Esta leyenda es
absolutamente verídica. Sucedió en la Ciudad de Valladolid, ahora llamada
Morelia, estado de Michoacán, en el año de 1890, como queda registrado en las Crónicas del
padre jesuita Salvador Iturriaga, amante de las historias truculentas.
Juan Pineda era un joven de
veinticinco años nacido en Valladolid. Flautista de profesión se ganaba la vida
tocando en fiestas particulares y en los cafés de postín de la ciudad. A Juan
le gustaba la soledad, era un poco taciturno y no muy dado a hacer amigos,
prefería la lectura y la música.
Vivía Juan en una casa
situada en la actual Avenida de la Paz, exactamente frente al Panteón Municipal
de la ciudad. Ahí, doña Blanca, la propietaria, le rentaba un confortable
cuarto.
Una noche, a la salida del
café en que tocaba, Juan Pineda tomó un coche de alquiler para dirigirse a su
casa. Sería alrededor de la una de la mañana de un día jueves.
Después de saludar al
cochero que le conocía, tomaron camino en la noche fría de noviembre.
Tranquilo iba Juan,
esperando llegar a su casa a tomarse un buen té de tila y azahar.
Al llegar casi a la entrada
del Panteón, Juan observó una especie de procesión que marchaba sobre la
banqueta, la oscuridad no le permitía verla bien. Los integrantes caminaban
lentamente y se podía escuchar un murmullo, una especie de lamentos acompasados
y desgarradores.
Al llegar a la altura de la
procesión, Juan pudo ver que todos iban vestidos de harapos, llevaban una
candela en las descarnadas manos, de su rostro pendía la carne sanguinolenta y putrefacta,
no tenían ojos y despedían un olor insoportable. De repente, la procesión de
descarnados atravesó el muro y desapareció.
Pero uno de los muertos dio
la vuelta y se acercó al coche donde chofer y músico se encontraban
paralizados de terror.
El ánima en pena, metió la
mano por la ventana de la berlina y le sacó el alma a Juan de un tirón. Después
de recobrarse del desmayo que sufrió, Juan se dirigió a su casa completamente
obnubilado.
Desde entonces ya no fue el
mismo, la juventud se le fue, nunca más volvió a tocar la flauta, desprovisto
de ánimos y fuerza recorre las calles de Morelia en espera de encontrarse con
el espíritu y de poder recobrar su alma, sin la cual no puede morir y obtener
la paz que tanta falta le hace.
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