lunes, 11 de mayo de 2015

EL REINO DE LA NUEVA ESPAÑA



A lo largo de tres siglos se moldearon las bases de un nuevo pueblo: el del México actual.

A la mezcla de diversas etnias, tradiciones culturales, lenguas y grados de civilización, se sumó la difusión del idioma castellano y la religión católica.

Durante ese periodo también se perfiló el territorio mexicano, se originó la mayor parte de las instituciones políticas, las estructuras económicas y las tradiciones y costumbres, así como el arte y la literatura de lo que hoy es México como nación. Los elementos indígenas, europeos, asiáticos y africanos se mezclaron para dar vida a un nuevo pueblo multicultural y multiétnico.

De acuerdo con la real cédula del 22 de octubre de 1523, Nueva España nunca fue considerada una colonia, sino un reino federado a la Corona de Castilla, como también lo eran Nápoles y Sicilia respecto de la Corona de Aragón. Al iniciarse el siglo XVIII, con la llegada al trono español de los Borbones, de origen francés, Nueva España resintió un trato político distinto: ahora se le veía como colonia, mera factoría y mercado para la metrópoli.

Entonces los novohispanos le recordaron al monarca su naturaleza de reino, sus fueros y privilegios. Basándose en estos derechos, hacia el final del periodo virreinal (1808) se negaron a reconocer las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII, y el advenimiento al trono de José Bonaparte, hermano de Napoleón I.

La labor evangelizadora

Tan importante como la conquista militar, tecnológica o artística, fue la evangelización, también llamada «conquista espiritual».

Esta labor fue realizada en los primeros años por religiosos pertenecientes a las órdenes franciscana, dominica y agustina, y más tarde por los jesuitas y el clero diocesano formado por sacerdotes y diáconos de una diócesis. Con el fin de hacer más atractiva la nueva fe para los indígenas, las ceremonias religiosas se acompañaban de música, danzas, cantos, flores, velas e incienso.

También se escenificaban autos sacramentales o pequeñas piezas teatrales para explicar la doctrina cristiana.

Los religiosos utilizaron a los niños de la nobleza indígena, previamente educados en los conventos y colegios, como catequistas y, más tarde, algunos de ellos continuaron propagando la fe cristiana al transformarse en gobernadores y jueces de los pueblos de indios. Los evangelizadores concentraron a las comunidades indígenas en poblados, y permitieron la convivencia de los sistemas y formas de organización prehispánica y castellano de tenencia de la tierra; introdujeron el uso de la rueda y las herramientas de hierro, así como diversos cultivos y animales europeos.

Escribieron obras fundamentales en las múltiples lenguas nativas y no pocas veces defendieron a los pueblos indios de los abusos de encomenderos, corregidores, terratenientes, mineros, y de sus propios caciques.

Conquistas y poblamiento del territorio

Consumada la derrota mexica, los españoles y sus aliados indígenas continuaron el avance hacia los cuatro puntos cardinales de esta parte del mundo. Sometieron a los zapotecos, mixtecos, purépechas, mayas y a los habitantes de la región de Occidente.

La frontera de Nueva España en el sur llegó hasta la península de Yucatán y los actuales estados de Campeche y Tabasco, aunque su jurisdicción también abarcó la Capitanía General de Guatemala, incluyendo la mayor parte del Soconusco y Chiapas. Durante el siglo XVI, el avance hacia el norte se extendió hasta la provincia de Nuevo México. Se fundaron entonces las ciudades mineras de Guanajuato, Zacatecas y Parral, así como numerosos pueblos y haciendas habitadas por colonos españoles peninsulares y novohispanos, indígenas y castas.

Desde el siglo XVII, misioneros jesuitas como Eusebio Kino y Juan María de Salvatierra evangelizaron Sonora y la península de California. La conquista y poblamiento de Nuevo Santander, actual Tamaulipas, tuvo lugar a partir de 1748. En el último tercio del siglo XVIII se efectuaron expediciones que ampliaron la geografía de Nueva España, y que permitieron fundar poblados como San Diego, Santa María de los Ángeles y San Francisco en la Nueva o Alta California (1769-1776).

Sembradores de misiones

Entre 1682 y 1733 se crearon los colegios de Propaganda Fide para preparar catequistas que reforzaran las misiones franciscanas del norte del virreinato. Fray Antonio Margil de Jesús fundó tanto los colegios de Guatemala y Zacatecas como misiones en Texas. Por su parte, el franciscano fray Junípero Serra estableció, durante la segunda mitad del siglo XVIII, las misiones en la Sierra Gorda de Querétaro y en la Alta California.

Nueva España fue además un centro de difusión religiosa y cultural. En 1571 Miguel López de Legazpi fundó Manila como capital de las islas Filipinas, llamadas así en honor de Felipe II.

Estas islas, así como las Marianas y las Palau, en Micronesia, fueron consideradas dependientes del virreinato novohispano; su evangelización corrió a cargo de jesuitas, franciscanos y agustinos. En 1668 llegó a las Marianas el padre jesuita Diego Luis de Sanvítores, quien fundó una misión y escribió la primera gramática de la lengua malayo-polinésica.

El pueblo elegido

Desde mediados del siglo XVII, muchos hombres y mujeres cultos de Nueva España se afanaron en estudiar y difundir ideas sobre la singularidad del Nuevo Mundo. Imaginaron sus raíces y estudiaron las características de su tierra, las propiedades de plantas y animales, la armonía de los astros, la influencia de sus cielos. No pocas veces se sintieron privilegiados.

Fue en ese periodo cuando los criollos —es decir, todos los nacidos y nutridos en América, sin importar su origen social o racial— idearon una historia propia. Exaltaron a la Virgen de Guadalupe y le brindaron su devoción; defendieron las ventajas naturales del ser americano y rechazaron la idea de superioridad europea.

Tales fueron las manifestaciones de la conciencia criolla y el primer esbozo de una idea de Patria. Suyos eran el pasado indígena y el presente cristiano, como lo plasmaron en versos, crónicas y pinturas.

La vida intelectual novohispana fue intensa: artistas y científicos se consagraron a la creación plástica, a la especulación filosófica, a satisfacer la curiosidad que les ofrecía el espectáculo del mundo.

No temieron a debatir sus ideas: los espíritus más modernos confrontaron a los más tradicionales en temas como geografía, cartografía, astronomía, matemáticas y ciencias naturales.
Los frutos de la tierra

A partir del siglo XVI la agricultura y la economía prehispánicas se enriquecieron con plantas, animales y tecnología de Europa, África y Asia.

Además de maíz, frijol, calabaza, chile, maguey, tomate, cacao y frutas como el zapote y el mamey, todos ellos americanos, llegaron a Nueva España trigo, arroz, mijo, la vid, el olivo, los cítricos y la caña de azúcar, así como gallinas, burros, caballos, bueyes, vacas, puercos, chivos y borregos.

También hizo su arribo el arado, la azada y el sistema árabe de riego. Muy pronto el trigo se extendió por El Bajío y otras regiones, y el territorio se vio cubierto de ganado mayor y menor.

Desde el siglo XVI la hacienda surgió como unidad productiva derivada de las mercedes o concesiones reales de tierras, montes y aguas.

Existieron haciendas cerealeras, ganaderas, pulqueras, de beneficio minero donde se procesaba y separaba el metal y de caña de azúcar o «ingenios». En todas ellas vivía parte de los trabajadores del campo.

Durante esa época se originaron costumbres y tradiciones rurales como la charrería, el jaripeo y el rodeo.

Los caminos de la plata

La extracción de la plata fue fundamental en Nueva España, reino que en el siglo XVIII llegaría a convertirse en el primer productor del mundo.

En 1528 se fundó Taxco, donde se explotó la primera mina americana con técnicas europeas. En 1546 y 1554 se descubrieron los grandes yacimientos de Zacatecas y Guanajuato, respectivamente.

Muy pronto florecieron las ciudades mineras del norte, que se enlazaron con las haciendas y poblados comerciales a través del Camino Real de Tierra Adentro. La plata novohispana circuló por todo el orbe, y fue muy apreciada en Asia tanto como materia prima para la manufactura de objetos de lujo como en forma de monedas acuñadas en México.

En Europa jugó un papel importante al financiar las constantes guerras, como la de Treinta Años, en el siglo XVII; dos siglos después pagaría los gastos de las armadas española y francesa que intervinieron en la batalla de Trafalgar 1805, y también se usaría en los subsidios que los ingleses ofrecieron a otras naciones para aliarse contra Napoleón Bonaparte 1812-1814. 

Los juegos del intercambio

Las pulperías o tiendas de abarrotes —unas 107 en la Ciudad de México hacia 1804— vendían vinos de Castilla, La Rioja y Málaga; vinagre castellano, aceitunas de Sevilla, canela de Ceilán, cacao de Caracas, clavo de Filipinas, así como botones, velas, paños finos, terciopelos y sedas europeas y asiáticas.

Del Extremo Oriente procedían los muebles y cajas de laca, porcelanas y marfiles; gran demanda tuvieron las chaquiras y lentejuelas, abanicos de seda con varillas de plata, oro, marfil, carey o madera, los mantones de Manila y los paliacates de algodón. Nueva España exportaba tanto a Asia como a Europa y a otros dominios americanos plata en barras, en moneda y en piezas de orfebrería; grana cochinilla, añil y palo de Campeche para el teñido de telas; carey y perlas de la Baja California; objetos de hierro forjado, cerámica de Puebla, Guanajuato y Nueva Galicia; textiles de algodón y lana, chocolate, vainilla y recipientes de vidrio. De África procedía la mayor parte de los esclavos traídos a Nueva España durante tres siglos: unos 250 mil en total. En aquellos años los esclavos eran considerados y tratados como mercancías. 
La Edad de la Razón

Desde finales del siglo XVII, y a lo largo de todo el XVIII, la Ilustración se impuso como una nueva actitud ante la vida y la naturaleza.

Se privilegiaron la razón y las ciencias; la observación y la experimentación permitieron cuestionar aquello que hasta entonces había sido considerado verdad absoluta. De la fe en la razón nació la confianza en la capacidad del hombre para dominar al mundo.

Surgieron así laboratorios, jardines botánicos, observatorios e instrumentos especializados. Se integraron colecciones de plantas, animales y minerales; su clasificación y estudio se consideró condición previa para conocer las leyes que regían la Naturaleza.

El predominio de la razón que promovía la Ilustración se expresó en el ámbito político con autoritarismo, dando por resultado lo que se ha denominado «Despotismo Ilustrado».

Dicha corriente permitió a los monarcas concentrar el poder que hasta entonces habían compartido con la Iglesia y otras corporaciones, al tiempo que promovían todas aquellas expediciones capaces de enriquecer los conocimientos sobre la geografía y los recursos naturales y humanos de los territorios y pueblos que gobernaban. 
La transformación del viejo régimen

La modernización política y económica de Nueva España se inició durante el reinado de Carlos III 1758-1788. Entre las medidas más importantes figuran la que dividió al virreinato en doce intendencias y una Comandancia General de las Provincias Internas de Oriente y Occidente, a fin de disminuir el poder de los virreyes y de los ayuntamientos.

Asimismo, entre 1764 y 1765 se creó el ejército novohispano mediante el envío de tropas y oficiales españoles para el adiestramiento de soldados locales.

En Nueva España, los personajes que pusieron mayor empeño en concretar estos cambios fueron el visitador general José de Gálvez, y virreyes como Carlos Francisco de Croix, Antonio María de Bucareli y el segundo conde de Revillagigedo. Para favorecer la explotación de los yacimientos mineros y el beneficio de los metales se emitieron las Reales ordenanzas de minas, que propiciaron la fundación del Real Seminario y de la Escuela de Minería. De gran importancia fueron las leyes destinadas a permitir el libre comercio entre las distintas provincias y reinos de América y con otras naciones europeas. Además se dispuso el fin del monopolio que mantenía el Galeón de Manila en el comercio con Oriente, y se inició la apertura al «comercio neutral», es decir, con países como Dinamarca, Suecia y Estados Unidos 1797. 

Callar y obedecer

Entre las decisiones de la Corona española que ocasionaron mayor descontento en Nueva España figuraron la secularización de parroquias hacia 1753, mediante la cual los frailes clero regular fueron sustituidos por sacerdotes del clero diocesano o secular; el establecimiento del ejército novohispano 1764-1765; la expulsión de los jesuitas 1767; la creación de estancos o monopolios estatales del tabaco, la nieve, el papel y los naipes; el establecimiento de las Intendencias 1786, que disminuyó el poder de los ayuntamientos dirigidos en su mayoría por criollos; y la aplicación de la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales 1805-1809.

Esta Real Cédula permitió a la Corona cobrar las deudas contraídas por los particulares con la Iglesia, que prestaba dinero a artesanos, agricultores, mineros, cofradías, comunidades indígenas y otros, con un interés de cinco o seis por ciento anual.

La Corona exigió la inmediata liquidación de los préstamos y amenazó con incautar y rematar las propiedades de quienes no pagaran sus adeudos.

Miguel Hidalgo, por ejemplo, vio embargada su Hacienda de Santa Bárbara. Llovieron las quejas y nació así una conciencia ciudadana que a partir de entonces no callaría ni obedecería decretos considerados como «irracionales».

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