Matilde Aranda y Zubina
viuda del Hoyo, cierto día regresó de un viaje de negocios a su casa en
Zacatecas, y se enteró de que su primogénito Felipe se había comprometido con
la hija de su contador de nombre Margarita Díaz y ahijada suya.
La mujer no estaba de
acuerdo con ese compromiso, a pesar de que la joven tenía muchas cualidades,
tocaba el piano, cantaba y era dulce y recatada.
Pero era pobre y sin
alcurnia. Ante este hecho, la señora decidió llevarse a Felipe a un ficticio
viaje de negocios a México, sin escuchar las protestas del muchacho. Ante lo
inevitable,
Felipe acudió a
despedirse de Margarita, la cual quedó muy triste por la ausencia de su
prometido, pues tenía un mal presentimiento.
Una vez en México, Matilde decidió que Felipe debía casarse con
una sobrina que era heredera de una cuantiosa fortuna, hija de un comerciante
que vivía en España.
La vida de Felipe en
México estaba llena de fiestas, idas al teatro, paseos, juegos y excursiones, y
bellas mujeres de la buena sociedad. Muy diferente a la vida que llevaba en
Zacatecas, que era más sencilla.
Se recluyó en su casa y
durante mucho tiempo se dedicó a bordar el velo nupcial de Elvira. Nunca paraba
de bordar y su padre, al verla tan triste y acabada, le reprendía.
Las personas que pasaban
por el callejón donde estaba la casa de Margarita, la veían trabajar con ahínco
por la ventana enrejada, día y noche sin apenas comer. Poco a poco, la
empezaron a llamar La Bordadora.
El velo fue entregado a la novia, a todos les maravilló lo
hermoso que era. La boda se efectuó. Margarita no asistió, pero su padre sí.
Cuando regresó de la
boda vio que su hija estaba muy enferma y se había quedado ciega de tanto
bordar. Nunca más volvió a salir la pobre muchacha de su casa.
Año tras año se lo pasó
sentada junto a la ventana pensando en el ingrato Felipe. Cuando la enamorada
murió, toda la ciudad de Zacatecas le dio el nombre de El Callejón de la
Bordadora a la callecita donde había vivido una muchacha que amó demasiado.
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