban por el
Océano Pacífico. Decidió dedicarse a corsario porque había despilfarrado la
fortuna familiar; al verse arruinado, compró dos barcos con el dinero que le
quedaba, y con ciento veintitrés hombres zarpó de Londres para dedicarse a la
piratería, que en aquellos tiempos dejaba mucho dinero y prestigio, como el que
obtuviera Francis Drake otro corsario malhechor. Cavendish, por haber capturado
y asaltado al Galeón de Manila, la reina Isabel Primera de Inglaterra le nombró
caballero. Sus fechorías no duraron mucho tiempo, pues murió en 1529, en las
cercanías de la isla La Ascensión, localizada en el Océano Pacífico, sin
conocerse las causas de su fallecimiento.
Poco
después, Cavendish llegó a Huatulco, Lugar Donde se Adora el Madero, un puerto
muy importante entre Acapulco y Perú en aquella época. Huatulco pertenecido al
reino mixteco de Tututepec antes de la conquista; cuando llegó el pirata saqueó
todo lo que encontró a su paso. En Huatulco se encontraban –como hasta la fecha-
nueve bahías con sus respectivas playas. Entre ellas se encuentra la llamada
Bahía de Santa Cruz, una de las más bellas e importantes, que a su vez cuenta
con otras tres playas.
Cerca del pueblo de
Huatulco, se encontraba una cruz que había sido colocada por un misterioso
personaje muchos años antes de la llegada de los conquistadores españoles,
cerca de quince siglos antes.
Cuando Thomas Cavendish
arribó a la Bahía de Santa Cruz, se encontró con la cruz mencionada, a la que
los indígenas seguían adorando a pesar de las prohibiciones establecidas por
los frailes españoles. Al ver la devoción que los indios le tenían a la cruz,
Cavendish se convenció de que era obra del mismísimo Diablo, y ordenó a sus
hombres que procedieran a derribarla. Quisieron cortarla en pedazos para
quemarla, pero los piratas, misteriosamente, no pudieron hacerlo. Entonces, el
corsario pensó en atarla a los amarres de su barco para tirarla con la fuerza
del viento, pero nada logró derribar a la cruz.
Enojado ante el
fracaso de sus intentos, decidió dejar la cruz donde se encontraba colocada. Y
ahí quedó para siempre.
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