La leyenda que vas a leer se
encuentra consignada en la Crónica Miscelánea
escrita por el R.P. Fray Antonio Tello como un hecho verídico. En el año de
1543, se descubrieron en la Nueva España las famosas minas
del Espíritu Santo de Compostela. El capitán conquistador Pedro Ruiz de Haro
acababa de morir, y dejaba viuda a su esposa doña Leonor de Arias y huérfanas a
sus tres hijas. Como habían quedado sin fortuna alguna, decidieron irse a vivir
a una ranchería que llevaba por nombre Miravalle. En ella vivían las tres
mujeres carentes de fortuna pero de virtudes y honestidad reconocidas. Pues no
en vano descendían de nobles por vía paterna, pues don Pedro pertenecía a la
casa de los Guzmán.
Una tarde en que las mujeres
se encontraban labrando el campo acertó pasar por ahí un indio, que después de
saludar cortésmente, como indican los cánones, les preguntó si tenían una
tortilla que le regalasen. Las mujeres, como eran buenas cristianas, le contestaron
que sí, que pasara y descansara. La madre ordenó a una de sus hijas que fuese a
moler el maíz para preparar las tortillas, y a otra que moliese chile en
el molcajete para alistar una buena salsa.
Una vez que el indio terminó
de comer el suculento aunque humilde refrigerio, le dijo a la madre: -¡Dios
se lo pague, niña, piense mucho en Dios y tenga confianza, que pronto te dará
oro y plata que obtendrás de una mina que yo te daré! ¡Pasado mañana volveré
con las piedras metálicas!-
Y efectivamente, en la fecha
señalada por el hombre regresó a la Milpa de Miravalle con mucho metal que
entregó a doña Leonor. Madre e hijas procedieron a fundir el metal y obtuvieron
una gran cantidad de oro y plata. Como ya contaban con fortuna, Leonor no tardó
en casar a sus hijas con nobles caballeros de Compostela, llevando cada una
dote de cien mil pesos. Los ambiciosos maridos llevaban el nombre de Manuel
Fernández de Hijar, Álvaro de Tovar, y Álvaro de Bracamonte, todos ellos de
familias distinguidas.
La fortuna era tanta que
ameritó que se pusiese Caja Real en la ciudad de Compostela. Los afortunados
esposos construyeron sus casas en el mismo sitio donde había estado la pobre
choza en que vivieran las mujeres. El lugar donde estaban las nuevas casas era
muy bello y espacioso. Como la fortuna crecía, muy pronto la ciudad de
Compostela contó con, Audiencia Real, alcaldes mayores y oidores. El
oro y la plata eran tan abundantes que se transportaban a la Ciudad de México
en recuas conducidas por arrieros.
Sin embargo, tanta riqueza tan
fácilmente ganada empezó a corromper a la familia y a los habitantes de la
ciudad de Compostela. Se volvieron licenciosos y pecadores, sólo contaba para
ellos el placer y la dulce vida. Fray Pedro de Almonte, el cura más devoto e
importante de la ciudad, se encontraba desolado ante tal situación y clamaba al
Cielo: ¡Oh, Milpa, Milpa, y cómo ha de enviar Dios fuego y te ha de abrasar!
Pues dicho y hecho, al conjuro
del buen sacerdote aparecieron siete legiones de demonios, que terminaron con
la hacienda o Milpa de Miravalle, al tiempo que llovía fuego del Cielo. No
quedó nada. Moraleja: La riqueza corrompe a las personas.
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