La
palabra camote procede del náhuatl camohtli. Se trata de una planta de la
familia Convulvolaceae,
muy empleada en México para preparar fruta cristalizada y compotas, y otros
dulces más. En muchas ciudades del país existen todavía los famosos personajes
conocidos como los “camoteros” quienes, con su máquina de ferrocarril
estilizada de lámina, que emite un chiflido muy característico, anuncian por
las calles su presencia para que las personas acudan a comprar sus camotes
endulzados. Sin embargo, el estado mexicano que sobresale por sus dulces
preparados con camotes es Puebla de los Ángeles donde los dulceros emplean en
su preparación azúcar y esencias de naranja y limón.
Este dulce tan súper
conocido por todos cuenta con su leyenda. En ella se nos cuenta que en el siglo
XVII en una población muy cercana a la Ciudad de Puebla existía un convento de
monjas que aceptaban niños para educarlos. En cierta ocasión, uno de estos niños
que era muy travieso vio como una de las monjas encargadas de la cocina ponía
una olla de agua al fuego. Entonces el niño decidió echar un camote al agua y
agregarle azúcar, a fin de jugarle una broma a la monja. Revolvió el camote con
el agua y el azúcar hasta que se formó una pasta pegajosa.
Cuando la monja embromada
se dio cuenta de lo que había en la olla, trató de limpiar dicha masa y al oler
su dulzura decidió probarla. Y, ¡oh, sorpresa! La pasta sabía deliciosa. La
religiosa dio a probar el dulce a sus compañeras, quienes lo encontraron muy
sabroso, le agregaron a la pasta las esencias mencionadas, le dieron forma
tubular, le pusieron en papel, y lo convirtieron en el famoso dulce
poblano.
De
esta leyenda existe otra versión en la cual se relata que una muchacha
procedente de Oaxtepec, Morelos, llamada María Guadalupe, llegó al convento de
Santa Clara de Jesús en Puebla con el fin de convertirse en religiosa.
Pasado un cierto tiempo, la
joven pensó en hacerle un obsequio a su padre a quien extrañaba mucho. Fue a la
huerta, recogió varios camotes y los coció junto con raspadura de limón y
azúcar. Revolvió todo hasta que obtuvo una pasta, Formó dos cilindros con la
pasta, y les dejó secar y enfriar. Cuando estuvieron listo María Guadalupe los
envolvió en papel encerado y se los hizo llegar a su padre hasta Oaxtepec. Las
monjas del convento probaron de este delicioso dulce y les gustó. Así nació el
camote poblano.
Este exquisito dulce tiene
una tercera leyenda que nos informa que existía un convento en Puebla cuyas
monjas vivían de los donativos que les daban las personas ricas de la ciudad, y
como no eran muchos vivían muy pobremente. En cierta ocasión la madre superiora
les anunció a las monjas y a las novicias que les iba a visitar un religioso muy
importante y debían agasajarlo como se merecía ofreciéndole una comida,
sencilla pero buena. Como no contaban con dinero para prepararle dulces tan
exquisitos como caros, una de las religiosas pensó en hacer un postre que no
fuese oneroso, pero sí sabroso. Entonces tomó camotes de la huerta del convento
y preparó la famosa pasta con azúcar, naranja y limón, la cual con el tiempo se
convirtió en los tradicionales camotes de la ciudad de Puebla. ¡Ni que decir
tiene que al obispo le encantaron y comió tantos que casi se enferma!
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