Cuenta una leyenda de
Tonalá, Chiapas, que en una ocasión una familia se disponía a dormir.
Los hermanos, que eran
siete, dormían en la parte alta de la casa, donde también se encontraban el
padre y la madre en una hamaca.
De pronto, el padre ya medio
adormilado, escuchó la voz de una de sus hijas que dormía en la planta baja.
La niña tenía doce años. Al
oírla, el padre se levantó y acudió a donde se encontraba la niña, seguido por
su esposa y uno de sus hijos varones.
Cuando llegaron a la sala de
la casa, vieron a un enorme gato de color pardo. La niña se encontraba parada
en el umbral de su cuarto aterrada y le decía al felino: -¡Gato, gato, gato! Al
tiempo que tiraba manotazos en el aire.
El gato la observaba con
burla subido en la televisión, y parado en sus patas traseras bailaba una
extraña danza.
El padre de familia, corrió
a la cocina por una escoba y cerró la puerta de la sala, para que el gato no
pudiera salirse. Sin embargo, cuando el gato vio al hombre que le amenazaba con
la escoba, se salió por un pequeño agujero que había en el vidrio de una
ventana.
El hombre quiso atraparlo,
pero el gato, siendo tan grande, se escabulló por ese agujero tan chico, como
si hubiera estado untado de mantequilla… y se fue.
Pasó el tiempo y la familia
siempre encontraba cagarrutas de gato en el suelo y en los muebles de la casa
que la apestaban toda.
Todos tenían mucho miedo.
Una noche el gato volvió a presentarse y a asustar a la niña. La escena se
repitió, y cuando el padre cogió la escoba para espantarlo, el gato se pegaba a
la escoba y lanzaba terribles descargas eléctricas.
El gato corría por las
paredes y el techo tratando de escapar de los golpes que le propinaba el padre
de familia.
Uno de ellos le dio en el
cerebro y lo mató.
Entonces el gato lanzó un
terrible maullido satánico, cayó al suelo muerto y desapareció inmediatamente
sin dejar rastro. Nunca más se le volvió a ver.
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