Hermes
Trismegisto es el nombre griego de un personaje
mítico que se asoció a un sincretismo del dios egipcio Dyehuty Toth en
griego y el dios heleno Hermes, o bien al Abraham bíblico. Hermes Trismegisto
significa en griego ‘Hermes, tres veces grande’. En latín es: Mercurius ter Maximus. Hermes Trismegisto es mencionado primordialmente en la
literatura ocultista como el sabio egipcio, paralelo al dios Toth egipcio, que creó la alquimia y
desarrolló un sistema de creencias metafísicas que hoy es conocida como hermética. Para
algunos pensadores medievales, Hermes Trismegisto fue
un profeta pagano que anunció el advenimiento del cristianismo. Se le han
atribuido estudios de alquimia como la Tabla de esmeralda —que
fue traducida del latín al inglés por Isaac Newton— y de filosofía, como el Corpus hermeticum. No
obstante, debido a la carencia de evidencias contundentes sobre su existencia,
el personaje histórico se ha ido construyendo ficticiamente desde la Edad Media
hasta la actualidad, sobre todo a partir del resurgimiento del esoterismo.
Fueron los griegos quienes bautizaron como Hermes Trismegisto al dios Toth egipcio, el responsable
del conocimiento; aquel que, según la tradición, explicó a los habitantes del
Nilo que su país era una suerte de eco de las maravillas que contemplaban en su
negra bóveda celeste. De hecho, una de las teorías más populares para explicar
la orientación de las pirámides es que éstas imitaban, como las catedrales harían
más tarde, la situación de ciertas estrellas del firmamento nocturno. Pero no
la de unas estrellas cualesquiera, sino aquellas llamadas por sus milenarios
textos religiosos El Duat. Bajo ese nombre se conoció en Egipto a los tres
astros que integran el cinturón de Orión -nosotros las llamamos «las tres Marías»-. Los egipcios creían que eran la puerta
simbólica por la que el faraón accedía a los reinos del más allá. Las
pirámides, por tanto, fueron «modelos» en piedra de
esa entrada; lugares de iniciación en los que el gobernante de Egipto se
preparaba para el viaje más importante de su existencia: el de su muerte. Édouard Schuré 1841-1929 es un escritor francés,
nacido el 21 de enero de 1841 en Estrasburgo. Falleció en París el 7 de octubre
de 1929. Es escritor, filósofo y musicólogo, autor de novelas, de piezas de
teatro, de escritos históricos, poéticos y filosóficos. Se le conoce
mundialmente sobre todo por su obra Los Grandes Iniciados, en la que me he basado para escribir
este artículo. Nació en una familia protestante. Huérfano de madre a la edad de
5 años y de padre a la edad de 14 años, vivió a continuación con su profesor de
Historia del instituto Jean Sturm hasta la edad de 20 años. Tras su
bachillerato, Édouard Schuré se inscribe en la Facultad de Derecho para
contentar a su abuelo materno que era el decano; pero esta disciplina lo aburre
considerablemente, por lo que pasa la mayoría de las tardes en la Facultad de
Letras con jóvenes estudiantes y artistas enamorados como él de la literatura y
el arte. Entre ellos su amigo músico Víctor Nessler y el historiador Rudolf
Reuss. Tras terminar sus estudios de derecho, decide dedicarse a la poesía. En
1861, obtuvo sin embargo su licencia en derecho. Estudió a los filósofos con
gran interés, particularmente Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Schelling,
Fichte, Schopenhauer y Nietzsche. Intuitivamente atraído por los misterios
antiguos, leyó con gran interés un libro que contiene una descripción detallada
de los Misterios de Eleusis, lo que le causó una gran impresión.
A
la muerte de su abuelo, heredó lo suficiente para vivir de sus posesiones e
ingresos. Abandonó rápidamente el derecho y se trasladó a Alemania con el fin
de escribir una historia de Lied que ya había emprendido bajo la dirección de
uno sus profesores del instituto, Albert Grün, un refugiado político alemán que
lo inició en la literatura alemana y en la filosofía de Hegel. Alsaciano,
Edouard Schuré posee una doble cultura lo que le da un espíritu abierto e
incluso universal que se ampliará aún más a raíz de su encuentro con Margarita
Albana. En 1866, Schuré está aún en Berlín, frecuenta asiduamente los salones
literarios que a ella le apasionan. El 18 de octubre de 1866, se casa con
Mathilde Nessler 1866-1922 y el matrimonio se establece en París. Publica su Historia de Lied, lo
que lo introduce en los círculos literarios. Se le recibe en los salones de la
Condesa de Agoult, donde conoce a Renan, Michelet, Taine y Jules Ferry. Dirá de
sí mismo, como lo destaca G. Jean claude en su obra sobre Schuré: “Tres grandes personalidades actuaron de una manera soberana sobre mi
vida: Richard Wagner, Margarita Albana
y Rudolf Steiner. Si pudiera
investigar el misterio de estas tres personalidades y hacer la síntesis, habría
solucionado el problema de mi vida“. Entre sus obras, podemos
destacar: Historia del drama musical; Ricardo Wagner: sus obras y sus ideas; Los grandes iniciados; Jesús: el último gran iniciado; Rama y Moisés: el ciclo ario y la misión de Israel; La Atlántida: Lemuria / Evolución planetaria / Origen del hombre; La Evolución Divina y los grandes iniciados.
En
la Llamada a
los iniciados, del Libro de los Muertos egipcio, podemos leer: “¡Oh, alma ciega!, ármate con la antorcha de los Misterios, y en la
noche terrestre descubrirás tu Doble luminoso, tu alma celeste. Sigue a ese
divino guia, y que él sea tu Genio. Porque él tiene la clave de tus existencias
pasadas y futuras”. Y en un fragmento del libro de Hermes podemos leer: “Escuchad en vosotros mismos y mirad en el Infinito del Espacio y del
Tiempo. Allí se oye el canto de los Astros, la voz de los Números, la armonía
de las Esferas. Cada sol es un pensamiento de Dios y cada planeta un modo de
este pensamiento. Para conocer el pensamiento divino, ¡Oh, almas!, es para lo
que bajáis y subís penosamente el camino de los siete planetas y de sus siete
cielos. ¿Qué hacen los astros?. ¿Qué dicen los números?. ¿Qué ruedan las
Esferas? ¡Oh, almas perdidas o salvadas!: ¡ellos dicen, ellos cantan, ellas
ruedan, vuestros destinos!”. Según las creencias egipcias, los
dioses habían gobernado en el Antiguo Egipto antes que los faraones,
civilizándolos con sus enseñanzas. En ellas, el dios egipcio Toth era el dios
de la sabiduría y el patrón de los magos. También era el guardián y escribiente
de los registros que contenían el conocimiento de los Dioses. Clemente de
Alejandría estimaba que los egipcios poseían cuarenta y dos escritos sagrados,
que contenían todas las enseñanzas que poseían los sacerdotes egipcios. Más
tarde, varias de las características de Toth se asociarían al Hermes de la
mitología helenística, incluyendo la autoría de los «cuarenta y dos textos». Este sincretismo no fue practicado
por los griegos, sino que en el primer o segundo siglo de la era cristiana, se
le comenzó a llamar «Hermes Trismegisto» a
esta fusión, probablemente por cristianos que tenían noticia de los textos
egipcios. No obstante, en algún momento la ambigua noción de divinidad se
transformó por la de un personaje histórico de los tiempos iniciales de la
civilización occidental, al cual además se le atribuyeron otros escritos
filosóficos.
Una
de las obras prohibidas más legendarias es el “Libro de
Toth“, un papiro o una serie de hojas de entre 10.000 y 20.000 años
de antigüedad, copiada en secreto, la cual ya poseían los sacerdotes y faraones
egipcios y al parecer contenía los secretos de diversos mundos y daba un enorme
poder a sus poseedores. El libro, que alude los más diversos documentos
históricos, confería poder sobre la tierra, el océano y los cuerpos celestes, y
permitía desde interpretar los medios de los animales para comunicarse hasta
obrar a distancia, según Bergier. La destrucción de este antiquísimo libro fue
anunciada varias veces, incluso por la Inquisición, pero ha reaparecido varias
veces a lo largo de la Historia y no se descarta que ahora esté en poder de
algunos grupos, que posean y utilicen sus secretos. Este compendio de
conocimientos científicos, “nacido del fuego”
pero considerado “incombustible“, se
atribuye a Hermes Trismegisto, el fundador de la alquimia y uno de los
padres del saber hermético. El Libro de Toth jamás ha sido visto impreso o
reproducido, y se ignora la forma en que podía consultarse. Según Jacques
Bergier, en la lista de presuntos textos condenados -algunos provenientes de
civilizaciones desaparecidas- también figura el Manuscrito Mathers,
que originó una de las sociedades esotéricas secretas más famosas de la
historia, la Golden Dawn “El Alba Dorada“. Antoine Faivre ha señalado que Hermes Trismegisto tiene
un lugar en la tradición islámica, aunque el nombre de Hermes no aparece en el
Corán. Hagiógrafos y cronistas de los primeros siglos de la Hégira islámica
identificaron a Hermes Trismegisto con
Idris, el nabi de las suras 19, 57, 21, 85, a quien los árabes también
identifican con Enoc. Según Antoine Faivre, a Idris-Hermes se le llama Hermes Trismegisto porque fue triple: el primero,
comparable a Toth, era un «héroe civilizador»,
un iniciador en los misterios de la ciencia divina y la sabiduría que anima el
mundo, que grabó los principios de esta ciencia sagrada en jeroglíficos. El
segundo Hermes, el de Babilonia, fue el iniciador de Pitágoras. El tercer
Hermes fue el primer maestro de la alquimia. «Un profeta sin rostro», escribe
el islamista Pierre Lory, «Hermes no posee características
concretas, o diferentes a este respecto de la mayoría de las grandes figuras de
la Biblia y el Corán».
El Libro de Toth, un
libro legendario y tan misterioso del que no se tiene certeza de su existencia,
comienza a ser mencionado insistentemente a partir del siglo V d. C. Resulta
curioso saber que aquellos alquimistas de la época que afirmaban poseer este
libro sufrieron accidentes misteriosos. Otro dato curioso en torno al libro de Toth es que algunas personas estudiosas
afirman que el saber guardado en sus páginas ha llegado hasta nuestros días en
lo que se conoce comúnmente como el Tarot , una baraja compuesta de 78 tarjetas
que apareció alrededor del año 1100 de nuestra era. Pero, ¿qué es el libro de Toth?
Responder esta pregunta no es sencillo, pues aunque se tienen muchos detalles y
a lo largo de la historia humana han aparecido numerosos relatos que aluden a
este manuscrito, es imposible tener un dato que resulte certero y nadie hasta
ahora ha ofrecido pruebas contundentes de la existencia de este libro. Sin
embargo, podemos proporcionar algunas pistas que nos permitan saber qué es este
libro y por qué ha sido tan importante: La creación de este manuscrito se
remonta a la antigua cultura egipcia, algunos afirman que es incluso previo a
los egipcios, aproximadamente unos 10000 o 20000 años antes de nuestra era. Se
dice que fue obra de Toth, un escribano egipcio que alcanzó tal nivel de
conocimiento que se convirtió en el dios de la sabiduría, gobernó sobre todos
los dioses egipcios e inventó la escritura. Por tal motivo se le representaba
como un ser humano con cabeza de ibis, con una pluma de caña en una mano y en
la otra una paleta con la tinta que utilizaba para escribir sobre el pergamino.
Toth,
o Tot, plasmó, en los cerca de 20000 volúmenes que componen el libro, todos sus
conocimientos, fórmulas mágicas para poder hablar con los animales, resucitar a
los muertos, controlar cualquier fenómeno de la naturaleza y, en general, todo
aquél que lo poseyese tendría un poder ilimitado. Es de esperar que un libro
con tal conocimiento representara un riesgo para todo aquél que lo poseyera.
Por ejemplo, en el Papiro de Turis encontramos
la primer referencia al Libro de Toth y
en él se relata que el libro fue quemado cuando se descubrió una conspiración
en contra del faraón. Seguramente existían más copias del manuscrito y, de
alguna forma, una de ellas llegó a manos del faraón Ramsés II, e incluso hay
quienes afirman que éste no tenía sólo una copia, sino que poseía el original
que había escrito Toth. Cualquiera que fuera la realidad, al morir Ramsés, el
libro pasó a propiedad de su hijo Kanuas quien, al darse cuenta de los secretos
que el libro contenía, se asustó, o quizás se sintió amenazado, y lo mandó
tirar al fuego. Algunas copias del libro sobrevinieron y volvemos a encontrar
numerosas referencias a este libro en distintas épocas. Pero son los
alquimistas quizá los que más hayan sacado provecho del Libro de Toth y más de uno aseguraba poseer una
copia. Como dato curioso, todos aquellos que supuestamente tenían el libro
sufrían accidentes o muertes extrañas.
Además,
no es difícil suponer que durante la Edad Media la posesión del libro haya sido
motivo de persecución, condena y muerte. Y el libro, por supuesto, quemado.
Pero aquí no acaba el legendario Libro de Toth. Entre
las menciones más recientes encontramos la del científico Antoine Curt de Gébelin,
quien, entre 1773 y1783, escribió los nueve volúmenes que comprenden la obra Le monde primitif, y
donde da extrañas referencias de haber tenido contacto con un libro antiguo que
contenía una gran cantidad de saberes ocultos. Gébelin afirmaba además que la
baraja del Tarot no es otra cosa más que un juego de cartas donde se resume el Libro de Toth. Como podemos ver, a pesar de que existe un
sinfín de referencias y cosas sorprendentes en relación a este libro, hasta
ahora no ha sido posible confirmar su existencia. Y aunque el Tarot ha estado
sujeto a una serie de estudios, tampoco ha sido posible determinar la veracidad
de las palabras de Gébelin. Lo único que se puede afirmar es que el Libro de
Toth está rodeado de un aura de misterio que quizá nadie podrá desentrañar
mientras no se encuentre al menos una copia del mismo. Pero, según Bergier, el
mayor “éxito” de los “Hombres de negro” ha
sido la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, iniciada por Julio César,
en el año 47 antes de Cristo a.C., continuada por el emperador Diocleciano en
el 285 y finalizada en el año 646 por los árabes, que la destruyeron hasta sus
cimientos. Este edificio monumental, fundado en el 297 a.C. por Demetrio de
Falera y que contaba con departamentos de Ciencias Naturales y Matemáticas,
contenía unos setecientos mil documentos, de los cuales casi ninguno ha
sobrevivido y entre los que al parecer se encontraban los secretos de la
transmutación del oro y la plata.
En
Mesoamérica fue Quetzalcóatl, la ‘Serpiente Emplumada’,
el que les dio la civilización. Y, todo parece indicar que se trataba del dios
egipcio Toth Ningishzidda para los sumerios, el hijo
de Enki, quién, en 3113 a. C. trajo a sus seguidores africanos para fundar la
civilización en Mesoamérica. Aunque el tiempo de su partida no ha sido
especificado, tuvo que coincidir con la desaparición de sus seguidores
africanos, los Olmecas, y el simultáneo nacimiento de los mayas, hacia el 600
a.C. La leyenda dominante en Mesoamérica era su promesa de retornar en el
aniversario de su Número Secreto 52. Y así fue que, a mediados del primer
milenio a.C., la Humanidad se encontró sin sus venerados dioses. Y la
pregunta fue: ¿cuándo volverán? La Humanidad se agarraba de la esperanza
del Retorno y buscó un Mesías. Los Profetas prometieron que ello sucedería en
el Fin de los
Días. La destrucción de la Biblioteca alejandrina eliminó los
manuscritos del historiador y astrólogo Beroso, quien inventó el cuadrante
solar semicircular y concibió una teoría sobre el conflicto entre los rayos del
Sol y la Luna, la cual anticipaba las modernas investigaciones sobre la
interferencia de la luz. Entre los manuscritos destruidos figuraban obras de
Pitágoras, Salomón y Hermes, parte de las cuales estarían en bóvedas secretas
de las pirámides egipcias, según se afirma. Entre los textos quemados en
Alejandría, también figuran los de una enigmática civilización seguramente la
Atlante que precedió al antiguo Egipto conocido, y otros textos demasiado “peligrosos” para ser divulgados.
En
Alejandría también estaban las obras de Manethón, un sabio que conocía los
secretos del antiguo Egipto, y del escritor fenicio Mocus, a quien se atribuye
la invención de la teoría atómica. Con la destrucción, a lo largo de los
siglos, de otras grandes bibliotecas como las de Constantinopla, la de los
Califas de El Cairo, la Islámica de Trípoli, en Libia, o de los Califas de
Córdoba, situada en España, se han perdido cientos de miles de obras y datos
científicos, que seguramente hubieran modificado nuestra vida y visión del
mundo. Otro sabio presuntamente censurado por los “hombres de negro” fue el abad Tritemo, nacido en Alemania
en 1462 y muerto en 1516, quien reunió en el monasterio de San Martín la mayor
biblioteca de su país y efectuó unas investigaciones, que intentó divulgar en
otro de los grandes libros malditos: la Esteganografía, del que sólo sobrevive un manuscrito
incompleto. El rey Felipe II ordenó destruir la misteriosa obra, mezcla de
lingüística, matemáticas, cábala judía y parapsicología, que informaba sobre un
método para hipnotizar a distancia, por telepatía, con la ayuda de ciertas
manipulaciones del lenguaje. La primera edición de lo que quedaba de la Esteganografía se
publicó en 1610, pero aún expurgada, el Santo Oficio prohibió hasta 1930 la
difusión de este texto, donde se exponen una serie de escrituras secretas, cuyo
empleo requería el uso de aparatos no muy diferentes de la radio actual, ¡pero
en el siglo XVII Tritemo, que predijo en su libro la declaración de
Balfour sobre la creación del Estado de Israel, también publicó en 1515 una
historia cíclica de la Humanidad, que, según Bergier, recuerda tanto la tradición
hindú como algunas teorías científicas modernas.
Siegfried
Morenz ha sugerido en Religión de Egipto: «La referencia a la autoría de
Toth se basa en la antigua tradición, y la cifra de cuarenta y dos
probablemente se debe al número de nomos de Egipto, y, por tanto, pretende transmitir el concepto de integridad».
Platón, en Timeo y Critias comentó que en el templo de la diosa
Neit en Sais, había salas que contenían registros históricos secretos de sus
doctrinas que tenían una antigüedad de 9000 años. A la identificación entre
Toth y Hermes en la figura de Hermes Trismegisto ha
de añadirse otra posterior, de carácter esotérico, por la cual Hermes Trismegisto es también Abraham, el patriarca
hebreo, que habría comenzado dos tradiciones: una solar o pública, recogida en
el Antiguo Testamento, y otra privada, trasmitida de maestro a discípulo,
accesible en el Corpus hermeticum. La llamada «Literatura
hermética» es, en cierto modo, un conjunto de papiros que contenían
hechizos y procedimientos de inducción mágica. Por ejemplo, en el diálogo
llamado Asclepio, el dios griego de la medicina, se describe el
arte de atrapar las almas de los demonios en estatuas, con la ayuda de hierbas,
piedras preciosas y aromas, de tal modo que la estatua pudiera hablar y
profetizar. En otros papiros, existen varias recetas para la construcción de
este tipo de imágenes y detalladas explicaciones acerca de cómo animarlas o
dotarlas de alma, ahuecándolas para poder introducir en ellas un nombre grabado
en una hoja de oro, momento esencial del proceso.
No
obstante, no se queda ahí la literatura atribuida a ésta figura mitológica. Los
escritos herméticos en general, dan cuenta de un determinado enfoque acerca de
las leyes del universo. En el Asclepio se
nos habla constantemente de Dios, a quien se llama “El Todo
Bueno“, para describirnos las leyes del Universo. Por ejemplo, en
el pasaje número veinte del Asclepio, Dios es expresado como la inconcebible Unidad que
constituye el Universo. Una unidad, cuya característica esencial es que posee
naturaleza masculina y femenina al mismo tiempo. Ésta característica se la
otorgará Dios a su vez, por reflejo, a todas sus criaturas. En el Asclepio, como
decíamos, la figura de Dios no tiene la consideración de quien ha hecho todas
las cosas, sino que Dios mismo “es” todas las cosas.
Todos los seres vivos, todo lo material e inmaterial, son para Hermes, partes
que actúan dentro de Dios. Pero sólo los humanos somos un reflejo exacto de
Dios, el Todo
Bueno. En este punto deseo hacer una aclaración importante, que
también he expresado en otros artículos: Lo que parecen indicar las tablillas
sumerias, el Génesis derivado de estas tablillas y otras evidencias, es que se
produjo la creación del Homo Sapiens por parte de unos seres venidos de otro
planeta, mediante la manipulación genética, algo que hoy en día ya empezamos a
estar en condiciones de hacer y comprender ver los distintos artículos sobre
Sumer. Sin embargo, esto no contradice ni la teoría de la evolución ni la idea
de que hay un creador inicial de todo lo existente, a lo que se le suele llamar
Dios. Pero parece que los dioses en realidad no se habla de un único “dios” bíblico no son este creador inicial, sino “solo” los creadores del Homo Sapiens.
A
este respecto deseo hacer referencia a la siguiente frase de D. T. Suzuki, que
fue un maestro y divulgador japonés del Budismo, del Zen y del Shin: El significado del Avatamsaka
y de su
filosofía será incomprensible a menos que experimentemos un estado de completa
disolución, donde no exista diferenciación entre la mente y el cuerpo, entre
el sujeto y el objeto. Entonces miramos alrededor y vemos eso, que cada objeto
está relacionado con todos los demás objetos, no sólo espacialmente, sino
temporalmente. Experimentamos que no hay espacio sin tiempo, que no hay tiempo
sin espacio; que se interpenetran.” A lo mejor esto es lo que
representa de una manera parcial, como no podría ser de otra manera al Todo que llamamos Dios creador. También nos
habla Hermes del Tiempo. De acuerdo con el Asclepio, parágrafo 27, “El Mundo es el receptáculo del
Tiempo, que mantiene la vida en su correr y agitar”. El Tiempo por
su lado respeta el Orden. Y el Orden y el Tiempo provocan, por transformación,
la renovación de todas las cosas que hay en el Mundo. Recordemos que en esta
obra, el propio Hermes aparece como un personaje, que dialoga con Asclepio,
siendo así que la conversación se sitúa en el antiguo Egipto. Como curiosidad,
añadiremos que en el Asclepio habla
Hermes de dioses que están en la Tierra. Al preguntarle Asclepio a Hermes dónde
están tales dioses, Hermes le responde que en una montaña de Libia y acto
seguido le cambia el tema. Esos dioses se irán finalmente, y dejarán a la
humanidad desasistida. Entre los tratados atribuidos a Hermes Trismegisto
destaca el Corpus hermeticum. Se le atribuye también la redacción de
la Tabla de
esmeralda, que fue considerado por los alquimistas el libro
fundacional de la alquimia. Otras de sus obras más destacadas serían el Poimandres, el Kybalión (en
el cual se expresan de forma sintética las leyes del Universo), ciertos libros
de poemas y el Libro para salir al día, también conocido como «Libro de los muertos», por haberse encontrado ejemplares de
él dentro de los sarcófagos de algunos destacados egipcios.
Frente
a Babilonia, metrópoli tenebrosa del despotismo, Egipto fue en el mundo antiguo
una verdadera ciudadela de la ciencia sagrada, una escuela para sus más
ilustres profetas, un refugio y un laboratorio de las más nobles tradiciones de
la Humanidad. Gracias a excavaciones inmensas, a trabajos admirables, el pueblo
egipcio nos es hoy mejor conocido que ninguna de las civilizaciones que
precedieron a la griega, porque nos vuelve a abrir su historia, escrita sobre
páginas de piedra. Se desentierran sus monumentos, se descifran sus
jeroglíficos, y sin embargo, nos falta aún penetrar en el más profundo arcano
de su pensamiento. Ese arcano es la doctrina oculta de sus sacerdotes. Aquella
doctrina, científicamente cultivada en los templos, prudentemente velada bajo
los misterios, nos muestra al mismo tiempo el alma de Egipto, el secreto de su
política, y su capital papel en la historia universal. Nuestros
historiadores hablan de los faraones en el mismo tono que de los déspotas de
Nínive y de Babilonia. Para ellos, Egipto es una monarquía absoluta y
conquistadora, como Asiria, y no difiere de ésta más que en que aquélla duró
algunos miles de años más. ¿Sospechan ellos que en Asiria la monarquía aplastó
al sacerdocio para hacer de él un instrumento, mientras que en Egipto el
sacerdocio disciplinó a los reyes, no abdicó jamás ni aun en las peores épocas,
arrojando del trono a los déspotas, gobernando siempre a la nación; y eso por
una superioridad intelectual, por una sabiduría profunda y oculta, que ninguna
corporación educadora ha igualado jamás en ningún país ni tiempo? Cuesta
trabajo creerlo. Porque, bien lejos de deducir las innumerables consecuencias
de ese hecho esencial, nuestros historiadores lo han entrevisto apenas, y
parecen no concederle ninguna importancia.
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