Hace
miles de años la Tierra era una simple isla que flotaba sobre una inmensidad de
agua. Para llegar a ser lo que actualmente es, pasó por tres mundos anteriores
que fueron, sucesivamente, destruidos por terribles calamidades. El primer
mundo desapareció debido a las fuerzas destructivas del aire; el segundo, por
una espantosa putrefacción; y el tercero a causa de una intensa lluvia que duró
ochenta días y ahogó a todo ser viviente, únicamente se salvaron los indios
kikapúes. Hoy en día, los kikapúes viven en el cuarto mundo, el cual será
destruido por el fuego abrasador. Las personas que durante su vida hayan sido
buenas y hayan cumplido con las ceremonias religiosas, se irán con
Kitzigiata -el Gran Espíritu, el Gran Fuego, el Gran Manitú- a
cazar venados por los siglos de los siglos. En cambio, aquellas personas que
hayan sido malas y desdeñosas de la religión, sufrirán el tormento de estar
amarradas sin poder cazar, solamente observarán la cacería, y no podrán
permanecer eternamente al lado del dios supremo: Kitzigiata. Ahora bien, si el
kikapú que se vaya al Cielo no se encuentra a gusto por alguna razón, el
bondadoso Manitú le otorga la capacidad de reencarnar, por dos o tres veces, en
el cuerpo de un nene recién nacido.
Este nuestro último mundo
está formado de cuatro mundos situados en la parte de arriba de la Tierra;
cuatro más se encuentran abajo; otros cuatro se localizan a la derecha del
planeta; y otros tantos permanecen en su parte izquierda. Así lo dispuso
el Gran Manitú.
El
Cielo es una enorme roca azul transparente por abajo y opaca por su parte
superior. Dentro de la cúpula que forma la roca, viven el Sol y la Luna. Las
estrellas, que son personas, viven fuera de ella y están incapacitadas
para ver a los indios que habitan la Tierra; pero ellos sí que pueden verlas, y
deleitarse con su titilante resplandor nocturno.
Kitzigiata, el Gran
Espíritu, el dios máximo y omnipotente que vive en el Cielo, no tiene
forma humana, no tiene atributos, y carece de género. Se le encuentra en todos
los hogares de los kikapúes simbolizado en el fuego de una hoguera
perpetuamente encendida. El Gran Manitú es el encargado de gobernar las fuerzas
de la naturaleza, lo material y inmaterial; se encarga de cuidar y
proteger a los kikapúes, siempre y cuando cumplan con sus obligaciones
religiosas y comunitarias como cumplir con los ritos de cacería, de
purificación, los dedicados al Fuego Sagrado y, por encima de todo, con la
ceremonia más importante que se lleva a cabo a principios del año kikapú, en
febrero, con danzas y cantos acompañados por los divinos tambores de agua.
El Gran espíritu cuenta con
cuatro ayudantes: el Cielo, El Agua, el Tabaco, y el Fuego que le auxilian en
sus sacrosantas tareas. El Gran Espíritu es padre de cuatro manitúes: Wisaka,
el héroe; Pepazcé, el primer indio asesinado; Mesicatuinata, el jefe guerrero;
y Machemanetuha, el representante de la maldad. Estos dioses vigilan
constantemente el comportamiento de los kikapúes. Todos ellos nacieron de una
madre virgen.
Kitzigiata tiene dos
abuelos: el Fuego y el Sol. Sus dos abuelas son la Tierra y la Luna. La Abuela
Tierra tiene la costumbre de alimentarse con personas que asa en su seno. Es
una diosa muy sabia que ayuda a los seres humanos otorgándoles parte de su
sabiduría, siempre y cuando la veneren y la festejen como es debido. El Abuelo
Sol es muy fuerte, pues es el encargado de soportar el peso del mundo, a la vez
que dibuja los arcoíris en el Cielo. La Abuela Luna se dedica a mover
constantemente una olla de comida para alimentar a su familia; cuando deje de
revolver el caldero, el mundo llegará a su fin irremediablemente.
Un día, jugando Pepazcé en
el bosque con su padre un fuerte viento llegó sorpresivamente y le mató, pues
el viento lo dirigió hacia una enorme red que las panteras cornudas del
Inframundo habían colocado cerca de donde se encontraban padre e hijo
retozando. Pepazcé quedó atrapado en la red, y las despiadadas panteras lo
golpearon hasta provocarle la muerte. Entonces, Kitzigiata colocó a su hijo en
el oeste, lugar a donde van los espíritus de los indios kikapúes una vez
que han fallecido.
Un buen día, el Gran
espíritu decidió que era tiempo de crear el mundo, tarea para la cual eligió a
su hijo Wisaka, su preferido de los cuatro. El dios Wisaka salió por una
gran chimenea que se encontraba arriba de la cúpula del Cielo, para cumplir con
su excelsa tarea. Una gran y hermosa araña tejió una telaraña, a fin de que
sostuviese al mundo para que no se desfondara y se mataran todos los indios que
pensaba crear. Por esa razón los kikapúes nunca matan a una araña porque es su
benefactora y es sagrada.
Una vez terminado el mundo,
Wisaka creó a los hombres con semillas de maíz que sembró en el seno de la
Madre Tierra. De las semillas rojas nacieron los indios, de las negras los
hombres negros, de las amarillas los chinos, de las blancas los hombres
blancos, y de las cafés los mexicanos y los españoles.
Wisaka no sólo fue el
creador del mundo y de los hombres, sino que es el héroe cultural que dio a los
kikapúes el conocimiento suficiente para construir sus tres tipos de casas: la
cuadrangular, fabricada con paredes de carrizo, que los acoge en el verano; la
elíptica hecha de troncos y tule que los protege durante el invierno; y el tipi
portátil de cuero de venado, tan útil cuando se van de cacería. Además, les
enseñó a fabricar arcos y flechas, y a bailar las danzas religiosas que
han permanecido hasta nuestros días, como la Danza de los Guerreros -que
simboliza el regreso de la cacería y de las guerras entabladas con otros
grupos- ejecutada junto al Fuego Eterno, representante de Kitzigiata.
El maravilloso dios Wisaka
les dio a los indios las leyes que regulan su vida, y los mandamientos que
ningún miembro de la comunidad debe ignorar: no suicidarse, no matar a ningún
kikapú ni a ningún indio, no matar a los mexicanos, no beber en exceso, no
mentir, no cometer incesto, no robar, no cometer adulterio, no hacer brujerías,
no chismear, no acumular riqueza, y cumplir siempre con las ceremonias
religiosas. A más de estos dones, el dios les dio la lengua kikapú para
comunicarse, la cual no deben perder ni olvidar por ningún motivo, ya que
Kitzigiata la creó exclusivamente para ellos.
Cuando Wisaka empina el
codo en demasía, sin querer mueve las rocas y se producen tremendos temblores,
pero no lo hace por maldad, sino solamente por estar un poco borrachito, pues
aunque es un héroe cultural de los kikapúes no carece de ciertas debilidades,
como nosotros los simples humanos.
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