En la época del virreinato
de la Nueva España, vivía en el poblado de Coyoacán una pareja de jóvenes que
llevaban poco tiempo de haberse casado.
La mujer era sumamente
bella, rubia, delgada y de ojos zarcos. El hombre no le iba a la zaga, pues
también era bello como un dios griego.
Ni que decir tiene que
formaban una pareja sin igual.
En cierta ocasión, un amigo
del esposo le preguntó al joven Daniel cómo se encontraba su esposa, a lo que
el aludido respondió que se encontraba muy bien, y no solamente gozaba de
excelente salud, sino que también Maricarmen cocinaba excelentemente, pero que
sin embargo no estaba conforme con el hecho de que desde que se habían casado
siempre le preparaba moronga para desayunar.
Se despidieron los amigos
afectuosamente, pero el amigo que era también su compadre, se quedó muy
preocupado por la respuesta de Daniel.
Al siguiente día le fue a
buscar y le dijo: – ¡No quiero preocuparte, Daniel, pero yo siempre he sabido
que la moronga es mala, que hace daño comerla, máxime que tú la estás comiendo
a diario. Pregúntale a tu mujer.
Daniel, en cuanto llegó a su
casa le preguntó a Maricarmen por qué le daba siempre a comer moronga en el
desayuno.
Muy tranquila la joven le
respondió que como su padre era dueño de un rastro, las sobras de la carne que
quedaba se la repartían entre los hermanos: a unos les tocaban las patas, a
otros las vísceras, y a ella la sangre de los animales que descuartizaban. La
respuesta conformó a Daniel.
Al otro día, el compadre
volvió a buscar a Daniel y, muy asustado le dijo que se había enterado de que
Maricarmen era bruja, y por eso nadie había querido casarse con ella.
Entonces, le aconsejó a
Daniel que la espiara, para saber de dónde sacaba la sangre para hacer la
famosa moronga.
Daniel se forzó a no dormir
esa noche. Muy tempranito por la mañana, vio que su mujer se levantaba de la
cama e iba a la cocina.
Al llegar al fogón, la mujer
empezó a quitarse la piel y se convirtió en una bola de fuego. Daniel contuvo
un grito de horror, y corrió a ver a su compadre para contarle lo que había
visto hacer a Maricarmen.
Después le llevó hasta la
cocina de su casa para que viera la piel de su esposa-bruja. Entonces dijo:
-¡Daniel, es necesario que quememos esa piel, así la mujer no podrá regresar e
impediremos que siga matando niños para obtener su sangre.
Cuando la bruja regresó y no
encontró su piel, se puso histérica y asustada, pues ya empezaba a amanecer y
no encontraba su piel sin la cual no podría vivir.
Efectivamente, cuando los
rayos del Sol entraron en la cocina, Maricarmen al pueblo de Coyoacán de una
espantosa bruja asesina.
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