Poco
después de la conquista de México, llegó a vivir a San Luis Potosí un
matrimonio de españoles. Su hija, que era muy pequeñita se llamaba Lucas; los
habitantes de la ciudad, los sirvientes y los indios guachichiles que la
conocían la llamaban doña Lucas, como era costumbre llamar en aquella época a
las mujeres de alcurnia sin importar su edad.
Cuando doña Lucas creció,
se enamoró de un indio guachichil que trabajaba en la hacienda donde vivía la
familia. Cuando el padre se enteró del enamoramiento de su hija, montó en
cólera y la encerró en sus habitaciones, pues no podía concebir que una hija suya
blanca y española se pudiese enamorar de un indio zarrapastroso humilde y sin
fortuna. El español habíale puesto a su hija una dama de compañía para
vigilarla, darle de comer y ayudarla en lo que fuese necesario.
Cierto día la muchachita se
dio cuenta de que estaba embarazada. Nunca se supo cómo sucedió el hecho, tal
vez la dama de compañía ayudó a los enamorados a verse furtivamente. Cuando el
padre de doña Lucas se enteró del estado comprometido en que se encontraba su
hija se enojó terriblemente y la golpeó. Entonces, decidió poner fin al
embarazo de su hija. Mandó a uno de sus criados guachichiles a que fuese a
buscar a una hierbera muy conocida por los indios por sus habilidades, y le
pidió que le diera un té elaborado con sus plantas abortivas. La india obedeció
y le suministró a doña Lucas un fuerte brebaje que no solamente le hizo
abortar, sino que la joven murió a consecuencia de ello. El feto se lo llevó la
mujer y el español le hizo jurar que no le diría nada a nadie, so pena de
muerte.
Enterraron
a doña Lucas en el altar mayor de la Iglesia de San Nicolás, Tiempo después,
cuando el sacerdote de la iglesia se encontraba oficiando, en su homilía tocó
el tema del Evangelio según San Lucas. En el momento en que pronunció las
palabras “San Lucas” la iglesia tembló, los cirios y las velas se apagaron, los
bancos se movían sin control, y se escuchaba un terrible estruendo, las
personas, muy asustadas, corrieron hacia la salida y abandonaron el templo. El
sacerdote no se explicaba lo que estaba sucediendo. Desde este suceso los
creyentes dejaron de ir a la iglesia y ni siquiera se atrevían a pasar delante
de ella.
El cura estaba desesperado
porque ya nadie acudía a su iglesia y oficiaba misa solo. Entonces, un día se
puso a rezarle a Dios pidiéndole que le dijera lo que sucedía y que lo guiara
en lo que debía hacer para solucionar tal problema. En esas estaba cuando de
pronto se la apareció doña Lucas, vestida de blanco y muy enjoyada, y le dijo:
– ¡Señor cura, por favor dígale a mis padres que me saquen del lugar en donde
estoy enterrada, porque no merezco encontrarme en este sitio, el altar mayor,
porque soy una mala hija y una pecadora! ¡Dígales que me quiten el vestido
blanco y las joyas, porque no soy digna de ellos! ¡Deseo que me pongan un
vestido guachichil, el más humilde de ellos, y que mis joyas y la dote y
herencia que me corresponden se las entreguen a los indios! ¡Quiero ser
enterrada en el panteón comunitario! ¡Y si no hacen lo que les pido nunca voy a
encontrar la paz eterna!
A acudir el sacerdote ante
los padres de la chica y comunicarles su experiencia vivida, éstos confesaron
el pecado de doña Lucas muy afligidos y arrepentidos de haber mentido. En
seguida, procedieron a llevar a cabo lo que su hija les rogaba que hiciesen. La
vistieron de guachichil y repartieron sus bienes entre los indígenas; además,
la enterraron en el camposanto en una sencilla ceremonia y con muchas flores.
Desde entonces nunca más se
volvieron a escuchar ruidos en la iglesia, y poco a poco los feligreses
regresaron a la Iglesia de San Nicolás a escuchar misa y a contarle al cura sus
cuitas.
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