Alejandro III de Macedonia, más conocido como ALEJANDRO MAGNO o Alejando el Grande nació en Pella,
20 ó 21 de julio de 356 a.C. y murió en Babilonia, el 11 de junio de 323 a.C.,
fue el rey de Macedonia desde 336 a. C. hasta su muerte. Hijo y sucesor de
Filipo II de Macedonia.
Filipo le había preparado para reinar, proporcionándole una experiencia militar
y encomendando a Aristóteles su formación
intelectual. Alejandro Magno dedicó los primeros años de su reinado a imponer
su autoridad sobre los pueblos sometidos a Macedonia, que habían aprovechado la
muerte de Filipo para rebelarse. Y enseguida –en el 334 a.C.– lanzó a su
ejército contra el poderoso y extenso Imperio Persa, continuando así la empresa
que su padre había iniciado poco antes de morir: una guerra de venganza de los
griegos —bajo el liderazgo de Macedonia— contra los persas.
Con un ejército relativamente pequeño unos 30.000
infantes y 5.000 jinetes, ALEJANDRO
MAGNO se impuso invariablemente sobre sus enemigos, merced a su excelente
organización y adiestramiento, así como al valor y al genio estratégico que
demostró; las innovaciones militares introducidas por Filipo como la táctica de
la línea oblicua suministraban ventajas adicionales. Alejandro recorrió
victorioso el Asia Menor (batalla de Gránico, 334), Siria (Issos, 333), Fenicia
(asedio de Tiro, 332), Egipto y Mesopotamia (Gaugamela, 331), hasta tomar las
capitales persas de Susa (331) y Persépolis (330). Asesinado Darío III, el
último emperador Aqueménida, por uno de sus sátrapas (Bessos) para evitar que
se rindiera, éste continuó la resistencia contra Alejandro en el Irán oriental.
Una vez conquistada la capital de los persas, Alejandro licenció a las tropas
griegas que le habían acompañado durante la campaña y se hizo proclamar
emperador ocupando el puesto de los Aqueménidas.
Enseguida lanzó nuevas campañas de conquista hacia el este: derrotó
y dio muerte a Bessos y sometió Partia, Aria, Drangiana, Aracosia, Bactriana y
Sogdiana. Dueño del Asia central y del actual Afganistán, se lanzó a conquistar
la India (327-325), albergando ya un proyecto de dominación mundial. Aunque
incorporó la parte occidental de la India (vasallaje del rey Poros), hubo de
renunciar a continuar avanzando hacia el este por el amotinamiento de sus
tropas, agotadas por tan larga sucesión de conquistas y batallas. Con la
conquista del Imperio Persa, Alejandro descubrió el grado de civilización de
los orientales, a los que antes había tenido por bárbaros. Concibió entonces la
idea de unificar a los griegos con los persas en un único imperio en el que
convivieran bajo una cultura de síntesis (año 324).
Para ello integró un gran contingente de soldados persas en su ejército,
organizó en Susa la «Boda de Oriente con Occidente» (matrimonio simultáneo de
miles de macedonios con mujeres persas) y él mismo se casó con dos princesas
orientales: una princesa de Sogdiana y la hija de Darío III. La reorganización
de aquel gran Imperio se inició con la unificación monetaria, que abrió las
puertas a la creación de un mercado inmenso; se impulsó el desarrollo comercial
con expediciones geográficas como la mandada por Nearcos, cuya flota descendió
por el Indo y remontó la costa persa del Índico y del golfo Pérsico hasta la
desembocadura del Tigris y el Éufrates.
También se construyeron carreteras y canales de riego. La fusión
cultural se hizo en torno a la imposición del griego como lengua común. Y se fundaron unas 70 ciudades nuevas, la mayor
parte de ellas con el nombre de Alejandría la principal en Egipto y otras en
Siria, Mesopotamia, Sogdiana, Bactriana, India y Carmania. La temprana muerte
de Alejandro a los 33 años, víctima del paludismo, le impidió consolidar el
imperio que había creado y relanzar sus conquistas. El imperio no sobrevivió a
la muerte de su creador. Se desencadenaron luchas sucesorias en las que
murieron las esposas e hijos de Alejandro, hasta que el imperio quedó repartido
entre sus generales: Seleuco,
Ptolomeo, Antígono, Lisímaco y Casandro. Los Estados resultantes fueron los
llamados reinos helenísticos, que mantuvieron durante los siglos siguientes el
ideal de Alejandro de trasladar la cultura griega a Oriente, al tiempo que
insensiblemente dejaban penetrar las culturas orientales en el Mediterráneo. En
su reinado de 13 años, cambió por completo la estructura política y cultural de
la zona al conquistar el Imperio Aqueménida y dar inicio a una época de
extraordinario intercambio cultural, en la que lo griego se expandió por los
ámbitos mediterráneo y próximo oriental. Es el llamado Período Helenístico
(323–30 a.C.)
Tanto es así, que sus hazañas le han convertido en un mito y, en
algunos momentos, en casi una figura divina, posiblemente por la profunda
religiosidad que manifestó a lo largo de su vida. Tras consolidar la frontera
de los Balcanes y la hegemonía macedonia sobre las ciudades-estado de la
antigua Grecia, poniendo fin a la rebelión que se produjo tras la muerte de su
padre, Alejandro cruzó el Helesponto hacia Asia Menor (334 a.C.) y comenzó la
conquista del Imperio Persa, regido por Darío III. Victorioso en las batallas
de Gránico (334), Issos (333), Gaugamela (331) y de la Puerta Persa (330), se
hizo con un dominio que se extendía por la Hélade, Egipto, Anatolia (actual
Turquía), Oriente Próximo y Asia Central hasta los ríos Indo y Oxus. Habiendo
avanzado hasta la India, donde derrotó al rey Poro en la batalla del Hidaspes
(326), la negativa de sus tropas a continuar hacia Oriente le obligó a retornar
a Babilonia, donde falleció sin completar sus planes de conquista de la
península arábiga.
Con la llamada “política de fusión“,
Alejandro promovió la integración de los pueblos sometidos a la dominación
macedonia promoviendo su incorporación al ejército y favoreciendo los
matrimonios mixtos. Él mismo se casó con dos mujeres persas de noble cuna. El
conquistador macedonio falleció en circunstancias oscuras, dejando un imperio
sin consolidar. Con el transcurso de los siglos, los grandes personajes de la
historia han sido recordados por sus gestas. Cuanto mayor han sido esas gestas,
mayor ha sido la gloria que acompaña al personaje. Pero para pasar a la leyenda
hace falta una muerte trágica, hace falta que la fatalidad termine con el
hombre en su momento de mayor gloria y dejar para la imaginación lo que pudo
haber sido y no fue.
Esto hace del héroe un mito eterno, una leyenda que correrá de
boca en boca a lo largo del tiempo. La historia de Alejandro era ya de por si
impresionante, sus gestas fueron increíbles, su arrojo y valentía quedaron
escritos en la historia para envidia de sus enemigos, que le tacharían de
sádico y para disfrute de sus amigos que recordarían al guerrero conquistador,
hijo de Zeus y descendiente de Aquiles, como al mayor y mas grande general de
su época. Solo faltaba la desgracia final, una tragedia oscura que le daría
mayor misterio y una muerte prematura que le dio el beneplácito de suponerle
mayores conquistas y victorias. El héroe desapareció en la flor de la vida, sin
un fracaso en su pasado y así se consumaba una tragedia griega en toda su
extensión. Fue un 11 de junio del 323 a.C. cuando el gran conquistador murió en
Babilonia a los 32 años de edad. La causa oficial de la muerte fueron unas
fiebres altas. Pero no había sido enterrado cuando, el rumor de que había sido
envenenado corría de boca en boca.
Tanto fue así, que incluso Aristóteles se vio acusado de ser
parte de la conjura. Pero empecemos por el principio y retrocedamos hasta días
antes de su fallecimiento. Alejandro había terminado su campaña no hacía mucho
y estaba ultimando los preparativos sobre la invasión de la península arábiga.
No había empezado este proyecto cuando ya imaginaba sus tropas caminado sobre
Italia o más lejos aun, en Cartago. En lo político había destituido al
regente de Grecia, el general Antiparter, persona que mantenía malísimas
relaciones con Olimpia, madre de Alejandro. Por lo demás Alejandro no daba
muestras de mal alguno, o al menos no se recoge documento alguno que así lo
reflejase. Con este panorama, se reúne con sus generales y amigos para dar una
fiesta de las que tan aficionados eran los macedonios.
Fiestas en las que corría el vino en abundancia y el desenfreno
era parte tan importante como la comida. Todos los presentes son personas
allegadas y de la confianza del conquistador. Apenas media hora después del
comienzo de dicha fiesta, Alejandro se siente indispuesto. Siente un dolor
agudo en el abdomen y se retira a sus aposentos.
Los días pasan y la situación de Alejandro no mejora, se
encuentra cada vez más débil. Cuando lo visitan sus generales apenas puede
hablar y está inmovilizado de cintura hacia abajo.
La fiebre continúa y no cede, sus médicos ven como los brebajes
que le administran no dan señales de hacerle ningún bien. Días después,
Alejandro muere. Aparentemente todo apuntaba hacia lo que hasta hace poco
tiempo todo el mundo daba como causa más probable, malaria.
Alejandro podría haberla contraído en la India o en cualquier
punto a lo largo del camino de regreso. Si ahora la malaria es difícil de
curar, de la era de Alejandro era mortal de necesidad. La malaria si presenta
un cuadro parecido al de Alejandro, pero según se sabe ahora, no es correcta.
Sus síntomas se acercan más a un cuadro conocido como “fiebres del oeste del Nilo”. La importancia de encontrar
una enfermedad que coincida con los síntomas, no es solo ponerle el nombre al
mal que termino con él, sino que sería el punto final para otra atrevida
teoría, la de la conspiración para envenenarlo. Teoría que también hace
coincidir un buen número de acontecimientos y que todos juntos, de haber sido
como algunos historiadores apuntan, no dejarían lugar a duda alguna; Alejandro
habría sido asesinado por una conjura gestada en su propia patria. Pero,
¿Quiénes eran los conjurados? ¿Qué motivos tendrían para asesinar al gran
conquistador?
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