En
la Ciudad de México se encuentra ubicado un mercado muy famoso conocido con el
nombre popular de Mercado de la Merced. Se ubica en el Centro Histórico de la
Ciudad, en el Barrio de la Merced. Se fundó hacia 1860, y desde entonces
abastece a la capital de alimentos que se venden en sus muy variados y surtidos
puestos de fruta, verduras, carne, quesos, ropa, y mil cosas más para
satisfacer las demandas de la población. El lugar cuenta con muchas bodegas que
almacenan los productos para la venta.
De este tianguis y del
barrio han surgido muchísimas leyendas, cuentos y anécdotas. Su tradición oral
es fecunda e interesante. Una de tantas leyendas nos narra una historia
escalofriante. En cierto momento del siglo XX, los comerciantes de la Merced
observaron consternados que de las bodegas desaparecían demasiados alimentos.
Asimismo, los perros y los gatos callejeros empezaron a disminuir notoriamente.
Estaban intrigados, no se explicaban las razones de las pérdidas.
En una casa cercana al
mercado vivía un muchacha muy joven, de tan sólo diez y seis años, en una casa
humilde, junto con su madre que contaba con sesenta. Tenía un nene de unos
cuantos meses de nacido, Carlitos. En una ocasión, por la noche, el pequeño
estaba molesto y lloraba mucho; y como la madre estaba muy cansada, decidió
dejar solo al bebé mientras ella llevaba a cabo ciertas diligencias. El niño se
quedó en su camita y metió la cabeza bajo la almohada, aunque sin dejar de
llorar.
Pasado
un cierto tiempo, la abuela llegó a la casa, coincidiendo con el regreso de su
hija. Al saber que ésta le había dejado solito, la vieja mujer la regañó por su
irresponsabilidad. Ambas acudieron a la cama donde se encontraba el pequeño
para ver si se encontraba bien, pero azoradas se dieron cuenta de que no estaba
acostado, y vieron con horror que en la cunita había rastros de sangre.
Lo buscaron debajo de la
cama y le encontraron ahí, con la cabeza medio metida en un agujero, lo jalaron
del cuerpecito hasta sacarlo, y vieron a una enorme, pero muy enorme rata que
le había devorado parte de la cabeza. El niño ya había muerto. Las dos mujeres
nunca pudieron recobrarse de tan terrible suceso. Del dolor de ver a su hijo
devorado por una rata que tenía el tamaño de un gran perro, la mujer se volvió
completamente loca y fue internada en un hospital público, donde tardó dos años
en morir. De su madre no se supo lo que pasó, algunos cuentan que se dio a la
mendicidad para poder mantenerse. ¡Quién lo sabe!
Los comerciantes al conocer
el hecho se dieron cuenta que era el roedor el que robaba las bodegas para
procurarse alimento, y decidieron darle caza. Pero fue inútil, la rata nunca
fue atrapada. Hasta la fecha muchas personas le temen y creen verla en el
mercado o cerca de sus casas.
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