En el pueblo de El Liberal, municipio
de Teloloapan, vivía un señor llamado Otoniel. Éste era un campesino que se
dedicaba a la siembra de maíz, calabaza y frijol, y a cuidar unas pocas cabezas
de ganado vacuno y caprino que tenía. En una ocasión, cuando estaba arando su
tierra para sembrar, vio que algo brillaba con el sol. Se acercó para ver qué
era lo que había visto relucir y vio entonces que era un gusano de oro puro,
de unos treinta centímetros de largo aproximadamente. Pero este gusano estaba
vivo, y caminaba arrastrándose por el suelo.
Así pasaron los años, el señor se
volvió rico, compró muchas tierras y ganado y ahora tenía peones que trabajaban
para él. Tanta riqueza despertó la envidia y ambición de uno de sus hermanos,
el cual se llamaba Alejandro. Éste, de forma astuta, hizo tomar de más a su
hermano Otoniel hasta el punto de emborracharlo, y entonces le preguntó:
"oye hermano, ¿de dónde sacas tanto dinero?".
Otoniel,
como estaba tomado, le confesó la verdad, le contó del gusano de oro que había
encontrado y luego se quedó dormido. Alejandro aprovechó el momento para entrar
al cuarto donde estaba el gusano de oro, lo agarró y se lo llevó para su casa.
Ahí lo encerró en un cuarto y le puso comida. Lo dejó solo y al otro día fue a
asomarse para ver cuántas monedas de oro había dejado. Pero grande fue su
sorpresa al ver que no había nada de gusano, lo único que encontró fue un
bejuco en forma de gusano y en vez de monedas de oro, un montón de piedras.
Cuenta la gente que este gusano de oro sólo se le aparece a las personas de
buen corazón, o a aquellas que le caen bien, para ayudarlas y ofrecerles sus
servicios; pero si alguien de mal corazón o envidioso llega a encontrarlo o
agarrarlo, entonces deja de ser de oro y se convierte en un pedazo de palo o
bejuco, para castigar, de esta manera, a los ambiciosos.
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