No había luna; el resplandor que emite la tierra estaba tan reducido a
causa de la humedad, que solamente los insectos continuaron la búsqueda.
Hubo uno que insistía apresuradamente. Cansado, se detuvo sobre una hoja
de caimito para pensar.
Y de tanto pensar y pensar con una determinación tan firme para
encontrar la piedra, sintió que de su ser emanaba una chispa. Y luego otra, y
otra. Sus diminutos ojos brillaron.
Se convenció de que ahora sí hallaría la piedra curativa. Buscó bajo las
hojas, junto a las rocas, en los rincones más inimaginables; tenía suficiente
luz para iluminar hasta la gruta más oscura. Y por fin encontró la piedra. El
Venerable Ser tomó el trocito de jade entre sus manos, que resplandeció. Solo
él tenía ese maravilloso poder.
Le preguntó al pequeño insecto qué deseaba como recompensa, pues por su
hallazgo los que sufrían alguna enfermedad sanarían y hasta el venado podría
ver bien los colores.
―¡Oh, no pensé en eso al buscar la piedra! La más grande satisfacción
para mí es que puedas seguir haciendo tus curaciones tan importantes ―dijo el
animalito.
―Eres un ser pequeño de grandes sentimientos ―respondió el dios―, y has
conseguido brillar por ti mismo al crear tu propia luz. En adelante no tendrás
que esforzarte para hacerlo.
Bastará con que lo desees. Iluminarás las noches más oscuras, y a todo
el que te vea le recordarás con tu presencia que la luz es fantástica. No
había luna; el resplandor que emite la tierra estaba tan reducido a causa de la
humedad, que solamente los insectos continuaron la búsqueda.
Hubo uno que insistía apresuradamente. Cansado, se detuvo sobre una hoja
de caimito para pensar.
Y de tanto pensar y pensar con una determinación tan firme para
encontrar la piedra, sintió que de su ser emanaba una chispa. Y luego otra, y
otra.
Sus diminutos ojos brillaron. Se convenció de que ahora sí hallaría la
piedra curativa. Buscó bajo las hojas, junto a las rocas, en los rincones más
inimaginables; tenía suficiente luz para iluminar hasta la gruta más oscura. Y
por fin encontró la piedra.
El Venerable Ser tomó el trocito de jade entre sus manos, que
resplandeció. Solo él tenía ese maravilloso poder. Le preguntó al pequeño
insecto qué deseaba como recompensa, pues por su hallazgo los que sufrían
alguna enfermedad sanarían y hasta el venado podría ver bien los colores.
―¡Oh, no pensé en eso al buscar la piedra! La más grande satisfacción
para mí es que puedas seguir haciendo tus curaciones tan importantes ―dijo el
animalito.
―Eres un ser pequeño de grandes sentimientos ―respondió el dios―, y has
conseguido brillar por ti mismo al crear tu propia luz. En adelante no tendrás
que esforzarte para hacerlo. Bastará con que lo desees. Iluminarás las noches
más oscuras, y a todo el que te vea le recordarás con tu presencia que la luz
es fantástica.
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