Había una vez una india maya
que era muy curiosa, vivía cerca de la pirámide de Uxmal, donde se veneraba a
Chaac, el dios del agua, motivo de su curiosidad. Un día ya no pudo más y entró
en el templo.
Al entrar se encontró con
una señora muy bien ataviada quien, indignada, la amonestó por haber profanado
un lugar al cual sólo podían entrar los muertos. La muchacha se llevó tal susto
al verla, que se quedó muda.
En eso, se oyeron unos
terribles ruidos y gruñidos que repercutieron en todo el templo. La señora le
dijo a la muchacha que eran sus hijos, los Vientos, que regresaban del viaje
que habían emprendido, y le indicó que se escondiese en una tinaja para que no
la vieran.
En seguida, los Vientos
llegaron a la cámara en que se encontraba su madre. Venían de muy mal humor
porque tenían un hambre voraz.
Se pararon en seco y,
dirigiéndose a su progenitora, le dijeron: -¿Qué es ese olor a carne humana que
percibimos? La madre les respondió que estaban equivocados, que el olor era el
que se desprendía de la tierra.
Pero los Vientos insistieron
diciendo que se trataba de olor a carne humana y, prestos, se pusieron a
registrar el lugar.
La mujer, sumamente enojada,
cogió un látigo y empezó a pegarles para que se fueran.
Los Vientos formaron un
remolino y se fueron. La india curiosa aprovechó ese momento para salir de su
escondite, pero en seguida se topó con siete espeluznantes serpientes que la
amenazaban.
Entonces, la señora le dijo:
-Niña, tu inocencia te ha salvado de morir.
Te voy a convertir en una
tortolita para que puedas salir, y considérate con mucha suerte porque de este
templo ningún ser humano ha salido vivo.
Cuando llegues a las
escalinatas, te volverás a convertir en mujer; encontrarás una
jícara de atole, bébelo, y nunca más vuelvas a aparecerte por aquí.
Así fue como se salvó la
india curiosa de ser devorada por los terribles Vientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario