Los mexicas no fueron el
primer grupo nahua que llegó a poblar la meseta central de México, muy por el
contrario, pues fueron los últimos. Cuando llegaron ya se encontraban asentados
otros grupos de habla náhuatl emparentados con ellos, lingüística y étnicamente,
c desde muy antiguo. Nos referimos a los tepanecas, “los que se encuentran
sobre la piedra”, situados hacia el sureste del Valle de México; los acolhuas,
asentados al este del lago Texcoco; los chinanpanecas, “los que viven en las
chinampas”, sitos hacia el suroeste y los chalcas, “moradores de chalco”,
establecidos en el sureste de Valle. Además, se encontraban los grupos de
tlatepotzcas, “los que viven a espaldas de los montes”, habitantes de Tlaxcala
y Huexotzingo; y los tlahuicas, “gente de tierra, que ocupaban los valles
sureños, justamente en las ciudades de Cuernavaca, Oaxtepec y Tepoztlán.
Según nos cuenta el
mito, todas estas tribus habían surgido de la tierra y emergieron en
Chicomoztoc o “lugar de las siete cuevas”. Naturalmente, el número siete hace
referencia a las tribus que comprendía el grupo nahua contando, por supuesto,
a los aztecas o mexicas. Por otra parte, dicho número siempre tuvo un
carácter sagrado para ellos, al igual que para los mayas, para quienes el
dios agrario era el Dios-Siete ligado al fenómeno astronómico que determina la
estación de las lluvias.
Los aztecas afirmaban
que provenían de una ciudad que denominaban Aztlán, “el país del color blanco”,
concebido como una isla en medio de un lago rodeado de carrizos y pleno de
chinampas –podemos notar fácilmente la similitud con la posterior Tenochtitlán-,
en una de cuyas orillas se levantaba el cerro de Culhuacán, “lugar de los
nietos-sobrinos”, provisto de las famosas siete cuevas. De la palabra aztlán,
derivó el nombre de aztecas; es decir, “la gente de Aztlán”, aun cuando ellos
mismos se denominaban mexicas, vocablo proveniente del nombre de su héroe
Mexitli, o Mecitli; aunque también usaban el término tenochcas, en referencia a
su caudillo Tenoch.
Los aztecas salieron de
Aztlán posiblemente en el año de 1168, y llegaron por el norte al Valle de
México, para establecerse en la orilla occidental del lago de Texcoco. Otra
versión nos cuenta que arribaron, en el año 1256, a un bosque de ahuehuetes que
tenía un manantial que brotaba de una fuente. Este bosque se llamaba
Chapultepec, o “cerro del chapulín”. En este lugar se asentaron y tuvieron que
soportar los continuos ataques de que fueron víctimas por parte de los otros
grupos nahuas cercanos a ellos, hasta que éstos consiguieron arrojarlos del
cerro. Entonces, vencidos y apesadumbrados, debieron someterse al príncipe de Culhuacán,
quien ordenó asesinar a su caudillo. Sin embargo, aun débiles y pobres, los
aztecas lograron escapar a esta sumisión y se refugiaron en unas islas situadas
en el occidente del lago de Texcoco. Fue en este preciso lugar donde fundaron
la Ciudad de Tenochtitlán en 1370, y no en 1325, como se ha creído
erróneamente.
Durante los primeros
tiempos de la colonización de las islas, los aztecas fueron comandados por el
gran Tenoch, a quien debió su nombre la ciudad, que viene a significar “el
lugar de Tenoch”. Sin embargo, la etimología de la palabra también se presta
para que se la pueda interpretar como “el lugar donde el nochtli, nopal, crece
sobre la piedra, tetl.
El mito sobre la
población de Tenochtitlán nos refiere que durante el peregrinaje que tuvieron
que padecer los aztecas para asentarse definitivamente, dos de sus sacerdotes
descubrieron en una isla un manantial de aguas cristalinas, en una de cuyas
rocas cercanas se encontraba posada un águila devorando una serpiente, portento
que según los sacerdotes constituía una inequívoca señal de que ahí se debía
construir un templo a Hutzilopochtli, “Colibrí Zurdo”, y máxima deidad del
panteón mexica. Por cierto que, ya construido el gran teocali, aprisionó entre
sus muros al mencionado manantial. Desde el punto de vista simbólico, el águila
representaba al sol y al cielo diurno; y la serpiente al cielo nocturno.
Ya fundada la Ciudad de Tenochtitlán,
en sus inicios estuvo gobernada por caudillos, para más adelante dar lugar a
una etapa monárquica que fuera conformada por once tlatoanis, o jefes supremos,
encabezada, en 1376, por Acamapixtli, y terminada, en 1521, por Cuauhtémoc,
último baluarte heroico quien fuera ahorcado por el capitán Hernán Cortés en
las selvas del Petén, Guatemala, el 28 de febrero de 1525, acusado,
injustamente, de conjurar en contra de éste.
Todos los once tlatoanis que antecedieron a Cuauhtémoc se consideraban los
herederos culturales de Ce-Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, soberano tolteca que
huyera del territorio mesoamericano, avergonzado por haberse emborrachado y
cometido desmanes atroces. El apogeo de la civilización azteca tuvo lugar con
el tercer Huey Tlatoani, Izcóatl, Serpiente de Obsidiana, quien, gracias a su
acertado gobierno, propició la expansión de lo que, andando el tiempo, sería un
gran imperio. Guerrero y conquistador, consiguió sujetar a la mayoría de los
pueblos asentados en la región de Mesoamérica.
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