Ante el
cuestionamiento, en qué se diferencian el ser humano y Dios; yo encontré la respuesta: en el Amor. Hemos sido creados a su imagen y semejanza,
en cada hombre y mujer ha puesto el
toque de su perfección; pero nos hace diferentes a El, el amor.
El amor de
Dios es eterno, supera el tiempo y la distancia, se
entrega
todo sin reservas, implica total donación; el secreto de sus milagros es precisamente su amor, es tan
grande y tan fuerte que nada ni
nadie lo acaba, lo rompe ni lo vence, no se agota en la medida que se da, por el contrario entre más
se ofrece, más se multiplica y
se fortalece. El amor de
Dios todo lo puede, no conoce de imposibles, de Dios
viene
y a Dios va, se hace grande cuando oramos por la persona a la que decimos amar; está lleno de fe y
confianza, porque al amar como Dios ama, se
ofrece un amor libre que no ata ni crea dependencia, sino que deja al
otro en total libertad.
otro en total libertad.
Si amaramos
con el amor de Dios, el mundo seria perfecto, no
existirían
las envidias, las guerras, el odio ni el rencor, no
habría
discriminación, ni baja autoestima, no se hallarían
diferencias,
rechazos, injusticias, vacíos, soledad, infidelidad,
inconformismos,
rupturas ni traición; porque es un amor tan real que
no
critica, ni condena, sabe siempre perdonar, sana, restaura, renueva y transforma a quien lo experimenta y
a quién se le ha de entregar. Si amaramos con el amor de Dios, no solo
amaríamos al que nos ama, también
aprenderíamos a amar al que nos juzga y condena, a ese que por su propia humanidad nos cuesta aceptar; y
ese mismo amor que sentimos,
sanaría las heridas, vencería las barreras que solemos poner y que muchas veces nos alejan de los
demás.
El amor de
Dios es perfecto, por y con amor nos soñó y nos regaló la vida como el más grande don, para que
viviendo podamos recibir y entregar
amor. El amor de Dios es tan pleno, que El mismo se hizo hombre y le dio vida al amor, se donó por
entero, hasta la última gota de
sangre derramó, y dio testimonio de esa frase que en su evangelio predicó: Nadie tiene mayor amor,
que aquel que es capaz de dar la vida
por amor
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