Después de que ocurriera un terrible diluvio
que inundó todo el mundo, incluido el hermoso Valle de Oaxaca, uno de los estados sureños más
hermosos de México, todo el suelo estaba hecho un lodazal.
De repente, de entre el barro se formó una figura
que empezó a cobrar vida, y se puso a caminar en medio de tanto lodo.
La figura del animalito caminaba muy despacito,
pues se trataba de una Tortuga, que estiraba continuamente el cuello y abría
muy grandes los ojos ante lo que no conocía y ante el Sol deslumbrador que se
veía en al cielo.
La Tortuga caminó y caminó hasta que llegó a un lugar que le desagradó porque olía muy feo. En el lugar se encontraba un Zopilote que estaba devorando un cadáver.
Al verlo, la tortuga se
dirigió a él y le dijo: -¡Estimado Zopilote, serías tan amable de llevarme
hasta el Cielo, pues quiero conocer a Dios!
El Zopilote poco caso le
hizo, la ignoró. Pero la Tortuga insistió y repitió su petición muchas veces.
El Zopilote se hacía del rogar porque no quería dejar de comer al muertito que estaba muy delicioso.
La Tortuga suplicaba, y metía y sacaba la cabeza de su caparazón porque no
aguantaba el terrible olor de la carroña.
-¡Por favor, Zopilote,
llévame al Cielo para conocer a Dios!
Tanto insistió la pobre
Tortuga, que Zopilote se impaciento y accedió a la petición. Colocó a la
Tortuga en su espalda y emprendió el vuelo hacia el Cielo. Cuando iban volando
muy alto, la Tortuga le digo a Zopilote: -¡Ay amigo,
pero que feo hueles! ¡Hueles como a podrido, es espantoso! Y así, repitiendo
esta cantaleta siguió la Tortuga, hasta que Zopilote se enojó de tanta crítica.
Entonces, el paciente
Zopilote se ladeó y tiró a la Tortuga, que cayó hasta la Tierra rompiéndose en
mil pedazos.
Dios, que observaba la
escena, bajó hasta la Tierra, juntó todos los pedazos de la rota Tortuga, y los
pegó.
Es por ellos que desde
entonces todas las tortugas tienen el caparazón como remendado.
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