En Cananea, estado de
Sonora, existe un cerro que tiene una bonita leyenda.
En ella se cuenta que en
dicho cerro se aparecían dos enamorados que se declaraban su amor con voz tan
fuerte que les oían desde el antiguo pueblo de Buena Vista.
Las personas subían al cerro
a averiguar de quiénes se trataban, pero nunca los encontraban.
Hasta que un día un joven
encontró entre las matas una cajita de metal muy bonita con una carta dentro
escrita por una mujer enamorada, en la cual contaba su tragedia.
Muchos años atrás una pareja
de enamorados acostumbraba subir al cerro y ahí, entre la hierba y las flores,
hacían el amor hasta quedar agotados.
El joven había jurado amor
eterno a su amada, y le había hecho la promesa de que pronto se casarían. Ambos
se querían mucho.
En cierta ocasión, el padre
del muchacho le dijo que tenía que ir a Hermosillo, la capital del estado, para
arreglar ciertos asuntos de negocios de su padre, negocios que le aportarían
una mayor fortuna, y le permitiría a su hijo casarse.
El joven emprendió el viaje,
después de despedirse de su adorada.
Pero la diligencia en que
iba tuvo un percance y el chico salió herido. Lo trasladaron a Hermosillo a un
hospital donde permaneció largos años internado, pues había perdido la memoria.
Cuando salió del hospital,
ya completamente restablecido, se dirigió inmediatamente a Buena Vista a buscar
a María, que así se llamaba la amante. Pero no la encontró.
Indagó por todo el pueblo
hasta que dio con el muchacho que había encontrado la carta en la cajita, quien
le informó que la desdichada María, al verse deshonrada y creerse abandona por
su galán, había subido a la cima del cerro, se había rociado con petróleo y
quemado completamente entre desgarradores gritos de dolor y de sollozos por la
ingratitud de su amado.
Al enterarse de lo sucedido,
el enamorado corrió como loco hacia el tope del cerro, tomó su pistola y se dio
un balazo en la cabeza. Al instante cayó muerto.
Al siguiente día, los
habitantes de Buena Vista comenzaron a ver a los enamorados en la cúspide del
cerro y a escuchar sus arrumacos fantasmagóricos, que no han cesado desde
entonces, aunque el pueblo haya desaparecido desde hace mucho tiempo.
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