Una leyenda que corre de
boca en boca desde hace muchos años en el estado de Sinaloa, nos refiere
que en la Ciudad de Culiacán Rosales, antigua ciudad fundada en 1531 por Nuño
Beltrán de Guzmán, vivía Guadalupe, una joven que se destacaba de las demás por
su inteligencia y su belleza.
Era muy joven, tenía veinte
años, y mantenía relaciones amorosas con Jesús, un joven de la ciudad muy
responsable y formal, a quien todos apreciaban.
La pareja contaba con un
amigo, Ernesto, a quien conocían desde que eran niños. Era su mejor amigo. Sin
embargo, Ernesto estaba enamorado de Guadalupe secretamente.
Llegó el día en que
Guadalupe y Jesús formalizaron su matrimonio y fijaron la fecha para la boda.
Pensando en quiénes serían los padrinos de la boda, Jesús no dudó en decirle a
Ernesto que lo fuese.
Y aunque éste se sacó
mucho de onda ante la inminencia de perder a su adorada, aceptó ser el padrino.
En cuanto dejó a Jesús,
Ernesto corrió a la casa de Guadalupe y le reclamó el hecho de que fuese a
casarse con Jesús, siendo que la amaba tanto. La chica le respondió: -Querido
Ernesto aprecio mucho el amor que me profesas, pero solamente te quiero como a
un hermano, al que adoro es a Jesús, y nunca dejaré de hacerlo.
Ernesto se retiró de la casa de su amada cabizbajo y sumamente triste. El día de la boda en el atrio se encontraban los dos jóvenes esperando la llegada de la blanca novia.
Cuando llegó,
Guadalupe se acercó a Jesús y le dio un beso apasionado. Al ver la escena,
Ernesto, herido en lo más profundo de su orgullo, sacó una pistola y le disparó
a Jesús, para enseguida suicidarse ante la azorada novia, cuyo vestido se había
manchado completamente de sangre.
Guadalupe enloqueció
por la terrible tragedia, nunca más se quitó su vestido de novia.
Durante mucho tiempo
se la veía deambular por las calles de Culiacán, adelgazada, ojerosa y muy
flaca, siempre de blanco. Un año después, Guadalupe moría de amor y tristeza.
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