Uno
de nuestros abuelos, un sacerdote muy viejecito y muy poderoso llamado K’nish
Ahau, nos relataba a mis amigos y a mí cuando éramos pequeños, que Hunab Ku, el
dios Cosa Solitaria, dios creador y dios de dioses, incorpóreo y sin figura,
fue también conocido con el nombre mágico de Kolop U Wich K’in. El abuelo
contaba que esta poderosa divinidad reunía en su esencia los opuestos cósmicos,
cuya dualidad simbolizaba la continua evolución del ser humano y el centro de
la galaxia por excelencia. Aseguraba que en su infinita sabiduría, en un cierto
tiempo muy lejano se dio a la tarea de crear a nuestros dos máximos dioses:
Tepeu, El que Conquista, El Soberano; y Gucumatz, la Sagrada Serpiente
Emplumada, a quienes nosotros los mayas yucatecos debemos nuestra existencia,
nuestros conocimientos, y el mundo en que vivimos.
A
través de las pláticas del maestro-sacerdote aprendimos que este nuestro dios
incorpóreo, poseía un hermoso símbolo compuesto por cuatro
mariposas que apuntaban a los cuatro rumbos sagrados; se encontraban
colocadas en pares opuestos complementarios: negra y blanca, blanca y negra; lo
material y lo inmaterial. En el centro del símbolo se encontraba un caracol
cortado transversalmente, connotado cual un soplo divino que otorga conciencia
a la materia, lugar central donde se encuentra la mente y el corazón del
Creador; así, el símbolo deviene el equilibrio logrado a través de la medida,
obtenida ésta por el movimiento continuo de los astros en el firmamento. Razón
por la cual, nuestros antepasados nombraron al dios Hunab Ku El Dador del
Movimiento y la Medida. K’nish Ahau nos decía que el símbolo representaba el
arte de vivir en equilibrio, meta a la cual todos los mayas debemos abocarnos.
Después
de muchas y fecundas charlas con el maestro, aprendimos que Hunab Ku dio forma
a nuestro mundo cuatro veces; cuatro fueron las creaciones necesarias para
llegar a ser lo que es hoy en día el mundo en que vivimos. En la primera época
no existía el Sol, solamente estaban los Saiyamwinkoob, Los Mediadores entre el
Cielo y la Tierra, a quienes también solemos llamar Puzoob, Los Jorobados.
Estos maravillosos seres convivían con los Yicobe Be’yichob Colelcak, Los que
Tienen los Ojos como Abejas. Los Puzoob eran pequeños, lo que ustedes llaman
enanos, muy trabajadores, sumamente ágiles, y de mucha fortaleza. Contaban con
poderes sobrenaturales, lo que les permitió crear nuestras antiguas ciudades,
las cuales fueron construidas en la más absoluta oscuridad, pues recordemos que
el Sol aún no existía. A pesar de que podían cargar un peso superior al de
ellos, para construir los edificios de las ciudades se limitaron a silbar, y
las piedras volaron por los aires y se fueron acomodando por sí mismas, hasta
formar las pirámides de las que ahora sólo vemos las ruinas abandonadas.
En
esta primera época K’nish Ahau nos contaba que existía un camino en el Cielo
que iba de Tulum y Cobá hasta Chichén Itzá y Uxmal, este camino recibía
el nombre de Kuxan-Sum, Cuerda Viviente, aunque también se le conocía como
Sakbé, lo que significa en tu lengua El Camino Blanco, porque hace referencia
la Vía Láctea, al Árbol del Mundo, cuya representación era una ceiba, donde
habitaba el monstruo Kawak. Este camino era el cordón umbilical del Cielo, de
cuyo centro brotaba la sangre que los dioses enviaban para alimentar a los
mandatarios que gobernaban cada una de nuestras antiguas ciudades. Un nefasto
día, la cuerda sagrada se rompió, la sangre se derramó, y los dirigentes al
quedarse sin alimento, se olvidaron de venerar a los dioses y de seguir las
normas de conducta establecidas. Muy enojados por tal comportamiento, los
dioses les comunicaron a los enanos que enviarían una gran inundación, la
Haiyococab, El Agua sobre la Tierra, que mataría a los desobligados.
Prestamente, los Puzoob se prepararon y construyeron embarcaciones de piedra.
Pero la tarea fue inútil, pues las barcas no les sirvieron para nada, porque se
hundieron irremediablemente. Todos los enanos mágicos muriendo ahogados. Ahora
podemos ver su imagen grabada en las paredes de los edificios, así como
también es posible ver aquellas canoas de piedra de los Puzoob en los
metates que se encontraron en las ruinas, cuando las excavaron tus compañeros,
los hombres blancos que llaman antropólogos.
Pero la vida
no terminaría con tan fatal inundación, así que en la segunda época Hunab Ku
dio vida a los llamados Dz’olob, Los Transgresores, quienes, desafortunadamente,
no tuvieron mejor suerte que los enanos, ya que perecieron en un segundo
diluvio tan agresivo como el primero. K’nish Ahau nos aseguraba que fue
entonces cuando aparecieron los itzáes, hombres sabios que se dieron a la
tarea de edificar nuevas ciudades. Construían por la noche, razón por la cual
recibieron el nombre de Acab-winikoob, Hombres de la Noche. Estos seres mágicos
se salvaron de milagro del horrendo diluvio, y se fueron a vivir a un
sitio dentro de la Tierra llamado Oxkinkiuic, Plaza de Tres Días, situado hacia
el oriente, punto sagrado del cosmos, tal vez con el propósito de evitar
encontrarse con los hombres blancos conquistadores. Aún siguen esperando
retornar a sus sagrados lares masacrados por los invasores. Algunos de los itzáes
quedaron petrificados en las ciudades, y aún se les puede ver en las paredes de
los edificios. Nos cuenta la conseja popular que en las ruinas de Cobá se puede
oír, durante el crepúsculo, la música de trompetas y tambores que ejecutan
nuestros antepasados durante sus ceremonias religiosas. Muchos de nosotros, los
mayas actuales, hemos visto y platicado con Batab Tráscara, el sabio
monarca de los itzáes.
Sin
embargo, no todo estaba perdido. El sacerdote-maestro, lleno de satisfacción y
de recuerdos, nos embelesaba y esperanzaba al asegurarnos que hubo una tercera
creación en la cual aparecimos los mayas o maceguales, término de la dulce
lengua náhuatl que significa “gente común”. Estos mayas antiguos eran parecidos
a los itzáes, aunque sin ser tan sabios como ellos. Se limitaron a vivir
en las ciudades ya existentes y nunca construyeron ninguna nueva, a decir del
abuelo. Los maceguales tampoco sobrevivieron y murieron a causa de una nueva
Haiyococab, a la que se nombró Hunyecil, es decir “una punta de henequén”, pues
fue lo único que separó al agua del Cielo, tan grande y desastrosa fue la
inundación.
Pasado un
cierto tiempo, dio inicio la cuarta época. Nosotros, los mayas, vinimos a
poblar Yucatán una vez que fuimos creados por el Dios con barro y zacate. El
zacate nos dio la cabellera, y con el barro se formaron la carne, la sangre y
los huesos. Dios tuvo la precaución de crear varias parejas, a las que otorgó
características raciales diferentes. A cada una le dio una parcela de tierra
para su manutención.
Los
legítimos macehualoob viven en Quintana Roo. Desgraciadamente, nosotros los
indios mayas pensamos por muchos siglos que éramos inferiores a los blancos,
pero superiores a los chinos y a los negros. Afortunadamente, estas erróneas
ideas se están aboliendo. El destino de nosotros los hombres de barro es sufrir
pobreza y vivir en el monte; pero el sufrimiento no será eterno, pues este
cuarto mundo terminará destruido por medio del fuego devorador que mandará el
dios todopoderoso.
El abuelo
recuerda que cuando llegaron los españoles conquistadores a Yucatán, Juan Tutul
Xiu, monarca de nuestros antepasados, ante la inminente llegada de los
extranjeros, decidió escapar hacia el Oriente por un camino subterráneo que
iniciaba en Tulúm y se adentraba hacia el mar. Desde entonces, desde ese su
refugio Juan Tutul Xiu observa la conducta de los mayas. Si tienen tratos y se
entregan a los invasores, pedirá a los dioses que tapen al Sol con una cortina
de humo, para que el mundo se termine definitivamente. En cambio, si los mayas
se mantienen separados de los invasores, o si solamente se relacionan con los
blancos que sean capaces de leer los jeroglíficos de los ancestros, entonces
Juan Tutul Xiu regresará del Oriente para volver a reinar entre nosotros. Pero
como hasta ahora ningún blanco ha sido capaz de descifrar la escritura maya,
Juan Tutul Xiu no ha regresado, y nosotros hemos tenido que soportar el
maltrato y las vejaciones de los hombres blancos.
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