Hace años, había un
capellán en la antigua Basílica de Guadalupe, se dice que la persona era muy
cumplida y puntual, que nunca dejó de hacer bien su tarea.
En cierta época en
la que el clima se volvió hostil con los habitantes de la Ciudad de México, el
viento fue tan frío que hubo muchas personas que con tan solo recibir un soplido
de aire gélido se enfermaron gravemente.
Una de las víctimas
de dicha temporada fue el capellán, que en dos días vio mermada su salud, a tal
grado que sentía escalofríos constantes y ardía en calentura.
Sin embargo,
incluso cuando había caído en cama por razones de enfermedad había sido muy
celoso de cumplir con su responsabilidad, por lo que a la hora que le
correspondía se levantaba a hacer su trabajo, a pesar de las recomendaciones
del Abad y de las personas cercanas que le indicaban que debía guardar reposo,
pero éste continuó haciendo el esfuerzo de ir a las cuerdas y tocar las
campanas, no dejando a nadie que lo hiciera por él.
Tantas levantadas y
exponerse al frío hicieron que no le hicieran efecto los preparados medicinales
que le llevaban las ancianas y los baños de pies fueron contraproducentes
porque salía con el cuerpo caliente y regresaba en estado de choque por el
cambio de temperatura.
La muerte
sorprendió al capellán había sido durante mucho tiempo el encargado de tocar
las campanas de la Basílica antigua, siendo digno de reconocimiento su empeño
en continuar haciendo su labor, pero también fue el centro de comentarios que
hacían ver su inútil terquedad, ignorando las recomendaciones que le hacían, ya
que si se hubiera cuidado podría haber salido de la enfermedad.
Sin embargo, desde
entonces se cuenta que hay veces en que las campanas comienzan a sonar sin
motivo aparente. La gente atribuye a esto que tal vez el alma del capellán aún
sigue cumpliendo con su tarea.
Ya tiene tiempo que
se retiraron las cuerdas para mover las campanas, y el fenómeno sigue
repitiéndose aún.
Como no podemos
considerar que sea una mentira hasta que se compruebe lo contrario, mejor es
dejar la incógnita y seguir esperando a que la ciencia o la religión nos den la
respuesta a este hecho.
Aunque es
encomiable la entrega del capellán a su tarea, nosotros podemos tomar de este
sucedido una lección que nos indica que es mejor la prudencia.
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