“El lugar donde fueron hechos los
dioses”, Teotihuacán, fue una de las más grandes ciudades de Mesoamérica; así
la llamaban los mexicas, pues su verdadero nombres nos es desconocido al igual
que su la lengua y el origen del pueblo que en ella habitaba.
El monumento más grande de esta
hermosa ciudad es la Pirámide del Sol, localizada en la parte oriental de la
Calzada de los Muertos, cuyo uso se desconoce. Su construcción dio inicio en la
llamada etapa cultural Tzacualli 1-150 d. C. Cuenta con sesenta y tres metros
de altura, en cuya cúspide se encontraba un templo ceremonial. Fue construida
empleando adobes, se la recubrió con estuco y se la decoró con pinturas
religiosas
A su vez, la Pirámide de la Luna es
uno de los edificios más antiguos de Teotihuacán situada hacia el lado norte,
de menor tamaño que su compañera. En la plataforma superior se realizaban
rituales en honor a la diosa Chalchiuhtlicue, diosa del agua relacionada con la
Luna.
Hace muchos cientos de años, antes de
que la luz existiese, los dioses –entre ellos Quetzalcóatl, Tláloc y
Tezcatlipoca- efectuaron una reunión en Teotihuacán y decidieron que el mundo
debía estar alumbrado, pero no sabían quién lo haría. Uno de los dioses que era
muy rico y poderoso, llamado Tecuzitecatl, dijo que se encargaría de tal tarea.
Pero necesitaba a otra persona que le
ayudase. Como nadie se ofreció a hacerlo, nombraron como ayudante a
Nanahuatzin, que tenía la mala suerte de ser pobre, jorobado y lleno de bubas;
es decir, de pequeños tumores llenos de pus y muy dolorosos. Como
correspondía, antes de llevar a cabo su honorable tarea, los dos dioses se
pusieron a hacer penitencia y a llevar a cabo los rituales de rigor.
Tecuzitecatl, como era de posibilidades económicas, ofrendó oro, piedras
preciosas, corales, hermosísimas plumas de quetzal, y mucho copal para ser
quemado.
A su vez, Nanahuatzin, que carecía de
medios, sólo pudo ofrendar heno, espinas de maguey que llevaban su sangre, y
las postillas de sus bubas para que sirviesen como copal; o sea, sus costras.
Después de finalizar la etapa de las penitencias de rigor que les llevó hasta
la media noche, dieron inicio los oficios. Tecuzitecatl se cubrió con una
hermosa capa elaborada con las más bellas plumas de pájaros exóticos que se
pudieron encontrar, que le obsequiaron los dioses para tal efecto. En cambio, a
Nanahuatzin le regalaron una pobre capa de papel. Ataviados de tal manera, los
dioses encendieron una hoguera y le indicaron al dios opulento que se arrojase
en ella.
Sin embargo, a Tecuzitecatl le entró
mucho miedo y, cobardemente, se hizo para atrás. Pero lo volvió a intentar y
sintió el mismo pavor. Cuatro veces trató de echarse, pero el miedo fue
superior a sus deseos y fracasó. Cuando los dioses le indicaron a Nanahuatzin
que se arrojara al fuego, no dudó ni un instante: cerró sus tristes ojos, se
aventó y comenzó a arder.
Cuando Tecuzitecatl vio que el dios
pobre se había arrojado al fuego sin temor, se arrojó a su vez a la hoguera. En
esas estaban cuando de repente entró un águila que se quemó en el fuego –razón
por la cual desde entonces las águilas tienen las plumas de color negruzco-,
después apareció un tigre que se chamusco todito y se manchó de blanco y negro.
Todos los dioses se sentaron en espera
de ver de qué parte saldría Nanahuatzin. Dirigieron su mirada hacia el Este,
donde hizo su aparición un Sol muy rojo, al que no podían mirar directamente a
causa de sus potentes rayos. Pero aun así volvieron a mirar hacia el este y
vieron salir a la Luna.
Tanto el Sol como la Luna brillaban de
una manera intensísima; pero entonces uno de los dioses tomó a un conejo y lo
arrojó directamente hacia la Luna, que no era otra que el dios rico
Tecuzitecatl, y el satélite perdió mucho de su inicial resplandor. Todos los
dioses se quedaron muy quietecitos, para después decidir que debían morir para
dar vida al Sol y a la Luna. La triste tarea de matar a los dioses correspondió
al Aire, quien inició toda una serie de movimientos y soplidos dirigidos
primero al Sol y luego a la Luna, hasta que ambos ascendieron al Cielo. Es por
ello que el Sol sale por el día y la Luna durante la noche. Este interesante
mito de constancia del nombre de Teotihuacán que deriva de: téotl, “dios”; y
teotihua, “ser transformado en dios”.
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