Hace mucho tiempo, tanto que no
alcanzan todas las gavillas de años para medirlo, no existía nada, tan sólo un
inconmensurable vacío en el que flotaba tu divina presencia, Tloque Nahuaque y
junto a ti, los elementos etéreos de la creación nadando en una especie de
opalina nebulosa flotante.
Tú, Tloque Nahuaque, “dueño de lo que
está cerca”, “aquel que se creó a sí mismo”, el dios creador de la primera
pareja, ordenador del cosmos, amo de los Cinco Soles, arquitecto universal. Tú,
dios imperecedero, simbolizas el principio de todo lo existente, la gran
sustancia cósmica del eterno movimiento y del espacio infinito, al que llamaste
Ollincan, “el lugar del movimiento constante”. A ti, dios innombrable, vengo a
venerarte, principio de la inteligencia, aunque carezcas de forma, aunque seas
inaprensible, aunque seas invisible. Fuiste el reverenciado creador del
Omeyocan, el Lugar de la Dualidad, donde moraron tus primeros hijos los dioses,
donde surgió el supremo principio dual. Tú, Tloque Nahuaque, quien no contento
con regalarnos las galaxias, los soles, las lunas y los planetas, creaste a tus
primogénitos, los inconmensurables Ometecuhtli y Omecihuatl, Señor y Señora de
la Dualidad, partes masculina y femenina de la Creación, y de ti mismo, Tloque
Nahuaque.
¡Oh, dios del movimiento perpetuo y
del espacio infinito! Gracias a ti los Señores de la Dualidad engendraron a los
cuatro Tezcatlipoca: Xipetotec, el Tezcatlipoca rojo; Tezcatlipoca, el
Tezcatlipoca negro; Quetzalcóatl, el Tezcatlipoca blanco; y Huitzilopochtli, el
Tezcatlipoca azul, quienes dieron forma al universo donde sólo estaba Cipactli
flotando en el vacío, muerto a manos de Quetzalcóatl para dar forma a la
Tierra, cuando los dioses lo partieron por la mitad y colocaron sus mitades una
sobre otra: el Cielo sobre la Tierra. Trece cielos asentados en la cabeza,
lugares sagrados donde moran las divinidades, donde el último lugar te
pertenece, el Omeyan, el lugar de nuestro origen, el lugar en donde surgen
todas las almas de los mortales. Nueve inframundos localizados en la cola del
venerable cocodrilo, culminados con el Mictlán, el Lugar de los Muertos,
presidido por Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, el lugar de los descarnados,
refugio de las almas comunes. La Tierra, Tlalticpac ubicada en el centro, entre
los cielos y los inframundos, y rodeada del Altéotl, el Agua Divina, lugar de
residencia de nosotros, los pobres mortales ¡Oh maravillosa verticalidad del
universo!
Quisieron los dioses que la Tierra
limitase su cuadrada extensión y fuese sostenida por medio de los espacios
sagrados: el norte, de nuestro amado Tezcatlipoca, lugar de la muerte y el
cuchillo de pedernal. El este, lugar donde abundaban las siembras y la
fertilidad, regido por Xipetotec y por el reverenciado Tláloc, rumbo sagrado
simbolizado por la caña, ácatl. El oeste, donde reina Quetzalcóatl, divina
residencia de la Estrella de la Tarde, de color blanco, y de símbolo calli,
casa. Y el sur, bajo la soberanía de Huitzilopochtli, de color azul, cuyo glifo
es el conejo, nuestro tochtli. Xiuhtecuhtli, dios del fuego y del calor, ocupa
el centro de la Tierra, el calpulli sagrado que la une con el Cielo, que une
los rumbos cósmicos, las aguas celestes y los vientos ¡Oh, maravillosa
horizontalidad del universo!
Tloque Nahuaque, tu poderosa capacidad
de multiplicación creó nuestro fecundo panteón. Gracias a ti, Tonatiuh, el dios
Sol, el Quinto Sol surgido de la chispa divina del valeroso Nanahuatzin, pudo
arrojar un dardo sobre la Tierra, para crear un hombre y una mujer, aunque bien
es cierto que incompletos. Tloque Nahuaque, por tu inconmensurable capacidad
creadora, nuestros dioses hicieron vivir a Cipactónal y a Oxomo, la primera
pareja de humanos, dedicados a hilar y a sembrar la tierra, con las semillas
que Quetzalcóatl proporcionó a Cipactónal y que trajera desde el Mictlán,
el lugar de los muertos, y a quienes poco después convertiría en los dioses de
la astrología y los calendarios, de la noche y del día, por su obediencia y
sabiduría.
Venerado y muy amado Ometéotl, como
también te llaman tus hijos, tú propiciaste la creación de los Cinco Soles,
convirtiendo a los dioses en astros luminosos; y en tu infinita bondad
iniciaste la vida con el Sol de Agua, Atonaliuh, destruido por grandes
inundaciones, causantes de que los hombres se convirtieran en peces, y
cuyo signo llamaste 4-Agua.
Este Sol lo presidió la diosa
Chalchiuhtlicue, La de la Falda de Jade, diosa de los mares y los ríos.
Tú, amado dios, permitiste que
surgiera el Sol de Viento, Ehecatonatiuh, 4-Viento, desaparecido por
fuertes vientos asesinos, y permitiste que tus hijos se transformaran en monos,
para refugiarse asustados, en los verdes montes, bajo la mirada hegemónica de Ehecatl,
el dios del viento.
Más tarde, Tloque Nahuaque, creaste el
Sol de Lluvia de Fuego, Tletonatiuh, 4-Lluvia, que pereció bajo el fuego, donde
los hombres perecieron quemados y la piedra tezontle enrojeció. Todo ello aconteció
bajo la férula de Xiuhtecuhtli, nuestro idolatrado dios del fuego.
No conforma con tus creaciones, divino
Ometéotl, decretaste que la cuarta época, Sol de Tierra Tlalchitonatiuh,
4-Tigre, fuera masacrada por fuertes temblores, y los hombres, tus fieles,
fuesen devorados por ocelotes asesinos, observados por los gigantes, y bajo el
auspicio de los dioses Citlaltónac y Xochiquétzal.
Ahora, honorable Tloque Nahuaque,
permíteme agradecerte la existencia de este Quinto Sol, 4-Movimiento, Nahui
Ollin, que continúa el eterno camino trazado por ti, Arquitecto del Universo, y
que ha de desparecer a causa de terribles movimientos terráqueos, y donde
aparecerá el hambre que nos matará irremediablemente, cuando al finalizar un
ciclo de cincuenta y dos años, Tezcatlipoca se robe al Sol. Este, nuestro
último Sol, desaparecerá tal como tú lo has decretado, a pesar de deber
su existencia a todos nuestros dioses que para tal efecto se reunieron en Teotihuacán,
y gracias al sacrifico de Nanahuatzin, el Dios Buboso, lleno de pústulas y
buenas intenciones. Esa es tu voluntad.
Así acontecerá el fin del mundo,
venerado Tloque Nahuaque, mientras tú, poderoso dios de la continuación y del
movimiento, no permitas la realización de un nuevo Sol, producto de tu
sabiduría y tu omnipotencia, en el cual los nuevos hombres puedan vivir bajo la
ley del respeto mutuo, al encontrar el conocimiento dentro de sí mismos.
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