La palabra MÁSCARA proviene del vocablo árabe mashara que significa bufón.
Por extensión connotativa el término se amplió desde el siglo XV, para adquirir el significado que actualmente le
damos de "rostro falso o postizo". La existencia de la máscara es
universal, ya que se ha presentado en todas las culturas del mundo,
podemos afirmar que es tan antigua como la propia humanidad.
En México, la máscara forma parte de la artesanía
ceremonial que produce la cultura popular. Es el instrumento por
medio del cual los hombres que forman parte de las comunidades indígenas y
mestizas se identifican con los dioses -católicos o paganos-, los espíritus y
los héroes mitológicos de su cosmogonía, con los personajes históricos y con
aquéllos que viven en la memoria colectiva. Al momento de colocarse una
máscara, tiene lugar una transformación del Yo que permite a los hombres
adoptar la personalidad y la esencia de esos seres sobrenaturales, o no, para,
con propósitos rituales comunitarios de función mágica religiosa, obedecer a
motivaciones tendientes a la satisfacción de necesidades espirituales y materiales.
La historia de la máscara en México es muy larga.
Trasciende los tiempos de la colonización española, para alargarse hasta las
épocas de las primeras migraciones que poblaron el territorio americano.
Durante el período del florecimiento de las culturas mesoamericanas, la máscara
se utilizaba en ocasiones de índole ritual. Tal es el caso de la cultura mexica
en donde la encontramos formando parte de las ceremonias funerarias, para ser
colocada sobre la faz inerte de personajes importantes. También formaba parte
del atuendo de los sacerdotes, quienes la usaban para realizar sus funciones
mágico-religiosas. En algunas ocasiones, la máscara era la careta que se
colocaba a los prisioneros que se sacrificaban a alguna deidad a la que se le
rendía culto. Aun los mismos dioses portaban máscara, como era el caso del dios
Xipe Tótec, Dios del Desollamiento, que orgulloso ostentaba su máscara del piel
humana.
Actualmente, la máscara mexicana no ha abandonado su
carácter ritual y debemos considerarla como el producto de un sincretismo cultural en el que participan elementos
indígenas, europeos, asiáticos y africanos que llegaron a México a partir de la
conquista española, elementos que se fueron incorporando en el devenir
histórico de quinientos años de colonización.
Aparte de su función ceremonial, la máscara lleva en sí
misma el valor de ser una obra de arte popular,
producida por artesanos del pueblo mexicano quienes emplean para su manufactura
diversos materiales tales como cuero, cartón, alambre, hojalata, madera, ixtle,
barro y muchos otros más. La máscara mexicana se encuentra indisolublemente
ligada a la danza tradicional, expresión del arte popular en la que se conjugan
el teatro, la música, la coreografía, la poesía y la majestuosidad del
vestuario. La esencia de la danza tradicional está impregnada de la mística y
de la magia de la cosmovisión de los grupos y sectores de México. La danza
tradicional, a diferencia de la danza académica de carácter meramente
individual, conlleva una motivación ritual de índole mágico-religiosa en la que
participan los integrantes de la comunidad. Es el pueblo el que baila. Los
ejecutantes son parte de ese pueblo, su aprendizaje es heredado, y se baila no
por gusto o placer meramente individual, sino por razones colectivas que
atienden a promesas religiosas, invocaciones propiciatorias para obtener
beneficios, encargos a los santos para satisfacer necesidades específicas,
agradecimientos por haber obtenido una buena cosecha, o como una forma de
honrar y venerar a Dios y a los santos que conforman el panteón católico. Las
danzas tradicionales se bailan, en su mayoría, portando máscaras como un
elemento más de la vestimenta que realizan las artísticas manos de las mujeres
que cosen, bordan, tejen, y hacen alarde de belleza y colorido.
La ejecución de las danzas no es arbitraria, sino que se
lleva a cabo durante las fiestas religiosas que se celebran entre las
comunidades indígenas y mestizas de todo el país. Sin temor a equivocarnos,
podemos decir que al año se realizan más de cuatro mil fiestas en celebraciones
tales como Navidad, Semana Santa, Día de Muertos, la de los santuarios de
peregrinación, y las dedicadas a los santos patronos de barrios, pueblos,
ciudades y gremios. Así pues, encontramos a la máscara en las danzas que se
realizan en las Fiestas Patronales, pues en México, todos los pueblos y
ciudades de provincia y algunos barrios citadinos, tienen un santo patrono a
quien, las más de las veces, deben su toponímico. Ejemplos de estas danzas son
la Danza de los Viejitos del estado de Michoacán, la de los Tecuanes de
Guerrero, la Danza de Negritos de Veracruz, y la Danza de los Tejorones.
En las celebraciones de Carnaval tenemos las danzas de los Chinelos de Morelos,
la de Las Mascaritas de Oaxaca, y la de Los Zuavos Franceses de Huexotzingo,
Puebla. Para la Semana Santa tenemos a los pintados de la Judea, de Nayarit, y
a los Diablos coras del miércoles Santo. El Día de Muertos aparecen personajes
enmascarados como el Xantolo de los huastecos de San Luis Potosí, y El Viejo
del Monte de San Pablito en la Sierra de Puebla. Dentro de las danzas de
Pastorelas o Coloquios, tenemos a los Diablos y Luciferes portando
escalofriantes máscaras. Valgan estos pocos ejemplos para ilustrar lo dicho
acerca de esta tradición, sin ánimo de abarcar el gran número de danzas en las
cuales los danzantes portan las espléndidas máscaras de nuestro arte popular.
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