miércoles, 23 de marzo de 2016

RIPIWIRI



Había una vez un jovencito tarahumara que se llamaba Flecha Dorada.

Tenía solamente diez y seis años. Vivía con sus padres y tres hermanos en Guachochi.

Junto con su familia, el muchachito se dedicaba a trabajar la tierra, la cual cada vez producía menos, lo indispensable para mal comer y vender algo en el mercado.

En cierta ocasión iba por las afueras del pueblo caminando a eso del mediodía, cuando de pronto sintió un ramalazo de viento, un terrible remolino que envolvió toda su persona.

En seguida supo que algo muy malo le había ocurrido. A los tres días el cuerpo le dolía terriblemente, y una fuerte sensación de frío le recorría el mismo.

Empezó a adelgazar de manera alarmante, se quedó casi en los huesos. Su madre, doña Juana, supo en seguida que se trataba del Ripiwiri, que le había agarrado con mucha fuerza, precisamente porque lo había atacado a mediodía.

La afligida madre acudió con el owirúame, el curandero, porque le veía tan mal que temió perder a su hijo.

El owirúame, recurriendo a los sueños adivinatorios y a los síntomas que presentaba Flecha Dorada, pronto dio con la causa de la enfermedad. Entonces, procedió a su curación.

Le dio un buen baño de asiento; sobre piedras calientes calentó hojas de sabino, envolvió al enfermito en gruesas frazadas para que sudara el mal sentado en un banco, y luego le bañó con una agua de palo asárowa.

Le dio a beber tesgüino, y repitió el tratamiento durante tres días consecutivos. 

Pero Flecha Dorada seguía muy mal. Ni mejoraba con el tratamiento. Y así siguió enfermo durante cuatro años. El curandero había fracasado.

Pudo más Ripiwiri, el mal remolino que acabó truncando la vida del joven tarahumara.
Cuando murió, el cadáver de Flecha Dorada parecía que había sido completamente aplastado.

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