Respecto
al origen del tequila, una vieja leyenda nos relata que hace ya varios siglos
unos indígenas de Jalisco se guarecieron en una cueva para escapar a una fuerte
tormenta que se solazaba sobre unos campos de agave.
Unos
imprevistos rayos cayeron sobre los corazones de las plantas, los quemaron, los
almidones se cocieron y surgió una especie de miel.
Un
excitante aroma llegó a los habitantes de esa región, quienes tomaron trozos de
los corazones quemados y lo saborearon, pues eran sumamente dulces. Uno de los
indios dejó un poco del meloso líquido en un jarro y lo olvidó por un tiempo.
Cuando
días después regresó a su choza, descubrió que un agradable olor inundaba su
casa y que del jarrito salía una especie de espuma blanca.
Curioso,
probó ese nuevo brebaje que en seguida le calentó el pecho y le proporcionó
bienestar.
Pasado
un rato, sentíase ligero, animoso, y alegre. Comunicó su hallazgo a sus
compañeros quienes lo probaron y estuvieron de acuerdo en que tan maravilloso
líquido era un verdadero regalo de los dioses, específicamente de Mayahuel, la
diosa que dio a los indios el pulque.
Una
errónea creencia muy difundida respecto al tequila cuenta que el emperador
Moctezuma II en una cena ofrecida a Hernán Cortés, le obsequió con una copa de
tal bebida.
Creencia
que oscila entre la verdad y la mentira como toda leyenda que se precie. Lo que
sí es un hecho es que en tiempos prehispánicos el agave se utilizaba para
muchos menesteres, pues ya era conocido por los pueblos mesoamericanos desde
hace alrededor de 9000 años.
Con sus
pencas se construían techos, se fabricaban agujas, cuerdas y papel, las pencas
secas servían como combustible, y con sus cenizas se elaboraba una especie de
jabón.
Además,
su savia servía para curar heridas y quemaduras, como hasta la fecha se emplea.
Asimismo,
el maguey azul usaba para preparar miel y fibras para tejer, de su tronco
horneado se obtenía un dulce muy sabroso que en nuestros días recibe el nombre
de “mezcal”.
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