A orillas del río Yaqui, existió hace mucho tiempo un
pueblo indígena, entre cuyos habitantes se encontraba un indio fuerte y
valeroso autor de hazañas inigualadas. El indio se llamaba Báa Báchi.
Su prestancia varonil tenía enamorada a una bella india,
que se llamaba la Chiriki y que adoraba al joven guerrero.
El frenesí que unía a estos enamorados, se enfriaba con
frecuencia por la coquetería de la muchacha. Le gustaba dar celos a su amante y
exigirle pruebas constantes de su amor.
Un día en que los enamorados paseaban a orillas del río,
la Chiriki arrojó un brazalete de oro al agua, y le exigió a Báa Báchi que lo
rescatase.
El indio obedeció su capricho y buscó la alhaja, confiado
en sus dotes de nadador.
Al cabo de algún tiempo, Báa Báchi no volvió a la
superficie y la desesperación y la tristeza se apoderó del ánimo de la Chiriki;
empezó a creer que su coquetería había comprometido la vida de su amante y la
idea de que pudiera haberlo perdido, la lleno de terror.
Arrepentida de su comportamiento consultó con el
hechicero del pueblo, pidiéndole consejo; el resultado por lo que le dijo el
hechicero, la Chiriki se arrojó en el mismo sitio donde Báa Báchi se había
sumergido, desapareciendo ella también.
Al día siguiente, de madrugada, todos vieron surgir del
fondo del río, en el lugar donde habían desaparecido los amantes una flor
extraña, completamente desconocida hasta aquel momento, a la que llamaron: JÚU SÉWUA NÁKEO.
(La flor del
Amor)
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