Mi abuelita Pachita, una
mujer muy valiente que se había criado en un rancho de Guanajuato y que decían
era bruja, tenía una amiga que se llamaba Rita, mujer dulce y cumplida.
Resulta que en una ocasión,
cuando mi mamá era muy jovencita, tendría unos diez años, se encontró a Rita a
la salida del Mercado de Santa Ana en la Ciudad de Guanajuato, y se quedó a
platicar con ella un rato.
Cuando mi mamá comentó que
ya se iba a la casa porque tenía que ver a la abuela Pachita que la estaba
esperando, la amiga le dijo:
– Bueno, ya que vas a ver a
Pachita, le dices que por favor vaya a llevar la manda que tengo que pagar a la
iglesia, pero que no se le vaya a olvidar, que la pague, pues es una cosa muy
importante y no quiero quedar mal con el señor cura.
Mi madre emprendió el camino
a buen paso para no llegar tarde con la abuela. Cuando llegó con su mamá en
seguida le dijo:
– Oye mamá, fíjate que me
encontré a Rita, tu gran amiga, y me dijo que te recordara que no se te fuera a
olvidar pagar la manda en la iglesia, que tú ya sabías de qué se trataba, pero
que te recordara, no se te fuera a olvidar.
– ¿Rita? ¿Te encontraste con
Rita y eso te mandó que me dijeras?
– Sí, en el mercado, que una
manda…
– ¡Pts! No puede ser Rita,
eso es imposible niña, ¡Porque Rita ya tiene meses que se murió! ¡Yo fui a su
entierro!
Ni que decir tiene que mi
mamá se llevó un susto bárbaro, se enfermó de la bilis por un mes, no lo podía
creer.
Mi abuela resistió más, pero
también se asustó mucho.
Eso es lo que me
platicaba mi mamá.
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