Joaquín
era un muchacho que vivía solo en un pequeño apartamiento en la Ciudad de
Durango. Las paredes de su hogar estaban pintadas de un feo color amarillo que
no le gustaba para nada, por lo cual decidió cambiarlas por colores más a su
gusto. Acudió a unos pintores de brocha gorda del barrio para que se encargasen
de la tarea, pero como le cobraban un dineral, decidió hacerlo por su cuenta.
Compró todo lo necesario en la tienda de pinturas y se puso manos a la obra el
fin de semana.
Pasados tres horas, Joaquín
había terminado de pintar la sala y el comedor, y como el trabajo le había
cansado bastante, decidió que bien se merecía un descanso, y así poder comer
una torta que contribuyera a reponerle sus fuerzas.
Así
pues, se dirigió a la cocina, se hizo una buena torta de pollo, se preparó un
agua de Jamaica y se dirigió al comedor para disfrutar de su tentempié.
Después de comer, Joaquín
empezó a sentir mucho sueño y decidió echarse en la cama a dormitar un poco; al
fin y al cabo, nada ni nadie le apuraba en su trabajo de pintor en ciernes.
Su
gatita gris, Matilde, se acostó a su lado para acompañarle, En seguida se quedó
dormido. No había pasado mucho tiempo cuando escuchó que de la sala provenían
muchos ruidos, y Joaquín pensó que era la gata quien causaba tanto escándalo;
salió de la recámara dispuesto a reprender a la gatita, pero vio que ésta
maullaba con el lomo curvado y el pelaje erizado, a la vez que espantada
volteaba para todos lados.
De
repente, el muchacho se fijó que una figura fantasmal se materializaba en medio
de la sala, era como un ser luminoso que se dirigía hacia donde él se
encontraba. Horrorizado, Joaquín intentó echarse a correr, pero sus piernas no
le respondieron, estaban débiles y como clavadas en el suelo. Por fin después
de un tiempo que le pareció tremendamente largo, la aparición desapareció.
Sin embargo, al otro día,
sábado, volvió a suceder lo mismo. Joaquín estaba medio desquiciado del susto,
vivía aterrado y escondido entra las cobijas de su cama. El día domingo, cuando
apareció el fantasma, Joaquín pudo verle la cara y se dio cuenta que era don
Bartolomé, el vecino que vivía en el siguiente apartamento, frente al suyo.
El
joven se dirigió hacia el mismo y se percató que la puerta estaba completamente
abierta. Fue entonces cuando decidió entra a la casa de don Bartolomé a ver qué
sucedía.
En la recámara se dio
cuenta de que unos pies asomaban por debajo de la cama y al agacharse vio que
pertenecían a su vecino. Al verlo ahí tirado sus primeros pensamientos fueron
pensar que el pobre hombre estaba muerto, pues ya no era muy joven. Pero ya
observándolo con más detenimiento notó que aún respiraba.
En
seguida tomó su celular y llamó a una ambulancia para que trasladaran a su
vecino a la Cruz Roja de la ciudad.
Cuando los paramédicos se
lo llevaron Joaquín empezó a atar cabos y llegó a la conclusión de que el alma
de don Bartolomé se había desprendido de su cuerpo para ir a pedirle auxilio al
muchacho que vivía enfrente de la casa.
Desde
entonces, Joaquín nunca dudó de la existencia del alma.
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