Una vez un niño nació
en la capilla de una casa en Tepepantzin, Puebla. Era un niño extraño que nunca
dormía.
Cuando su papá lo
llevaba al campo hacía gala de mucha energía y agilidad: se subía a los
árboles, a las peñas y se columpiaba sobre los barrancos.
El papá era carbonero y
cuando le decía al muchacho que le acompañara al bosque a hacer el carbón,
siempre se negaba y decía que mañana iría y se iba tranquilamente a pasear.
Sin embargo, un día,
cuando el padre despertó para irse a fabricar carbón, vio que ya estaba hecho y
los troncos carbonosos ardían.
Le preguntó a su hijo
cómo lo había hecho y éste le respondió que solito había aprendido.
Cuando el joven se
ponía a hacer el carbón lo hacía muy rápido y después se iba a pasear.
Con los años, el
muchacho creció y llegó a la edad de veinte años. Se convirtió en
redomado ladrón que iba a las tiendas del pueblo y las saqueaba. En el poblado
le empezaron a apodar El Pillo. No conforme con robar las tiendas de
Tepepatnzin, se iba hasta la ciudad de Puebla a llevar a cabo sus fechorías.
Una vez se robó una
campana y se la puso de sombrero. Todo lo que hurtaba lo guardaba en una cueva
del cerro por Huetziatl.
Pero además de ladrón a
El Pillo le gustaba engañar a las personas. Por ejemplo, si encontraba tirado
un hueso de caballo lo se convertía en un bello animal brilloso de largas
crines.
Cuando algún jinete se
acercaba El Pillo le decía que quería cambiar su caballo por el que traía el
caballero. Al ver lo bello que era el caballo de El Pillo, todos aceptaban. Un
día le cambió el caballo a un señor y le dijo que no lo montara hasta dentro de
un rato.
Pero cuando llegó a su
casa el caballo se le desbarató al pobre hombre.
Cansados de tantos
robos, un día los soldados le persiguieron para meterlo a la cárcel. El Pillo
se metió a una iglesia.
Cuando los soldados
entraron al recinto sagrado, solamente vieron a una pobre anciana desdentada
que rezaba hincada. Cuando la vieron, le preguntaron si había visto a El Pillo,
pero la mujer contestó que no. Otra mujer que observaba la escena, les indicó a
los soldados que la viejecita era nada menos que el ladrón tan buscado.
El Pillo salió huyendo
hacia el cerro donde se escondió en una cueva. Vistió a un maguey con sus ropas
y le agregó una vara de chinamite, a manera de fusil. Los soldaos al verlo le
dispararon hasta agotar municiones pero nunca lo lograron matar, pues sólo se
trataba de un maguey.
Un día, se robó a una
muchacha y se puso a vivir con ella. Tuvieron un hijo que prometía ser peor que
el padre.
Pero como no era lo que
El Pillo deseaba, con un cuchillo le abrió el vientre a la mujer y le sacó al
nene. Ambos murieron.
Cansado de tanta
maldad, un cierto día El Pillo se entregó a los soldados y les dijo que lo
mataran y lo cortaran en muchos pedazos, tantos que no pudiera volver a unirse
y seguir robando y engañando.
Así se hizo: mataron al
ladrón, lo cortaron en muchos pedazos, los enterraron muy lejos uno del otro
y santo remedio, nunca más volvió a aparecer El Pillo, y todos
descansaron de sus fechorías.
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