Esta
leyenda tuvo su origen en el estado de Zacatecas, en Peñuelas, por los años de
1565. En tal ciudad vivía un señor de apellido Medina, de oficio barretero, al
que en una ocasión se acusó de haber matado a un hombre, con el fin de defender
a una de sus hijas. Como era inocente decidió huir con sus hijas para salvar su
vida de una muerte segura en la horca. Se fue por los montes hasta llegar al
mineral de Zacualpan, sito en Sultepec en el actual Estado de México.
Cuando ya empezaba a
oscurecer, los prófugos llegaron a un monte que se encontraba cerca de una
ranchería conocida con el nombre de La Albarrada. Lugar que eligieron para
pernoctar. Medina hizo una hoguera y en ella calentaron las provisiones que se
había traído de la casa. La noche era muy fría y un fuerte viento no paraba de
soplar. Juntaron muchas varas para mantener encendida la hoguera durante toda
la noche y poder dormir calientitos y al amparo de algunos animales del monte.
Así pasaron la noche. Al amanecer
la hoguera se había extinguido, pero Medina vio entre las piedras que
circundaban al fogón, unas pequeñas láminas de metal que brillaban. Tal hecho
le hizo pensar al hombre que se encontraba encima del crestón de una veta de
plata y oro, lo cual le llenó de alegría.
Inmediatamente
les dijo a sus hijas que se refugiaran en La Albarrada y se mantuvieran en
silencio, que no dijesen nada de lo que habían encontrado. Les dejó una barreta
que llevaba y un arcabuz para el caso en que tuvieran que defenderse si eran
descubiertas. Mientras tanto, Medina se dirigió a la capital de la Nueva
España, para dar cuenta de su hallazgo al señor virrey.
Pidió audiencia con el
virrey, a la sazón don Antonio de Mendoza, quien le recibió lo más pronto que
pudo al saber que se trataba de una nueva mina de oro y plata. Cuando Medina
estuvo frente al virrey lo primero que hizo fue alegar su inocencia y pedir
perdón por un delito al que se había visto obligado a realizar, pues el honor
de una de sus hijas así lo requería.
Al escucharlo, don Antonio
le otorgó su perdón, pues entendió las razones que habían llevado a Medina a
matar, y pensó que si era cierto que había tal mina de oro y plata aumentaría
su fortuna y la región de Temascaltepec y Sultepec progresarían.
Mendoza mandó a obreros y
especialistas para revisar la zona a ver si era verdad que había tal riqueza, y
poco después se habría la Mina de El Rey, cuya explotación dio empleo a muchas
personas que acudieron a trabajar en la nueva mina.
Cuando Medina regresó a La
Albarrada, se encontró a sus hijas en perfecta salud y protegidas por buenas
personas que se habían encariñado con ellas. Las muchachas rebozaban de
felicidad, pues cuando se encaminaban a La Albarrada habían descubierto otra
veta de oro y plata, la cual también fue abierta para su explotación y se le
puso el nombre de La Mina de las Doncellas.
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