Esto sucedió hace
relativamente poco, hará unos seis o siete años, cuando todavía Tlihuatzia era
propiedad de la Comisión Federal de Electricidad, antes de que se la dieran al
Gobierno de Tlaxcala. Por aquel entonces, utilizaban a Tlihautzia como un
centro de capacitación de la Comisión.
Unos compañeros y yo fuimos
a trabajar en un evento de dos semanas.
La primera semana me fui con
Marcelino Martínez. Llegamos a Tlihuatzia, y en el hotel a mí me tocó la
habitación número dos. Los primeros dos, tres días, todo fue normal, bueno,
fuera de una aburrición tremenda, porque no había televisión ni nada que hacer.
Pero la cuarta noche yo
estaba dormido en una de las camas gemelas del cuarto. Al lado derecho había un
ventanal con barrotes, de esas típicas de hacienda. Yo estaba acostado de cara
al ventanal; es decir, hacia mi lado derecho.
De repente, sentí a alguien
en la habitación. Para esto, hacía poco que en otro evento se nos había metido
un cuate en la habitación, y fue todo un escándalo. Entonces, cuando yo sentí
que había alguien en la habitación, me puse muy tenso, y me dije:
– ¡Chin, ya se metió otra
vez un cristiano!
Traté de no moverme mucho,
sino de irme girando poquito a poquito hacia la izquierda.
Cuando empiezo a tratar de
girar, me pusieron una mano en la espalda, aquí en la clavícula, y me
detuvieron, o sea, me impidieron que siguiera girando. Entonces pensé:
– Bueno, ni modo tengo que
voltearme rápido y gritar para que alguien me ayude.
Me volteé y me paré
rapidísimo de la cama, al tiempo que gritaba:
– ¡Deja de molestar!
En ese mismo momento, vi a
una mujer vestida de negro, con el pelo largo, largo y suelto, con la cara
blanca, demacrada, de su s ojos salían chispas, y de su boca
como estertores de muerte, que era la que me estaba deteniendo.
La mujer estaba
terriblemente fea y macabra, y flotaba en el aire. En ese instante, como mi
grito fue muy fuerte, la imagen desapareció.
Yo casi me muero del susto,
me desvanecí unos momentos.
Al otro día, se lo conté a
Marcelino, que estaba en otro cuarto. Me daban ganas de decirle:
– Vente a
dormir conmigo.
Pero como habíamos hecho
mucho escándalo para que nos dieran cuartos individuales, me dio pena.
Luego supe que lo mismo le
había pasado a un muchacho que había estado en el mismo cuarto.
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