Esta historia sucedió en
Orizaba en el año de 1933. Yo tenía unos ocho años de edad. Toda la familia se
trasladó a vivir con mi tío, el general, que era jefe de guarnición en un ex
castillo muy antiguo convertido en guarnición, y donde también vivía.
Desde que llegamos, todavía
sin habernos instalado del todo, empezamos a oír ruidos de cadenas, ruidos
raros.
Mi mamá se ocupaba de
preparar los alimentos en la cocina. Nosotros la notábamos extraña en su
comportamiento. Hablaba sola. A mí me daba miedo, porque yo la oía que hablaba
sola y decía:
–¡Váyase usted de aquí y no
me moleste!
Cuando yo le preguntaba que
con quién hablaba, solo me respondía que me fuera. No le decía nada a nadie de
lo que estaba pasando.
Hasta que un día ya no
soportó la presión y dijo que se le aparecía un señor que era el conde de
Sierra Nevada, que había muerto ahí en esa casa de una caída de caballo.
Este señor, que solamente lo
podían ver mi mamá y un niño que era el hijo del general mi tío, iba vestido con
una casaca y unas botas negras.
En una ocasión, mi mamá
llevaba la cena al comedor, cuando de pronto pegó un grito muy espantada y la
vemos flotar por el aire, como si alguien se la llevara hasta el fondo del
pasillo.
De ahí la fueron a recoger
del suelo. Entonces, mi tío opinó que deberíamos traer a una médium. En una
reunión el conde habló a través de la médium y dijo que sacaran el dinero que
estaba ahí en la casa, que por cierto estaba en un cerro, abajo de la iglesia
de San Lorenzo.
Pero mi mamá no quiso. Todos
le rogaban y le decían que la mitad sería para ella, una cuarta
parte para las personas que la ayudaran y la restante para ayudar a los pobres.
Mi mamá no quiso, porque
soñó que mi abuelito le decía que no. A lo único que accedió fue a dejar un
rosario en el sitio donde debía escarbarse para sacar el dinero. Era debajo de
un enorme brasero.
Empezaron a escarbar, pero
sólo sacaron unos fémures de personas y encontraron ceniza, nada más que pura
ceniza. Puros huesos y ceniza. Nos fuimos de esa casa y pasó el tiempo.
Ya estando casado, un día
iba en tren a visitar el pueblo de mi esposa, Otumba. Una señora se sentó junto
a mí y empezamos a platicar.
–¿Adónde va usted?, le
pregunté.
–Yo voy a Orizaba, cada año
voy a ver a mis antiguos patrones los Junco. Yo fui su cocinera.
–Yo viví en Orizaba cuando
era niño. ¿Oiga, la guarnición que era un castillo, todavía existe?
–No, ya la tiraron. La
compró la Cervecería Moctezuma. Y figúrese usted que al escarbar encontraron
mucho dinero al fondo de un pasillo.
¡Era el pasillo donde el
conde de Sierra Nevada había tirado a mi mamá!
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