jueves, 23 de enero de 2014

ALEJANDRO EL MAGNO



Alejandro III de Macedonia, más conocido como ALEJANDRO MAGNO o Alejando el Grande  nació en Pella, 20 ó 21 de julio de 356 a.C. y murió en Babilonia, el 11 de junio de 323 a.C., fue el rey de Macedonia desde 336 a. C. hasta su muerte. Hijo y sucesor de Filipo II de  Macedonia. Filipo le había preparado para reinar, proporcionándole una experiencia militar y encomendando a Aristóteles su formación intelectual. Alejandro Magno dedicó los primeros años de su reinado a imponer su autoridad sobre los pueblos sometidos a Macedonia, que habían aprovechado la muerte de Filipo para rebelarse. Y enseguida –en el 334 a.C.– lanzó a su ejército contra el poderoso y extenso Imperio Persa, continuando así la empresa que su padre había iniciado poco antes de morir: una guerra de venganza de los griegos —bajo el liderazgo de Macedonia— contra los persas. 
Con un ejército relativamente pequeño unos 30.000 infantes y 5.000 jinetes, ALEJANDRO MAGNO se impuso invariablemente sobre sus enemigos, merced a su excelente organización y adiestramiento, así como al valor y al genio estratégico que demostró; las innovaciones militares introducidas por Filipo como la táctica de la línea oblicua suministraban ventajas adicionales. Alejandro recorrió victorioso el Asia Menor (batalla de Gránico, 334), Siria (Issos, 333), Fenicia (asedio de Tiro, 332), Egipto y Mesopotamia (Gaugamela, 331), hasta tomar las capitales persas de Susa (331) y Persépolis (330). Asesinado Darío III, el último emperador Aqueménida, por uno de sus sátrapas (Bessos) para evitar que se rindiera, éste continuó la resistencia contra Alejandro en el Irán oriental. Una vez conquistada la capital de los persas, Alejandro licenció a las tropas griegas que le habían acompañado durante la campaña y se hizo proclamar emperador ocupando el puesto de los Aqueménidas.


Enseguida lanzó nuevas campañas de conquista hacia el este: derrotó y dio muerte a Bessos y sometió Partia, Aria, Drangiana, Aracosia, Bactriana y Sogdiana. Dueño del Asia central y del actual Afganistán, se lanzó a conquistar la India (327-325), albergando ya un proyecto de dominación mundial. Aunque incorporó la parte occidental de la India (vasallaje del rey Poros), hubo de renunciar a continuar avanzando hacia el este por el amotinamiento de sus tropas, agotadas por tan larga sucesión de conquistas y batallas. Con la conquista del Imperio Persa, Alejandro descubrió el grado de civilización de los orientales, a los que antes había tenido por bárbaros. Concibió entonces la idea de unificar a los griegos con los persas en un único imperio en el que convivieran bajo una cultura de síntesis (año 324).
Para ello integró un gran contingente de soldados persas en su ejército, organizó en Susa la «Boda de Oriente con Occidente» (matrimonio simultáneo de miles de macedonios con mujeres persas) y él mismo se casó con dos princesas orientales: una princesa de Sogdiana y la hija de Darío III. La reorganización de aquel gran Imperio se inició con la unificación monetaria, que abrió las puertas a la creación de un mercado inmenso; se impulsó el desarrollo comercial con expediciones geográficas como la mandada por Nearcos, cuya flota descendió por el Indo y remontó la costa persa del Índico y del golfo Pérsico hasta la desembocadura del Tigris y el Éufrates.


También se construyeron carreteras y canales de riego. La fusión cultural se hizo en torno a la imposición del griego como lengua común. Y se fundaron unas 70 ciudades nuevas, la mayor parte de ellas con el nombre de Alejandría la principal en Egipto y otras en Siria, Mesopotamia, Sogdiana, Bactriana, India y Carmania. La temprana muerte de Alejandro a los 33 años, víctima del paludismo, le impidió consolidar el imperio que había creado y relanzar sus conquistas. El imperio no sobrevivió a la muerte de su creador. Se desencadenaron luchas sucesorias en las que murieron las esposas e hijos de Alejandro, hasta que el imperio quedó repartido entre sus generales: Seleuco, Ptolomeo, Antígono, Lisímaco y Casandro. Los Estados resultantes fueron los llamados reinos helenísticos, que mantuvieron durante los siglos siguientes el ideal de Alejandro de trasladar la cultura griega a Oriente, al tiempo que insensiblemente dejaban penetrar las culturas orientales en el Mediterráneo. En su reinado de 13 años, cambió por completo la estructura política y cultural de la zona al conquistar el Imperio Aqueménida y dar inicio a una época de extraordinario intercambio cultural, en la que lo griego se expandió por los ámbitos mediterráneo y próximo oriental. Es el llamado Período Helenístico (323–30 a.C.)
Tanto es así, que sus hazañas le han convertido en un mito y, en algunos momentos, en casi una figura divina, posiblemente por la profunda religiosidad que manifestó a lo largo de su vida. Tras consolidar la frontera de los Balcanes y la hegemonía macedonia sobre las ciudades-estado de la antigua Grecia, poniendo fin a la rebelión que se produjo tras la muerte de su padre, Alejandro cruzó el Helesponto hacia Asia Menor (334 a.C.) y comenzó la conquista del Imperio Persa, regido por Darío III. Victorioso en las batallas de Gránico (334), Issos (333), Gaugamela (331) y de la Puerta Persa (330), se hizo con un dominio que se extendía por la Hélade, Egipto, Anatolia (actual Turquía), Oriente Próximo y Asia Central hasta los ríos Indo y Oxus. Habiendo avanzado hasta la India, donde derrotó al rey Poro en la batalla del Hidaspes (326), la negativa de sus tropas a continuar hacia Oriente le obligó a retornar a Babilonia, donde falleció sin completar sus planes de conquista de la península arábiga.


Con la llamada “política de fusión“, Alejandro promovió la integración de los pueblos sometidos a la dominación macedonia promoviendo su incorporación al ejército y favoreciendo los matrimonios mixtos. Él mismo se casó con dos mujeres persas de noble cuna. El conquistador macedonio falleció en circunstancias oscuras, dejando un imperio sin consolidar. Con el transcurso de los siglos, los grandes personajes de la historia han sido recordados por sus gestas. Cuanto mayor han sido esas gestas, mayor ha sido la gloria que acompaña al personaje. Pero para pasar a la leyenda hace falta una muerte trágica, hace falta que la fatalidad termine con el hombre en su momento de mayor gloria y dejar para la imaginación lo que pudo haber sido y no fue.
Esto hace del héroe un mito eterno, una leyenda que correrá de boca en boca a lo largo del tiempo. La historia de Alejandro era ya de por si impresionante, sus gestas fueron increíbles, su arrojo y valentía quedaron escritos en la historia para envidia de sus enemigos, que le tacharían de sádico y para disfrute de sus amigos que recordarían al guerrero conquistador, hijo de Zeus y descendiente de Aquiles, como al mayor y mas grande general de su época. Solo faltaba la desgracia final, una tragedia oscura que le daría mayor misterio y una muerte prematura que le dio el beneplácito de suponerle mayores conquistas y victorias. El héroe desapareció en la flor de la vida, sin un fracaso en su pasado y así se consumaba una tragedia griega en toda su extensión. Fue un 11 de junio del 323 a.C. cuando el gran conquistador murió en Babilonia a los 32 años de edad. La causa oficial de la muerte fueron unas fiebres altas. Pero no había sido enterrado cuando, el rumor de que había sido envenenado corría de boca en boca.

Tanto fue así, que incluso Aristóteles se vio acusado de ser parte de la conjura. Pero empecemos por el principio y retrocedamos hasta días antes de su fallecimiento. Alejandro había terminado su campaña no hacía mucho y estaba ultimando los preparativos sobre la invasión de la península arábiga. No había empezado este proyecto cuando ya imaginaba sus tropas caminado sobre Italia o más lejos aun, en Cartago.  En lo político había destituido al regente de Grecia, el general Antiparter, persona que mantenía malísimas relaciones con Olimpia, madre de Alejandro. Por lo demás Alejandro no daba muestras de mal alguno, o al menos no se recoge documento alguno que así lo reflejase. Con este panorama, se reúne con sus generales y amigos para dar una fiesta de las que tan aficionados eran los macedonios.
Fiestas en las que corría el vino en abundancia y el desenfreno era parte tan importante como la comida. Todos los presentes son personas allegadas y de la confianza del conquistador. Apenas media hora después del comienzo de dicha fiesta, Alejandro se siente indispuesto. Siente un dolor agudo en el abdomen y se retira a sus aposentos.

Los días pasan y la situación de Alejandro no mejora, se encuentra cada vez más débil. Cuando lo visitan sus generales apenas puede hablar y está inmovilizado de cintura hacia abajo.
La fiebre continúa y no cede, sus médicos ven como los brebajes que le administran no dan señales de hacerle ningún bien. Días después, Alejandro muere. Aparentemente todo apuntaba hacia lo que hasta hace poco tiempo todo el mundo daba como causa más probable, malaria.
Alejandro podría haberla contraído en la India o en cualquier punto a lo largo del camino de regreso. Si ahora la malaria es difícil de curar, de la era de Alejandro era mortal de necesidad. La malaria si presenta un cuadro parecido al de Alejandro, pero según se sabe ahora, no es correcta.
Sus síntomas se acercan más a un cuadro conocido como “fiebres del oeste del Nilo”. La importancia de encontrar una enfermedad que coincida con los síntomas, no es solo ponerle el nombre al mal que termino con él, sino que sería el punto final para otra atrevida teoría, la de la conspiración para envenenarlo. Teoría que también hace coincidir un buen número de acontecimientos y que todos juntos, de haber sido como algunos historiadores apuntan, no dejarían lugar a duda alguna; Alejandro habría sido asesinado por una conjura gestada en su propia patria. Pero, ¿Quiénes eran los conjurados? ¿Qué motivos tendrían para asesinar al gran conquistador?

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