Atzimba era una hermosa princesa
purépecha, su piel lucía morena como la vaina del cacao, sus ojos rasgados y
negros, el pelo, como el azabache, le caía lacio hasta la cintura, nadie podía
dejar de verla. Atzimba estaba enamorada de Francisco Villadiego, un capitán
español a quien Hernán Cortés había enviado al reino de Michoacán como
explorador. Francisco era lo contrario de Atzimba, su piel blanca como las
garzas, los ojos verdes como el trigo, y el pelo tan dorado como Tonatiuh.
Francisco correspondía con fervor a los amores de la princesa. Ambos se amaban
sin reservas, qué importaba que fueran uno blanco y
la otra india de pura cepa. En una ocasión la joven enfermó y solamente pudo
curarse con el beso que le dio su enamorado, tanto era el amor que se tenían.
Pero su amor estaba sancionado. Los
españoles criticaban al soldado por amar a una nativa, y los purépecha no
aceptaban el amor que Atzimba sentía por un invasor. Ante esta situación tan
conflictiva y llena de oposiciones, los amantes decidieron casarse, tal vez así
detendrían las murmuraciones. Aguanga, el padre de Atzimba, por entonces
cazonci de Zinapécuaro, no deseaba ver a su hija casada con el soldado español.
Pero ante la insistencia de los enamorados, no le quedó más remedio que
acceder, no sin antes decirles que sería un matrimonio muy problemático, que lo mejor que
podrían hacer era irse lejos, a tierras desconocidas donde nadie les conociese.
La pareja estuvo de acuerdo con el cacique. Una vez terminada la ceremonia a la
usanza católica, la pareja preparó su equipaje y se aprestaron a
emprender el viaje que los haría libres. Sin embargo, antes de siquiera poder
salir de Zinapécuaro, una partida de purépecha rebeldes los capturó y los
encerró en una cueva que se encontraba a la salida de la ciudad a la que
cerraron con pesadas piedras y argamasa Al cacique los indios le dijeron que
los recién casados no volverían más. Imaginando lo peor, Aguanga se volvió
triste y desgraciado, no comía, no dormía, no vivía pensando en la terrible
desgracia de su hija.
Pasaron muchos años, más de veinte. Un
día, unos españoles ocupados en explorar las tierras cercanas a Zinapécuaro
pasaron por la cueva y no sé qué les dio por abrirla. Al hacerlo se encontraron
maravillados con un prodigio: ahí estaban Villadiego y Atzimba fuertemente
abrazados, convertidos en un par de esqueletos que ni la misma muerte pudo
separar.
1 comentario:
Hola amigo; existen varias versiones de esta leyenda...Pero...En ninguna manejan a Zuangua el padre, quien muere de viruela, pero sin haber conocido a ningún español. Quedando como Calzozin Tanganzoan II, siendo en este periodo donde se desarrolla la leyenda...Saludos.
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